El anticomunismo no es algo nuevo. Existe desde que surgieron las primeras organizaciones obreras, incluso antes: desde que los primeros teóricos comunistas empezaron a difundir sus ideas.
El anticomunismo español tiene su propia historia.
El franquismo fue ante todo anticomunista. Centinela de Occidente se hacía llamar el Caudillo, por aquello de la vigilar y combatir la masonería y el comunismo internacionales.
La España heredada de Franco, primero por Suárez, luego por Felipe González vino marcada por aquél sello. El Felipe González de “hay que ser socialistas antes que marxistas”– cuyo liderazgo en un nuevo PSOE tolerado por el franquismo agonizante fue diseñado por la CIA, según cuenta Alfredo Grimaldos en su libro “Claves de la Transición”-, fue un gran anticomunista de feria. Su famosa frase “Prefiero morir apuñalado en el metro de Nueva York que de aburrimiento en las seguras calles de Moscú” era toda una declaración de principios. Luego navegaría en el Azor de Franco y diría lo de “gato blanco, gato negro, qué más da; lo importante es que cace ratones”, citando a Deng Xiaoping, para explicar su política social-liberal. Hoy es socio de Carlos Slim, uno de los hombres más ricos del mundo, y apoya a los guarimberos y terroristas que quieren acabar con la revolución bolivariana para favorecer sus intereses económicos en Venezuela. Un “socialista” de la catadura moral de Bettino Craxi o de Carlos Andrés Pérez.
Eran os años del “pragmatismo” en los que Alfonso Guerra era ya un precursor de la política espectáculo que proclamaba “prefiero un minuto de televisión que 10.000 militantes”. En estos días Pablo Iglesias afirma en una entrevista concedida a El País que la televisión es una “productora de sentido común”, ese concepto con el que Podemos sustituye cualquier argumento político. Y aclara que su partido “no se explica sin la televisión”. ¡Vaya, como que nació en un plató! La televisión y las redes sociales, son los gran entontecedores de masas, donde algo es verdad porque sale en ellas y se repite.
Ese vaciamiento de la identidad política y la reideologización subsiguiente, a la que están siendo sometidas las clases populares, han permitido a Pablo Iglesias hacer gala de su cinismo anticomunista sin inmutarse al declarar que “Marx y Engels eran socialdemócratas”, negando de un plumazo el carácter comunista y revolucionario de ambos.
Leamos que decía Marx de la socialdemocracia en “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”:
“A las reivindicaciones sociales del proletario se les limó la punta revolucionaria y se les dio un giro democrático; a las exigencias democráticas de la pequeña burguesía se les despojó de la forma meramente política y se afiló su punta socialista. Así nació la socialdemocracia. La nueva Montaña [el partido de la pequeña burguesía], fruto de esta combinación, contenía, prescindiendo de algunos figurantes de la clase obrera y de algunos sectarios socialistas, los mismos elementos que la vieja, sólo que más fuertes en número. Pero, en el transcurso del proceso, había cambiado, con la clase que representaba. El carácter peculiar de la socialdemocracia consiste en exigir instituciones democrático-republicanas, no para abolir a la par los dos extremos, capital y trabajo asalariado, sino para atenuar su antítesis y convertirla en armonía”
Engels tampoco fue especialmente amable con la socialdemocracia en su prefacio a la edición polaca de 1892 del “Manifiesto Comunista” (1848);
“Y, sin embargo, cuando apareció no pudimos titularlo Manifiesto Socialista. En 1847, se comprendía con el nombre de socialista a dos categorías de personas. De un lado, los partidarios de diferentes sistemas utópicos, particularmente los owenistas en Inglaterra y los fourieristas en Francia, que no eran ya sino simples sectas en proceso de extinción paulatina. De otra parte, toda suerte de curanderos sociales que aspiraban a suprimir, con sus variadas panaceas y emplastos de toda suerte, las lacras sociales sin dañar en lo más mínimo al capital ni a la ganancia. En ambos casos, gentes que se hallaban fuera del movimiento obrero y que buscaban apoyo más bien en las clases “instruidas”. En cambio, la parte de los obreros que, convencida de la insuficiencia de las revoluciones meramente políticas, exigía una transformación radical de la sociedad, se llamaba entonces comunista. Era un comunismo apenas elaborado, sólo instintivo, a veces un poco tosco; pero fue asaz pujante para crear dos sistemas de comunismo utópico: en Francia, el “icario”, de Cabet, y en Alemania, el de Weitling. El socialismo representaba en 1847 un movimiento burgués; el comunismo, un movimiento obrero. El socialismo era, al menos en el continente, muy respetable; el comunismo era precisamente lo contrario. Y como nosotros ya en aquel tiempo sosteníamos muy decididamente el criterio de que “la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma”, no pudimos vacilar un instante sobre cuál de las dos denominaciones procedía elegir. Y posteriormente no se nos ha ocurrido jamás renunciar a ella.”
