La señora Clinton y su techo de cristal.



En el Wells Fargo Center de Filadelfia, el pasado 27 de julio, la Convención del Partido Demócrata de los Estados Unidos (DNC por su siglas en inglés), celebraba el nombramiento oficial de Hillary Clinton como candidata a la presidencia del país. Ella no estaba presente, se hallaba en Nueva York; pero eso no le impidió hacer una espectacular aparición entre sus fervientes admiradores. Tras el anuncio solemne del nombramiento, la pantalla gigante que presidía el escenario mostraba un mosaico compuesto por las caras de los últimos 43 presidentes de la nación; caras que, a continuación, saltaban por los aires en forma de añicos de cristal trayendo a primer plano la oronda y risueña de la señora Clinton.1 Con esta metáfora, la candidata se presentaba al mundo luciendo la insignia de haber logrado resquebrajar el “techo de cristal” (Para quienes no estén familiarizados con la expresión: conjunto de obstáculos invisibles que supuestamente encuentran las mujeres para alcanzar la posición más alta en una jerarquía, sea laboral, política, empresarial o académica).

 

Desde aquella pantalla de plasma, sus primeras palabras fueron de agradecimiento a sus seguidores y seguidoras por haberla ayudado a “agrandar la grieta en el techo de cristal”. Después se dirigió, con tono de maternal complicidad, a las niñas que “ahí fuera” estuviesen viéndola, para darles la buena nueva de que “puede que yo me convierta en la primera mujer presidente, pero una de vosotras puede ser la próxima”. El mensaje estaba claro: su logro abría el camino a las demás ¿A todas? Lo discutiremos después ¿A dónde? Ateniéndonos a la larga trayectoria política de la señora Clinton, el camino enfila hacia la matanza de millones de personas en “guerras humanitarias”, la tortura en cárceles secretas, la conspiración para asesinar a líderes populares como Berta Cáceres, el apoyo al Estado de Israel para que prosiga el genocidio palestino...; sin olvidar recetas más caseras como seguir recortando prestaciones a las familias con bajos ingresos, mantener los salarios a nivel de miseria, renovar a la policía la licencia para matar en los barrios pobres, encarcelar masivamente a la clase trabajadora... En definitiva, el camino de la señora Clinton desemboca en el apuntalamiento del sistema que causa inmenso sufrimiento a la mayoría de mujeres y hombres, niñas y niños en el mundo.

 

Evidentemente, estas no han sido históricamente las aspiraciones del movimiento feminista, ni lo es del feminismo revolucionario. Muy al contrario, la lucha contra la opresión de las mujeres siempre estuvo unida a la lucha contra otras opresiones y contra la explotación capitalista y su expansión imperialista, que tiene efectos especialmente nocivos para las mujeres y niñas de clase trabajadora dentro y fuera de los Estados Unidos. El feminismo de pacotilla -y ciertamente elitista- de la señora Clinton y otras liberales de su cuerda, no es sino una cortina de humo que oculta sus verdaderos intereses, que no son otros que los de perpetuar los privilegios de la clase a la que pertenecen, además de servirles de instrumento para su promoción personal. De ahí que la probabilidad de que surja esa “una de vosotras que puede ser la próxima” en los barrios deprimidos -o incluso los llamados de clase media- de Detroit, Baltimore o San Francisco sea cero. No son estas las receptoras de la buena nueva de la señora Clinton. Nutrido del ideario posmoderno, el feminismo liberal que ella representa -en realidad un pseudo-feminismo-, sólo tiene ojos para las diferencias de género, raza u orientación sexual; las de clase no las mira, las invisibiliza, porque su objetivo es mantenerlas e incluso agrandarlas. Son esas diferencias -abismales en la tierra del Tío Sam- las que impiden a millones de mujeres y hombres alcanzar techos aún más bajos que los suyos, techos que son de materia más dura que el cristal.

 

“¿Dudaría ni un segundo una feminista en decir que la clase trabajadora se merece un salario digno, especialmente las mujeres que llevan en esto la peor parte?”, se preguntaba la líder del grupo anti-militarista Pink Code. La señora Clinton -Killary para sus amigos-, sí. El supuesto carácter feminista de la aspirante a la Casa Blanca divide a la opinión pública del país. Ella tiene una amplia cohorte de seguidoras entusiastas, y para las posmodernas no hay problema: “lo importante es la representación”. Si miramos hacia los alrededores de la Convención, donde tuvieron lugar diversas manifestaciones de protesta contra lo que representa la señora Clinton, encontramos opiniones como la de Ana Martina, una de tantas activistas comunitarias de origen hispano, para quien “Ha habido una suerte de feminismo institucional que ha sido promovido por mujeres como Hillary Clinton (…) Creer que una está representada por una feminista en la persona de Hillary Clinton es totalmente erróneo; ella es un candidato de la derecha, ni mejor ni peor que Trump”. Otras declaran que el alegado feminismo de la Clinton “es un disfraz para tapar su corrupción y su nefasta política exterior”, o que “está bien tener una mujer de presidente, pero Hillary no es la mujer correcta”. Para estas mujeres lo importante es favorecer a la clase trabajadora y por ende a su mitad femenina.2

