Buscando revolucionarios para el siglo XXI, parte 3



 (Viene de parte 2)

Socialismo: el mundo en el que podríamos vivir

 

El socialismo a pesar de todo

A finales del siglo XIX y a principios del XX, el término socialismo gozaba de un gran poder de seducción. La mayoría de los partidos preocupados por “la cuestión social”, la mejora de la condición de los trabajadores y la instauración de una sociedad “mejor”, se llamaban a sí mismos socialistas o social-demócratas.

Esa popularidad del socialismo le valió ser recuperado hasta por corrientes que se oponían a él, para atraerse las simpatías de la población. Así, cuando Hitler emprendió la aventura que lo iba a llevar al poder, el partido que fundó, no lo llamó nacional-capitalista (en cuyo caso se hubiera condenado a un fracaso irremediable) sino nacional­socialista (a propósito, ¿qué partido capitalista se llama Partido capitalista abiertamente?). Después de la guerra, el programa de nacionalizaciones llevado a cabo por el gobierno laborista británico fue calificado de socialista. La fuerza de atracción del socialismo era tal en aquel entonces que, en ese país, cuando los conservadores ganaron las elecciones nacionales de 1951, se comprometieron a no derogar esas nacionalizaciones (identificadas, de manera errónea, con el socialismo). Lo que les valió un editorial del Manchester Guardian titulado Tory Socialism (es decir, Socialismo Conservador).

Hoy en día las cosas han cambiado, y mucho… para beneficio del capitalismo y satisfacción de sus beneficiarios. Pues los errores cometidos en los países “socialistas”, así como los compromisos, las traiciones y la corrupción de los gobiernos y partidos “socialistas” se encargaron eficazmente de eso. Hasta tal punto es así que el término socialismo es ahora indisociable del SPD alemán, del PS francés o del PSOE español. En el transcurso de los años, ese término ha sido deformado, desvirtuado, mancillado, desprestigiado, oprobiado, usado por las organizaciones más variopintas, gobiernos “socialistas” que en nada se distinguen de sus homólogos capitalistas.

Por su lado, los gobiernos capitalistas, demasiado contentos de enseñarnos la “suerte” que teníamos de vivir de este lado del telón de acero, aprovechaban cualquier oportunidad para denunciar los errores cometidos en los países “socialistas”. De esa forma, gracias a los potentes medios, esa propaganda machacona ha impregnado la conciencia de la mayoría trabajadora.

A pesar de ello, porque somos los herederos de una larga tradición de socialistas, adictos a la causa socialista y valientes (muchos de ellos pagaron con su vida su oposición a los gobiernos capitalistas y a sus acólitos), pero también, porque cambiar de nombre, adaptar el vocabulario cada vez que los adversarios del socialismo y la propaganda oficial se ensañan en desvirtuarlo, es capitular y exponer cada nuevo término escogido por los comunistas a nuevos intentos de denigración, quedamos apegados al uso del término socialismo, aunque otras palabras y expresiones sean igual de válidas: comunismo, democracia social, república social, etc.

 

¿Qué es el socialismo?

El socialismo no tiene nada que ver ni con los países ni con los gobiernos que se autoproclaman (o que se proclamaban) socialistas. Un régimen en el que el patrón privado ha sido sustituido por el Estado-patrón no es socialismo, sino una forma particular de capitalismo: el capitalismo de Estado. En cuanto a la gestión supuestamente más “humana” del capitalismo, propugnada por partidos tales como el PS francés, el PSOE español o el SPD alemán, ¿en qué se diferencia de la de los gobiernos de derechas? ¿Qué problemas han resuelto esos partidos reformistas? ¿Qué “humanismo” ha insuflado el reformismo en el capitalismo?