Que Marx y Engels estuvieran ligados al Partido Obrero Socialdemócrata Alemán (SDAP) dirigido por Wilhelm Liebknecht, uno de sus seguidores, se debe a que la orientación de este partido era entonces revolucionaria. La fusión posterior del SDAP con la secta lassalleana, adoptando el ultrarreformista Programa de Gotha, fue combatido duramente por ambos pensadores revolucionarios, que llegaron a plantearse su continuidad o no en lo que luego se llamaría SPD.
Para que se me entienda: mientras la socialdemocracia de los herederos de Lassalle, Kaustky, Berstein y demás pandilla es gradualista y reformista, no cuestiona el orden democrático burgués, ni el sistema capitalista, los comunistas buscamos la ruptura radical con el capitalismo por vía revolucionaria y planteamos que, tras la toma (no la ocupación electoral) del Estado, este debe ser destruido en su estructura burguesa para ser sustituido por un Estado de la clase trabajadora.
Tras la majadería del farsante Pablo Iglesias sobre la supuesta condición socialdemócrata de Marx y Engels para escamotear que eran comunistas (como hizo en su día el 15M con su “sin banderas”, para obligar a los comunistas a prescindir de ellas y de sus propuestas), Alberto Garzón se permitió el lujo de declararse de tal ideología. Con ello sólo quería cubrir un supuesto flanco izquierdo electoral a la coalición. Garzón, el PCE e IU, de comunista sólo tienen el nombre pues, en cuanto a definición de lo que es ser socialdemócrata, los tres cumplen al dedillo tales requisitos.
Hoy la pantalla, el vídeo de youtube o la última simpleza viralizada en twitter, son el soma desde el que se trata a la audiencia, no como público, ni siquiera como personas, sino como epsilones cuya función excluye el pensar y se centra en repetir como reflejos condicionados los eslóganes de una absurda campaña plagada de elipsis, ocultaciones y mentiras y en aplaudir a unos líderes mezquinos a la altura de un tiempo mediocre.
Es en ese contexto de desmemoria, vacío de contenidos, disimulos, engaños, cinismo y reideologización reaccionaria, donde todos corren para situarse más y más a la derecha, las 4 candidaturas principales de esta campaña vomitan su anticomunismo más repulsivo. Unos (PP, PSOE, Ciudadanos) acusando a los otros de comunistas, bolivarianos, “extremistas”. Los otros (Unidos Podemos) girando, ante cada acusación de radicales por sus tres competidores, otros 30 grados a la derecha y añadiendo una ristra de nuevos insultos a los comunistas para tranquilizar a los sectores más reaccionarios (amplios) de sus potenciales votantes y al capital, que ya le ve como su caballo de refresco:
Pablo Echenique (ex votante de Ciudadanos y partidario de la invasión de Irak en su día): “El comunismo es algo viejo, que no funcionó”
Íñigo Errejón: “Los comunistas y los socialdemócratas son especies del pasado” . Seguramente su ideología peronista, que reconoce un “hilo” común con Marine Le Pen, de “la necesidad de volver a reconstruir comunidad y sentirse parte de algo” sea algo muy moderno para él.
