"el productor individual obtiene de la sociedad —después de hechas las obligadas deducciones— exactamente lo que ha dado. Lo que el productor ha dado a la sociedad es su cuota individual de trabajo. Así, por ejemplo, la jornada social de trabajo se compone de la suma de las horas de trabajo individual; el tiempo individual de trabajo de cada productor por separado es la parte de la jornada social de trabajo que él aporta, su participación en ella. La sociedad le entrega un bono consignando que ha rendido tal o cual cantidad de trabajo (después de descontar lo que ha trabajado para el fondo común), y con este bono saca de los depósitos sociales de medios de consumo la parte equivalente a la cantidad de trabajo que rindió. La misma cantidad de trabajo que ha dado a la sociedad bajo una forma, la recibe de ésta bajo otra distinta." Karl Marx, Crítica al Programa de Gotha, 1875
La pertinencia del debate
La actividad habitual en una reunión de formación o en un grupo de lectura marxista está encaminada en gran medida a que los participantes lleguen a conocer cuáles son las reglas con las que funciona el modo de producción capitalista y cuáles son las limitaciones y desequilibrios con los que inevitablemente nos topamos en las sociedades que -como la nuestra- se rigen por él. Cuando en estas reuniones un o una camarada, quizás el más nuevo o la más sincera, expresa su incapacidad para imaginar cómo se podría llevar a cabo determinada cosa de otra manera o pregunta inocentemente cuál sería la manera comunista de hacerlo, las respuestas más usuales suelen ser generalidades o evasivas.
Desde que se publicó El capital los marxistas disponemos de un fino marco de comprensión y crítica del modo de producción capitalista, podemos explicar sus crisis y tendencias de forma más satisfactoria que cualquier otra teoría económica, hemos desarrollado una teoría del estado burgués, incluso nos hemos dotado de una completa teoría revolucionaria. Sin embargo, no es nada habitual oír hablar hoy día en cualquier ámbito marxista de posibles modelos alternativos propios.
En alguno de los textos de la bibliografía se valoran posibles motivos para que esto sea así (Kliman, 2006). Podemos subrayar la importancia de dos de ellos. Por un lado, para determinado grupo de edad, la convivencia durante décadas con países que eran identificados -empezando por sí mismos- como comunistas, derivaba en que hubiera pocas dudas de que el comunismo debía ser lo que quiera que esos países hicieran, incluso sin tener una conciencia muy profunda de cómo o con qué éxito hacían esos países para planear, producir y distribuir el producto social. Esto trajo como consecuencia que el deslizamiento en pocos años de esos países hacia un capitalismo salvaje convirtiera para mucha gente la confianza más despreocupada en el desconcierto y el desaliento más absolutos. Por supuesto, a las generaciones posteriores, las que formaron su conciencia tras la caída de la Unión Soviética, la historia les había dejado escrito que no había alternativas viables al capitalismo.
El otro gran motivo para que no se discuta de modelos alternativos al capitalismo hunde sus raíces en las practicas históricas de organizaciones y pensadores marxistas. Es muy probable que estas prácticas hayan estado relacionadas en algunos casos con el motivo anterior: no se podía hablar de un comunismo mejor porque eso podría ser interpretado como una crítica debilitadora de los regímenes realmente existentes. Pero el tiempo transcurrido desde la caída de la Unión Soviética ha sido suficiente para que podamos pensar que debe haber algo más. Quizás Andrew Kliman dé con la clave cuando señala que este silencio tiene un fuerte anclaje en la interpretación que se ha hecho de la prevención de Marx hacia los modelos de futuro. Si es así, el propio Kliman se encarga de intentar relajar esta postura.
Es cierto que Marx cargó durante toda su vida contra las respuestas fáciles, las propuestas utópicas, las propuestas que no eran más que capitalismo maquillado o las que pretendían imponer a la clase trabajadora desde fuera la solución trazada por una vanguardia. Su trabajo se centraba en la tarea invalorable y rigurosa de analizar científicamente el capitalismo, identificar sus limitaciones intrínsecas y dejar en evidencia la necesidad de su superación. Esta certeza debía ser un detonante en manos de una clase obrera que cobraba conciencia de sí misma y confiaba en sus fuerzas crecientes y en el poder de la ciencia y la razón.