 

Como el progresismo que la señora Clinton quiere representar no pasa por estos derroteros, todo se le vuelve hacer guiños a las mujeres, las minorías raciales y los grupos LGTB. Llevó a cabo su campaña como aspirante a la candidatura demócrata pretendiendo que su condición de mujer y su experiencia la ponían en mejor posición que a su contrincante por la izquierda, Bernie Sanders, contra quien -entre otras artimañas- lanzó la acusación de sexismo e incluso lo extendió a sus seguidoras cuando vio que estas subían como la espuma (empresa en la que tuvo el apoyo de su amiga Madeleine Albright, otra del club de las rompetechos).3 Por supuesto, al igual que su progresista predecesor, Barak Obama, su Secretaria de Estado, notable mentirosa compulsiva, va a incumplir escrupulosamente todo o casi todo lo prometido.4 No sólo eso: si titubea a la hora de responder que está a favor del aumento del salario mínimo, no lo hace cuando afirma que estaría dispuesta a apretar el botón nuclear contra Irán, Rusia o China (o lo que se le ponga), siguiendo la estela del apagado presidente, el premio Nobel de la Paz que ha superado a Bush junior en su política belicista -y represiva en casa.

 

También Barak Obama rompió su propio techo de cristal al convertirse en el primer presidente negro de los Estados Unidos. Vestido con el manto de Martin Luther King, encandiló a la mayoría de la población afro-americana, mientras los medios de comunicación y think tanks lacayos proclamaban el comienzo de la era pos-racial (el racismo se había acabado). La realidad es que, tras ocho años de mandato del primer negro presidente, las condiciones de vida de la población afro-americana, salvo las de esa élite ilustrada que tiene comprada el partido demócrata, han empeorado de manera notable, como es público y notorio, aunque no publicitado. Ahora toca celebrar que su posible sucesor será una mujer; y así la clase liberal podrá dar por iniciada una nueva era pos-género (el sexismo se ha acabado) en la que las mujeres de la clase trabajadora -blancas, negras, latinas, asiáticas o indígenas- seguirán siendo oprimidas y explotadas; los techos que ellas tienen que romper son otros.

 

Que Killary Clinton se presente como feminista, anti-racista y defensora de los derechos humanos es un insulto a la humanidad y su inteligencia, como lo es que se cifre el avance de las mujeres en los logros personales, profesionales, políticos o financieros de un grupo de mujeres de la elite social; porque estas no van a alterar un ápice los objetivos y los medios que aplicaría un varón de su misma clase. Ejemplos no faltan. Ahora tenemos a otra dama de hierro en el Reino Unido que también estaría dispuesta a apretar el botón de marras (hay que agradecerle, con todo, que no vaya de feminista). Estos no son los techos que el movimiento feminista, ni ningún otro implicado en la lucha contra las opresiones, la explotación y la miseria que genera el sistema capitalista, está llamado a romper; sino los mecanismos que permiten que dicho sistema se reproduzca. Por eso debemos denunciar las falacias que encierra el feminismo liberal de pose que encarnan las rompetechos de luxe. Por eso, señora Clinton: Shame on you!!

1Lo podéis ver en democracynow.org (27 julio 2016) a partir del minuto 5:17: “Biggest Crack in Glass Ceiling Yet”.

2Estas declaraciones, en el artículo de Alice Speri, “Hillary Clinton's nomination met with joy from many women at DNC, but disenchantment from others”, en The Intercept (29 julio 2016).

3Las artimañas contra el social-demócrata Sanders las ha expuesto Wikileaks recientemente. Desde luego, la mejor forma de cargarse el feminismo es llamar “feminist icons” a señoras como Albright o Gloria Steinem, una de esas feministas liberales que aconsejan a la Clinton, como hace el International New York Times (7 febrero 2016) entre otros medios corporativos.

4Para ilustrar, véase en globalresearch.org el vídeo “Hillary Clinton is a Political Liar: Lying for 13 Minutes Straight?” (30 julio 2016).


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