Entonces, si el socialismo no tiene nada que ver con los países o con los gobiernos “socialistas”, ¿en qué consiste? Claro está que es imposible dar un plan detallado preestablecido del socialismo. Pues el hecho es que, por una parte, el socialismo depende del estado de desarrollo en el que esté el capitalismo en el momento del establecimiento de la nueva sociedad, y por otra, las decisiones adecuadas serán tomadas a medida que se tengan que resolver las situaciones encontradas. Por eso, un plan de sociedad predeterminado sería contrario al carácter del socialismo.

Sin embargo, si comparamos el proyecto de sociedad socialista con el capitalismo, algunas líneas generales pueden ser trazadas:

1. El capitalismo está basado en la apropiación, por una pequeña minoría de la población, de los medios de existencia de la sociedad. Para permitir su administración democrática (por la sociedad entera) y la organización de la producción en el interés general, es imprescindible que la sociedad misma sea dueña de esos medios.

2. El capitalismo es un sistema mundial. Al ser éste y el socialismo mutuamente excluyentes e incompatibles, esos dos sistemas no pueden cohabitar. Por lo tanto, la socialización de los medios de producción debe efectuarse a escala mundial. Además, al tener muchos problemas (crisis económicas, pobreza, desempleo, hambre, problemas medio-ambientales) un carácter global, su única solución - el socialismo - sólo puede ser global.

3. El capitalismo es una sociedad dividida en clases sociales opuestas: por un lado, los que poseen los medios de producción - la clase capitalista - y no necesitan trabajar para vivir; por otro, los que no poseen ninguna propiedad productiva - la clase trabajadora -, y deben trabajar para los primeros para satisfacer sus necesidades. El socialismo, al eliminar la propiedad privada de los medios de existencia, suprime al mismo tiempo la desigualdad social y da origen a una sociedad sin clases.

4. En el capitalismo, los bienes y servicios son producidos para el mercado solvente con el fin de generar un provecho destinado a la minoría poseedora. En el socialismo, serán producidos en respuesta a las necesidades expresadas por la población.

5. En el capitalismo, la satisfacción de nuestras necesidades es limitada por la cantidad de dinero de que disponemos. En el socialismo, el acceso a las riquezas producidas será libre y gratuito puesto que, con la supresión de la propiedad privada productiva, desaparece la necesidad del dinero. En efecto, al volverse las riquezas producidas propiedad común de la humanidad, ¿cómo y a quién compraríamos bienes y servicios que nos pertenecen?

6. En el capitalismo, cada empresa es gestionada de manera autoritaria y egoísta para el provecho de sus dueños y accionistas. En el socialismo, al ser los medios de producción y los recursos naturales propiedad colectiva de la sociedad, los miembros de ésta podrán establecer una administración democrática que asegure la articulación y la coordinación entre las distintas unidades de producción y los centros de distribución. Liberada de la traba de la propiedad privada, la sociedad sustituirá la democracia política limitada actual por la democracia social.

La idea de una sociedad basada en la propiedad común de los medios de existencia tiene una larga historia. Es hora de reorganizar sobre esta base la economía y la sociedad, de utilizar las prodigiosas capacidades productivas del mundo actual para asegurar la satisfacción de las necesidades humanas. Es el momento del socialismo.

 

La transformación socialista de la sociedad

 

Un cambio radical

Pobreza, desempleo, falta de viviendas, hambre, guerras... a pesar de la infinidad de gobiernos variopintos que se han sucedido en el mundo a lo largo del siglo XX y XXI, ni uno de los problemas a los que se enfrentaba la humanidad hace más de un siglo ha sido resuelto... sin hablar de los que han aparecido o empeorado desde entonces: mareas negras, desertificación, contaminación, cambio climático, vacas locas, nuevas enfermedades, etc. La razón de ello es que, mientras una minoría controle los recursos productivos del planeta, las riquezas serán producidas para el provecho exclusivo de esa minoría poseedora sin tomar en cuenta los problemas creados.