Pero si debemos adaptar nuestros métodos de lucha a la realidad cambiante del momento, la situación en el siglo XXI ha cambiado en un aspecto muy relevante respecto a la del siglo XIX: los trabajadores de hoy día piensan que la alternativa al capitalismo ya se ha probado y no ha funcionado. En estos momentos no hay en la mente de estos trabajadores un horizonte de lucha que desemboque en una sociedad no capitalista, están convencidos de que el límite son las reformas. Para volver a colocar al comunismo en el horizonte de alternativas posibles no basta con demostrar el carácter explotador e inestable del capitalismo, hay que demostrar que existe una alternativa y que es creíble. Para ello hay que dar un primer paso: volver a abrir el debate entre los propios comunistas; construir o confrontar opciones y variantes, de manera distendida pero seria, siendo sinceros con la complejidad de la tarea y tajantes con su necesidad, sacando provecho de los errores aprendidos y de las nuevas posibilidades técnicas. Exigirnos el rigor que Marx aplicaba no es ningún impedimento para pensar y debatir.
En cualquier caso, y dado el criterio de reserva que siguió Marx, surge la duda de si existe apoyo para vislumbrar algo así como su lectura del comunismo. Sus citas explícitas más famosas, en especial el famoso pasaje de la Crítica al Programa de Gotha tienen bastante trasfondo -como veremos luego-, pero son textos muy breves. Sin embargo, frente a esta ausencia de textos explícitos, dos de los autores coinciden en señalar abiertamente que es posible encontrar destellos de la idea de Marx sobre el comunismo a partir de sus escritos sobre el capitalismo. Veámoslo con sus palabras:
“Todo el mundo sabe que Marx escribió poco sobre la sociedad socialista, mucho menos que sobre la capitalista; pero cuando lo hizo, no lo hizo tanto en el texto al que todo el mundo se refiere al tratar este tema, y que no era sino un corto escrito donde en realidad se debatía el programa político de un determinado partido socialista [N. del E.: Crítica del Programa de Gotha], sino en el interior de sus trabajos teóricos fundamentales, donde la reflexión básica versaba sobre la sociedad capitalista. Todas las ideas de Marx sobre el comunismo y el socialismo deben entenderse en ese contexto y analizarse sobre la base de su teoría de la sociedad capitalista, que él expuso sobre todo en El capital (1867, 1885, 1894, incluido su volumen cuarto, que es la historia de las Teorías de la plusvalía: Marx, 1862-3), y en los trabajos preparatorios que condujeron a él, en especial la Contribución a la crítica de la economía política (Marx, 1859) y los Grundrisse (1857-58)” (Guerrero, 2007)
“Incluso más importante que las afirmaciones explícitas de Marx sobre la nueva sociedad lo es la fuerza global de su crítica de la economía política. Aún siendo cierto que dedicó su energía teórica a ‘el análisis crítico de los hechos presentes, en lugar de escribir recetas … para las cocinas del futuro’ (epílogo a la segunda edición de El Capital), la crítica que él practicaba no era la mera crítica social negativa. Era un camino hacia lo positivo. Él ayudó a clarificar lo que es el capital y cómo opera, y mostró que las alternativas de izquierdas fallarían mientras se limitaran a combatir las manifestaciones exteriores en lugar de al capital mismo. Al hacer esto, ayudó a clarificar lo que la nueva sociedad no debe y no puede ser – lo que ya es tanto como decirnos bastante sobre lo que debe ser y será. ‘Toda negación es determinación’ (Marx, borrador del Vol. II de El Capital).” (Kliman, 2004)
Así, con más posibilidades en nuestras manos, presentamos una modesta relación de textos, actuales y en castellano, que tratan de aportar reflexiones, destellos, técnicas o modelos sobre el comunismo en Marx. Y decir el comunismo en Marx no es una redundancia, pues deja fuera falsas propuestas no marxistas como el socialismo de mercado, la mera propiedad estatal de los medios de producción (necesaria pero no suficiente) (Nieto, Catalá, 2016) o la ausencia de control efectivo de los trabajadores. En cualquier caso, creemos que sería de aplicación general la advertencia que el propio Guerrero realiza sobre su trabajo: “el enfoque que utilizaremos en nuestro análisis se inspira en la teoría de Marx, pero lo hace de la única manera legítima en que creemos que es posible hacer esto, es decir, presentándolo al mismo tiempo como una determinada interpretación personal que el autor ofrece de esa teoría, sin pretender que sea la única posible”. Es decir, las propuestas que nos hacen estos autores son una invitación a empezar el trabajo y la discusión, algo que se pone de manifiesto en determinadas discrepancias entre ellos; en ningún caso hay que considerarlo una propuesta cerrada para adoptar ciegamente.