Owen Jones (esa especie de Errejón británico), una de las referencias europeas de Podemos: “Venezuela es un Estado horrible”
Pablo Iglesias: “Lo que temen realmente de nosotros es que somos la fuerza política de la ley, el orden y la democracia”. Ni el Clint Eastwood de Harry el Sucio se habría expresado así. Sin duda Ronald Reagan tenía frases muy parecidas. José Antonio Primo de Rivera, en el acto de la fundación de la Falange en el Teatro de la Comedia de Madrid el 29 de Octubre de 1933, proclamó: “El movimiento de hoy, que no es de partido, sino que es un movimiento, casi podríamos decir un antipartido, sépase desde ahora, no es de derechas ni de izquierdas”. Así se define Podemos.
¿Se sorprenden ustedes de que la cuenta de Zaragoza en Común (marca blanca podemita) en twitter expresara su entusiasmo ante el gol de Piqué al equipo de la República Checa con un “Arriba España”? Este tuit lo borraron luego pero demostraba que en sus filas hay quienes emulan con entusiasmo patriótico a los antiguos cachorros de Fuerza Nueva, los Guerrilleros de Cristo Rey o al desaparecido diario del los “excombatientes” (de Franco, claro está) “El Alcazar”. No debe nadie extrañarse entonces de que el ultraderechista Ricardo Sáenz de Ynestrillas haya declarado ya en dos ocasiones (generales anteriores y autonómicas) haber votado a Podemos.
Escribí hace más de año y medio un texto titulado “El lado fascista de Podemos del que no hablan La Sexta, Cuatro o Público”. No decía que Podemos como partido lo fuese sino que había un significado sector fascista en su interior. Hoy ya no estoy tan seguro de esa afirmación. Ese partido de ideología involutiva, con un líder saltimbanqui que afirmó en su día ser comunista, luego bolivariano -que no es lo mismo- después socialdemócrata y que acaba de admitir que hay un sector peronista en la organización (“Yo diría que sí, que Podemos tiene rasgos peronistas. Seguramente, la lectura que hace Gramsci del Mezzogiorno italiano es algo que enseña Ernesto Laclau, padre intelectual de Errejón, a entender Argentina”) está experimentando una metamorfosis en la que las palabras “patria” y “patriotismo” son ya un clásico de su lenguaje político. No vale decir que en América Latina la expresión “patria” es muy usada por los movimientos progresistas. Allí la descolonización española fue sustituida por el imperialismo norteamericano. Reivindicar aquella es un modo de reclamar la soberanía antiimperialista de los pueblos. En Europa en cambio, sabemos muy bien lo que significaron en el siglo XX las invocaciones nacionalistas a la patria, y en España particularmente. De ahí que cobre sentido la frase de Samuel Johnson “El patriotismo es el último refugio de los canallas”, especialmente hoy cuando los fascismos europeos vuelven a invocarlo. Pero hacerse fascista no es cosa de un día. Nadie se acuesta una noche “socialdemócrata” y se levanta a la mañana siguiente diciendo “Hoy tengo ganas de invadir Polonia”. Por mucho que haya dormido toda la noche con los cascos puestos mientras suena “La Walkiria” de Wagner.
Así pues, que el director del CNI (servicios secretos españoles) afirme “Con Podemos actuaría igual que con los demás gobiernos” tampoco debe ser causa de asombro. Las cloacas del Estado burgués, como primero hicieron con Felipe González, han homologado como a uno de los suyos a Pablo Iglesias. Y es que si llevas en tus filas a un amigo de los USA, según reveló Wikileaks, el ex JUJEM con Zapatero, Julio Rodríguez, encargado de la parte española de los bombardeos a Libia, te ha bendecido en reunión el embajador del Imperio e Infovaticana informa en campaña que el Papa te recibirá en Septiembre, está claro para qué sirves, a quiénes y a qué intereses.