Para poner término a esta situación, los comunistas se fijan como objetivo, único e inmediato, la transformación radical - revolucionaria - de las bases de la sociedad, que consiste en transferir los medios de producción y de distribución de las riquezas sociales de manos de la minoría capitalista al conjunto de la sociedad. El control de la colectividad sobre esos medios permitirá reorganizarlos de forma que puedan ser administrados, no ya en el interés egoísta de la minoría parásita, sino en el del conjunto de la humanidad.

 

Un cambio revolucionario

Si la mayoría de los trabajadores pudieran alcanzar de manera espontánea la conciencia revolucionaria, y si esta conciencia los llevara a actuar de manera unificada para derribar al sistema, en varios sentidos no serían necesarias las organizaciones revolucionarias. Pero la realidad dista de tener estas características. Existen discontinuidades espaciales y temporales entre las luchas. La clase trabajadora presenta desigualdades de conciencia y de experiencia que solo pueden ser combinadas en favor de un avance general por una organización que núclee a aquellos que ya hoy se proponen derribar el capitalismo. Para que la misma sea una organización verdaderamente revolucionaria debe surgir y existir dentro de la clase trabajadora. De las luchas diarias emergen minorías activas de trabajadores, convencidos de la necesidad de derribar al sistema, y de que solamente la acción directa y masiva de la clase obrera puede lograrlo. Su tarea es extender estas ideas en medio de las luchas, e intentar ganar para ellas a la mayoría de los trabajadores. Se trata de formar una organización separada, en condiciones de unirse a cada lucha que estalle, con el fin de hacer avanzar a todo el movimiento” (Lukacs).

Todos hemos sido educados en la sociedad existente y habitualmente la mayoría no imagina que sea posible otro tipo de sociedad. Las ideas dominantes en la sociedad son las ideas de la clase dominante y el sentido común de toda sociedad las da por supuestas. El punto es que las luchas por mejoras y reformas dentro del sistema, preparan las condiciones para desafiar al sistema en su conjunto De lo anterior se deduce que las luchas diarias por mejoras dentro del sistema tienen una importancia clave. El reformismo es la primera reacción de cualquier sector oprimido cuando empieza a movilizarse para enfrentar sus problemas.

Para que esto ocurra, la interacción entre partido y clase es crucial. Un verdadero partido revolucionario debe aprender de las luchas concretas, y generalizar las lecciones aprendidas entre toda la clase trabajadora. El partido revolucionario aprende de las luchas del conjunto de la clase trabajadora, y este es el medio para que cada sector de la clase aprenda de las mejores experiencias de lucha.

Para lograr pasar de la protesta a la revolución, son necesarias una teoría coherente y una organización adecuada. Proveer ambas cosas es tarea de la organización socialista revolucionaria. Cuando grandes luchas estallan, la conciencia de la gente cambia con rapidez. La clase dominante pone a funcionar su maquinaria de propaganda, denunciando e intentando dividir a quienes están luchando. La gente necesita una organización revolucionaria capaz de hablar sobre las luchas pasadas, el poder de los trabajadores y la posibilidad del socialismo. Y capaz también de clarificar las ideas y unificar el accionar de los trabajadores.

La organización revolucionaria se construye en la interacción entre las ideas socialistas y la lucha de clases. Solamente en medio de huelgas, manifestaciones y campañas, debatiendo y evaluando las estrategias y tácticas utilizadas, se desarrolla la conciencia, confianza y experiencia suficientes para tomar el poder y cambiar el mundo. Esto no salva al partido de cometer graves errores, pero le permite estar mejor preparado para actuar en cualquier situación. La otra mitad de la construcción se basa en desarrollar la centralidad democrática necesaria para hacer efectivo el accionar de la organización.