Manos a la obra
La idea de hacer el monográfico de formación sobre este tema surgió tal y como se cuenta al principio de este documento. Una de estas veces en la que alguien plantea, al estudiar un aspecto del capitalismo, que no ve muy claro cómo se podría hacer de otra manera, un par de camaradas recordaron haber leído un libro reciente que dedicaba su último capítulo a presentar para el debate ciertas propuestas para una sociedad comunista basada en criterios marxistas (Nieto, 2015). Uno de ellos se comprometió a preparar una exposición sobre el tema y, tras recopilar material más variado, la sesión inicialmente planeada se convirtió unos meses más tarde en un monográfico de seis sesiones con un debate muy participativo. En esta sección os presentamos alguno de los puntos clave de estas reuniones por si os pueden ser de ayuda para organizarlas en vuestro grupo o para abordar la lectura en solitario.
Lo primero que hay que aclarar es que una sesión de este tipo abre las puertas a muchos aprendizajes colaterales. Y afrontarlos desde un punto de vista constructivo (con el interés de estar planeando la economía que a ti te interesa) hace a los participantes más receptivos a captar determinados conceptos generales que cuando se hace a partir de la crítica al capitalismo. Por ejemplo, el objetivo de la ciencia económica -resolver cómo la sociedad produce y distribuye los medios con los que se regenera-, o la idea del excedente -que no es exclusivo del capitalismo si queremos que esa sociedad tenga más comodidades o trabaje menos en el futuro-, son conceptos que se fijan solos si los asimilas como un objetivo del modelo de economía que tú mismo estas construyendo.
El texto de Nieto es muy didáctico en este sentido al relacionar todas estas categorías con decisiones que la sociedad comunista debe resolver democráticamente. Así entramos en la planificación de alto nivel, donde decidimos cómo repartir el producto anual neto entre inversión, servicios públicos y consumo; reparto que da pie a explicar estos conceptos y las posibilidades de jugar con ellos según queramos orientar nuestra economía. Pasa igual con la duración de la jornada laboral o la edad de jubilación, factores que afectan al volumen de la fuerza de trabajo de que se dispone en un momento dado para resolver el trabajo social deseado. En este punto ya se enfrentan los participantes con las primeras decisiones difíciles, pues comprueban que todas las variables están relacionadas y que, por ejemplo, sacrificar la partida de inversión para conseguir una jornada laboral más corta supone renunciar a los planes de crecimiento que permitirían el desarrollo que deseábamos para el año próximo. Se rompe así la falsa ilusión de una liberación del capitalismo para hacer cada uno -el individuo o su grupo- “lo que le dé la gana” (problema planteado en Kliman 2006) y se introduce el concepto de plan colectivo y democrático.
En el aspecto técnico de la planificación, Nieto se remite a los trabajos de Cockshott y Cottrell, dos académicos galeses que llevan treinta años defendiendo la viabilidad de la planificación económica socialista apoyada en la capacidad de cálculo y las comunicaciones actuales. Aunque su trabajo tiene un fuerte componente matemático, tienen la rara habilidad de escribir para la divulgación entre la gente normal, y no solo para que les entiendan otros intelectuales. Frente al mecanismo ciego del mercado, sus modelos permiten planificar de acuerdo a los medios materiales con los que se cuenta al empezar, a las horas de trabajo disponibles socialmente e, incluso, con respecto a variables tales como la minimización del impacto ambiental. No solo eso, la planificación potenciada por la técnica actual tiene además una característica que desmonta un tópico en su contra: durante la duración del período cubierto por el plan se están recibiendo señales continuas de las preferencias de los consumidores, lo que permite reaccionar sobre la marcha y hacer ajustes dinámicos y finos de la producción para adaptar la previsión a la demanda real.
Además, los textos de Cockshott y Cottrell tienen un añadido muy interesante, y es que se apoyan continuamente en ejemplos de problemas reales de la economía soviética para investigar cuál podría ser su causa más probable y comprobar si su propuesta los evitaría. Consiguen hacerlo de una forma bastante ecuánime, explicando qué problemas se debían a los medios de la época, qué figuras se dieron cuenta -en muchos casos técnicos, matemáticos o economistas anónimos-, cómo intentaron solucionarlos y con qué resultados, etc. En cualquier caso, y dado que es un tema que mucha gente tiene ganas de tratar, en las sesiones que se realizaron hubo que recordar en varias ocasiones a los participantes que el objetivo era explorar posibles modelos de comunismo futuro, intentando buscar el balanceo que permitiera aprender del pasado sin quedarse en él. No en vano, Marx solo vivió la experiencia de la Comuna de París, de la cual extrajo numerosas enseñanzas; nosotros partimos de un conjunto de experiencias mucho más amplio y complejo, con modelos muy distintos como los de la URSS, Yugoslavia, China, etc.
Uno de los problemas que más preocupa a los economistas marxistas, y que ha sido constatado en la práctica, es el del incremento de la productividad y de la innovación. El capitalismo no tiene que hacer nada especial para favorecer esta carrera, está implícita en la lógica que lo gobierna: la competencia entre capitalistas les lleva a intentar reducir costes aplicando tecnología ahorradora de trabajo. En el capitalismo y en el comunismo la clase beneficiada será distinta, pero el interés en estas dos variables es igual de vital. El ahorro en tiempo de trabajo del capitalista incrementa su beneficio privado al vender más, mientras condena a más trabajadores al desempleo. En la sociedad comunista el trabajo cada vez más automatizado redundaría, según la decisión de la sociedad, en mayor tiempo libre para los trabajadores (rebaja de la jornada laboral o de la edad de jubilación), en más artículos de consumo o en desviar los recursos para aumentar la disponibilidad de otros bienes o nivelar el desarrollo de otras regiones.
Este interés por el incremento de la productividad, el ahorro de tiempo de trabajo y el fomento de la innovación es el que lleva a Diego Guerrero a presentar una propuesta en la que el plan global deja más libertad a los niveles de decisión inferiores: los representados por empresas y trabajadores. Para ello, comienza aclarando determinados conceptos que parecen, equivocadamente, asociados al capitalismo, como es el concepto de empresa. Guerrero nos presenta un sistema en el que las empresas socialistas se pueden crear o quebrar (siendo sus trabajadores reubicados en otras empresas) y están en continua innovación por diferenciarse unas de otras en la producción al menor coste en horas de trabajo. Un sistema en el que hay inversión disponible para aquellas ideas que superan un estudio de viabilidad y proponen nuevas líneas de productos con demanda social potencial o para tecnologías que ahorran trabajo. Guerrero se apoya en la medición y remuneración de costes en horas de trabajo -de lo que hablaremos luego- para explicar porqué su sistema no desarrolla el mercado ni la explotación. En cualquier caso, esta propuesta no es sustitutiva de la defendida por Nieto, Cockshott y Cottrell, sino que la corrige en varios aspectos y aboga por un balanceo distinto de la planificación.
Antes de abandonar el tema de la planificación hagamos una precisión. Nunca debemos olvidar que el cometido de la planificación es el de proporcionar las herramientas con las que evaluar la viabilidad de los objetivos que, democráticamente, queremos marcarnos y, tras su aprobación, disponer los recursos necesarios y medir el cumplimiento. La planificación no es un fin en sí misma. En concreto, no es tarea de la planificación ni del cuerpo técnico que ayuda a desarrollarla el plantear ellos mismos los objetivos que hay que perseguir. Los objetivos son decisión democrática de toda la ciudadanía, o sea, de los trabajadores, “pues en el comunismo se identifican trabajador y ciudadano” (Guerrero). Si no, caeríamos en un sistema en el que “el socialismo es reducido a ingeniería social por un Poder situado por encima de la sociedad. Una vez más, no se trata de negar que el socialismo efectivo requiera una planificación global […]; pero la reducción del socialismo a la producción planificada es algo totalmente diferente.” (Draper, 2016; énfasis en el original). Si no supiéramos establecer y defender esta distinción acabaríamos bajo el control de una burocracia o de una tecnocracia.
El caso de la productividad y la innovación es uno los múltiples problemas que los asistentes plantean durante la sesión. En algunos casos las preguntas se exponen con un poco de vergüenza, pues pueden parecer tópicos, como la pregunta de qué hacemos con los que no quieran trabajar. Sin embargo, un economista marxista de renombre como Kliman no menosprecia la pregunta: “El problema del fingimiento del tiempo y esfuerzo de trabajo es muy difícil de resolver.” (Kliman 2006). En conjunto, entre todos los autores se aportan muchos enfoques con los que abordar estos problemas y otros, muchas veces dando la vuelta al argumento y demostrando que algunas de estas dudas surgen de trasladar tramposamente al comunismo la forma de pensar del capitalismo.
Antes de terminar este repaso, no queremos dejar de subrayar dos puntos comunes a todas las propuestas presentadas.