El partido revolucionario necesita ser democrático. Esto exige estar en contacto siempre con sus afiliados, en los lugares donde ocurre la lucha de clases, y no solamente tener un buen sistema de elección de direcciones. Necesita además ser sumamente centralizado. Esta es la condición para darle unidad teórica y práctica al mismo, a sus posiciones sobre la realidad y las luchas, a su intervención política y a su dinámica organizativa. Adecuando el equilibrio entre centralismo y democracia según las circunstancias que atraviese, y administrando el debate interno de manera que cuente siempre con el control y la crítica necesaria.

La organización socialista revolucionaria presenta de manera similar a como lo vimos en la clase trabajadora, desigualdades de conciencia y experiencia que requieren ser combinadas para permitirle un avance general. Necesita identificar qué miembros son los mejores para impulsar al conjunto del partido y de la clase hacia adelante, hacer el lento trabajo de forjar una dirección que, en medio de una situación revolucionaria, pueda tomar las mejores decisiones para llevar a los trabajadores al poder, sin proponerse nunca sustituir a la clase obrera. El partido debe tomar parte en la lucha, buscando ganar a la mayoría para sus ideas.

 

El poder de los trabajadores

Una de las ideas básicas que defendemos, es que los únicos que tienen el poder para cambiar el mundo son los trabajadores. La razón es simple: producimos y hacemos funcionar casi todo en esta sociedad. De ahí que también podamos paralizarlo, y más aún, podamos hacerlo funcionar con fines bien distintos al beneficio y el privilegio de unos pocos, como ocurre hoy en día. Pero para que esto pueda darse es necesario que tomemos control colectivamente sobre fábricas, tierras, almacenes, medios de masas, escuelas, hospitales y todo lo demás. Para nosotros el poder de los trabajadores es algo a concretar en forma directa y efectiva, en cada lugar de trabajo, de estudio, barrio y ciudad, o no será el poder de los trabajadores.

Este poder se construye en medio de las luchas, hasta crearse una situación en que surge un verdadero doble poder en la sociedad, entre el aparato estatal y las organizaciones de los trabajadores. El asunto se vuelve de vida o muerte para quienes gobiernan y para la gente, como demuestran las experiencias históricas. Otro aspecto que creemos central al considerar la toma del poder por parte de los trabajadores, es que la misma no consiste en tomar control del Estado, sino en destruir el Estado burgués y comenzar a construir un Estado nuevo. Gobierno, parlamento, ejército, policía y demás, no pueden ser reformados.

Alcanzado el poder por parte de los trabajadores, inmediatamente será necesario organizarlo y defenderlo. Al día siguiente de haber derrocado a quienes mandan, será necesario producir y distribuir alimentos, hacer funcionar el transporte y los hospitales, y así con todo. Al mismo tiempo, habrá que defender el poder de quienes hasta ayer lo ejercían, y también del imperialismo, puesto que quienes mandan a escala global querrán volver las cosas al estado anterior. Para esto, el Estado de los trabajadores deberá ser necesariamente una organización centralizada, para ejercer su autoridad sobre el conjunto de la sociedad.

De tomar el poder político, será necesario pasar a tomar el poder en la economía, iniciando el camino al socialismo. Será necesaria la nacionalización de las tierras y de los bancos, de las grandes empresas industriales y comerciales, y de los demás motores estratégicos de la economía. Y luego -lentamente- de lo demás. Se trata de combinar la acción desde abajo, estableciendo el control obrero sobre la economía, con la acción desde arriba dando legalidad a dicho control obrero. La suerte de la revolución donde haya triunfado y la concreción del socialismo, dependerán entonces del logro del poder de los trabajadores a escala global.

 

Un cambio consciente

A pesar del hecho de que los asalariados representan la inmensa mayoría de la población, soportan la dominación de la minoría capitalista. De hecho, en los países “democráticos”, es el apoyo masivo de los asalariados a los partidos pro-capitalistas, expresado a través del sufragio universal, que le da a esa minoría su legitimidad. Esta última manda porque la mayoría acepta obedecerles. En otros términos, es porque los asalariados aceptan un sistema social - el capitalismo - que, por definición, sólo puede funcionar en interés de los capitalistas, que son responsables de la perpetuación de ese sistema... y de sus problemas.