Todos los autores incluyen en sus textos algún desarrollo sobre el tránsito de una sociedad capitalista a una comunista. Todos siguen el enfoque marxista de la caracterización del Estado actual como un Estado de clase, cuya superación requiere de la ruptura revolucionaria. Kliman (2004) lo hace desde un punto de vista más filosófico, planteando la imposibilidad teórica de un socialismo que se geste poco a poco dentro de un capitalismo que siempre tiene ambición global. Por su parte, tanto Nieto como Guerrero explican además las fases en que tradicionalmente se divide ese postcapitalismo: a) la fase de inestabilidad sería una fase -necesariamente corta- en la que las fuerzas de las antiguas clases aún combaten abiertamente contra la nueva sociedad; en ella los trabajadores tendrán que elegir de forma táctica a quién se combate y con quién se establecen alianzas temporales; b) el comunismo de transición es la fase que tradicionalmente se ha llamado con el nombre de socialismo (paso previo al comunismo), una fase en la que el comunismo como tal aún no se da, pues sigue activo el conflicto con los restos materiales y mentales de la antigua sociedad; y c) la anterior fase de transición debe dar lugar a un desarrollo de los medios de producción y a una interiorización del nuevo sistema que posibiliten la llegada al comunismo puro. Las características definitivas de ese sistema comunista final dependerá en gran medida de lo que aprendan y experimenten aquellos a los que les toque ponerlo en marcha; por lo que respecta a nuestro ámbito de acción, los modelos que aquí presentamos se enmarcan dentro de la fase b, la de comunismo de transición o socialismo. Además de contar con la explicación detallada que ofrecen los textos de la bibliografía, recordamos que los escritos en los que Marx y Engels caracterizan el Estado burgués sí son abundantes y explícitos. Se puede encontrar una recopilación en la sección de formación del EEC.
Por último, señalar un elemento que, pese a estar presente en el breve párrafo de Marx que todo el mundo menciona, no ha podido ser puesto en práctica todavía en ninguna experiencia real que se haya denominado socialista. Y es un elemento que todos los autores aquí recogidos incluyen en sus propuestas actuales. Nos estamos refiriendo a realizar la contabilidad social, la planificación y el pago a los trabajadores en horas de trabajo, no en dinero. Cuando tuvieron lugar las primeras discusiones de los economistas soviéticos en los años 20 del siglo pasado, la cuestión se despachaba en segundos: para los medios técnicos de aquella época la idea era de ciencia ficción. En su lugar, se siguió manejando el dinero y, mientras la planificación se centraba en materias primas y bienes de producción, se llevó a cabo en especie. Hoy en día, la computación y las comunicaciones permitirían por primera vez realizar esa propuesta a una escala global. La lista de implicaciones, incertidumbres y posibilidades se desgrana en los textos recomendados y no vamos a resumirla aquí, pero ya el hecho de eliminar el fetichismo del dinero y sacar a la superficie que lo que aporto y recibo de la sociedad es tiempo de trabajo, mío y de otros, abre vías que a cualquier marxista le gustaría explorar.
Una vez hecha esta exposición genérica y abierta, creemos que queda patente que no tienen sentido las críticas que acusan de vanguardismo a la propuesta de iniciar ya la reflexión y el debate sobre la futura sociedad comunista (recogidas en Kliman 2004). Dejar a la espontaneidad del día después de la revolución el comenzar a pensar sobre cómo organizar la economía no es antivanguardismo, sería más bien crear el caldo de cultivo para que en ese momento se desarrollen el oportunismo, el caudillismo o la vuelta al mercado. Este momento es tan bueno como cualquier otro para “empezar a desarrollar el necesario análisis comparativo entre la sociedad capitalista y la postcapitalista, o comunista, puesto que una comprensión de las diferencias básicas que resultan de dicha comparación es uno de los bagajes más importantes que debe conocer cualquier ciudadano interesado en la superación efectiva del capitalismo, al menos si quiere contribuir a la construcción social positiva sabiendo hacia dónde se dirigen sus esfuerzos y los de sus iguales, en vez de hacerlo a ciegas” (Guerrero, 2007)
Comisión de Formación del EEC. Septiembre de 2018.
Bibliografía
Los textos están listados -y enlazados si ha sido posible- en la página web del monográfico salvo mención en contra. Además, muchas de las obras aquí recogidas tienen a su vez una extensa bibliografía que permite ampliar mucho las lecturas, aunque gran parte de ese otro material suele estar en inglés.
Draper, Hal. El socialismo desde abajo. 2016. Maia ediciones. No incluido en el monográfico.
Guerrero, Diego. 2007. Valores, precios y mercados en el postcapitalismo.
Kliman, Andrew. 2004. Alternativas al Capitalismo: ¿Qué Ocurre Tras la Revolución?.
- 2006. No solo con la política.
Marx, Karl. 1875. Crítica al programa de Gotha.
Nieto, Maxi. 2015. Cómo funciona la economía capitalista.
Nieto, Maxi; Catalá, Lluís. 2016. Reabriendo el debate sobre la planificación socialista de la economía.