¿Por qué esta aparente contradicción entre la fuerza de la pequeña minoría poseedora y la debilidad de la aplastante mayoría trabajadora? La razón es que, desde nuestra más tierna infancia, absorbemos de forma permanente y nos impregnamos de las ideas difundidas por las instituciones más diversas: familia (que cae bajo las mismas influencias y las difunde a su vez), escuela (que desarrolla el sentimiento nacionalista a través de la enseñanza de la Historia), Religión (cuya prédica, hecha de sumisión, docilidad y resignación, favorece la aceptación del orden social existente) y, sobre todo, medios de comunicación (cuyo monopolio le da a la clase capitalista un inmenso poder de propaganda, adoctrinamiento y persuasión).

Este monopolio de la clase poseedora sobre los medios de (des)información permite a los capitalistas controlar, orientar, censurar, etc. el contenido de la información que se puede (o no) difundir (en la prensa capitalista, por ejemplo, el capitalismo mismo ni siquiera es mencionado; se lo supone tan “natural” como el aire que respiramos), de fijar los límites a los debates públicos y de privilegiar las ideas que legitiman la existencia del sistema actual. De esa forma, en el mejor de los casos, se mantiene a la población en la ignorancia de una alternativa - el socialismo - o, en el peor, se asimila a este último a regímenes dictatoriales.

De modo que, en la vida diaria, la simple mención de una alternativa basada sobre la propiedad social de los medios de producción - y de la consecuente desaparición de las características del capitalismo que van asociadas a la propiedad privada (clase capitalista, dinero, compra-venta, etc.) - a un público que ignora esos conceptos encuentra sobre todo asombro, indiferencia o incomprensión. Los medios de comunicación nos invitan así a “aceptar” el mundo tal como es “si bien, conceden a veces, no es perfecto”. El adoctrinamiento ideológico de que somos víctimas los asalariados es pues la razón por la que muchos aguantan una vida hecha de precariedad, inseguridad, incertidumbre, estrés, desempleo, etc.

A pesar de ello, la existencia de comunistas es la prueba de que unos asalariados pueden escapar a ese adoctrinamiento, que pueden ver la sociedad tal como es y no tal como nuestros dueños - y sus ideólogos - quieren que la veamos. Los esclavos antiguos y los siervos feudales pensaban, no cabe duda, que el mundo era inmutable, y que estaban condenados a padecer el yugo de sus dueños y señores... así como lo piensan los trabajadores asalariados de hoy. Pero, ¿por qué debería el sistema actual ser más “eterno” que los que lo precedieron?

Convertirse al socialismo, pues, no es una tarea imposible. Al contrario, significa simplemente: comprender la verdadera naturaleza de un sistema basado en la apropiación, por parte de una minoría privilegiada de los medios de existencia de la sociedad, y la organización, lógica e inevitable, de la producción en el interés exclusivo de esa minoría; comprender que nuestros problemas no son catástrofes naturales, como los terremotos, sino problemas sociales creados por un sistema social - el capitalismo - que unos hombres establecieron y que otros pueden derrocar; comprender que ninguna reforma combate la propiedad privada de los medios de producción y que, por lo tanto, la sociedad actual, por estar basada sobre la propiedad privada de los medios de existencia, no puede ser reformada, “humanizada” o administrada en el interés general; comprender que los trabajadores del planeta, a pesar de las diferencias de nacionalidad, de cultura, de actividad o de salario, tienen intereses comunes, que los oponen a los capitalistas; comprender que los asalariados y sus familias representan la inmensa mayoría de la población y que, por lo tanto, una vez unidos y organizados, todos sus sueños estarán permitidos. En resumen, comprender la realidad para transformarla, ¿es eso tan difícil?

 

Janus, enero de 2024

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