La evolución del capitalismo y sus estrategias tiene, como no podría ser de otro modo, efectos sobre el conjunto de la clase trabajadora, que se han analizado en los apartados precedentes de este documento en el contexto internacional, europeo y español.
No obstante, un análisis materialista no puede pasar por alto que esos efectos difieren en cierta medida y grado en función de si somos hombres o mujeres. Es por ello que abrimos este apartado en el que repasamos la situación específica de las trabajadoras en el Estado español, que es un reflejo de la de otros Estados europeos, atendiendo también a las problemáticas de las mujeres trabajadoras en los países de la periferia capitalista.
Los recortes presupuestarios en materia de gasto social (salarios indirectos y diferidos), que se vienen produciendo desde hace varias décadas a nivel global -allí donde lo hubo previamente-, suponen un ataque a los derechos de toda la clase trabajadora, pero tienen mayor repercusión en su mitad femenina, por los motivos que explicaremos más adelante.
De momento, baste decir que hay determinados servicios y prestaciones de carácter público -como los centros de día para mayores, las guarderías, los comedores escolares, los permisos por maternidad, la ayuda a la dependencia, los refugios para mujeres maltratadas, entre otros- que contribuyen a aminorar la situación estructural de desigualdad que sufren las mujeres de clase trabajadora -una discriminación de sexo y de clase- dentro y fuera del mercado laboral.
Dentro del mercado laboral, las mujeres siguen siendo minoría respecto a los varones. En 2020, la tasa de actividad femenina (empleadas y demandantes de empleo) era de casi el 46%. Por el contrario, entre la población catalogada como inactiva, las mujeres representan el 58%. Mientras que para los hombres las razones de la inactividad derivan sobre todo de la jubilación, para las mujeres derivan principalmente de estar ocupadas a tiempo completo en labores del hogar, cuidar de la casa y la familia. Del total de población inactiva por labores del hogar, el 89,78% son mujeres y el 12,22% varones (datos de la EPA de 2020).
No queremos decir que la salida -o no entrada- en el mercado laboral de las mujeres “inactivas” por tareas del hogar sea voluntaria en todos los casos o decisión consensuada en la familia; en algunos puede ser resultado de haber sido expulsadas del mercado laboral.
Estructura del mercado de trabajo femenino
En general, en el Estado español, las mujeres representan un porcentaje muy elevado en el sector de servicios -preponderante en la economía española-, sobre todo en sanidad, educación y comercio minorista. No obstante, es significativo que las ocupaciones cuya mano de obra femenina supera el 75% del total son, según dados del SEPE de 2019:
Empleadas domésticas: 93,54%
Auxiliares enfermería hospitalaria: 85.82%
Costureras a mano, bordadoras y afines: 85,29%
Operadoras de máquinas de coser y bordar: 82,54%
Limpieza de oficinas, hoteles, etc.: 81,91%
Enfermería no especializada: 79,67%
Profesionales del trabajo social y la educación social: 78,94%
De todas estas ocupaciones, sólo el de las enfermeras y las trabajadoras y educadoras sociales se consideran trabajos cualificados, ya que para ejercerlos necesitan formación -en estos casos universitaria.
En lo que respecta a la cualificación, la estructura del mercado laboral femenino presenta cierta polarización, puesto que, gracias al acceso ganado por las mujeres en el pasado siglo a la educación secundaria y superior, resulta que, frente a ese polo de abrumadora mayoría femenina no cualificada, haya otro de alta y mediana cualificación donde las mujeres también superan la mitad de la fuerza laboral. Lo vemos entre los técnicos y profesionales científicos e intelectuales (56,66%) y, con un porcentaje mayor (67,2%), entre los secretarios, oficinistas o administrativos (según datos de la misma EPA). Este último sector es el que está más en peligro con la automatización y la digitalización.
En cuanto a las costureras y bordadoras a mano y a máquina (entre el 82 y 85% de la fuerza laboral en esta ocupación: 43.300 mujeres en 2022), se trata de un oficio de la industria textil y del cuero que, si bien necesita para su correcto ejercicio un período de aprendizaje, no entran en la categoría de trabajos cualificados.
No debemos olvidar, por otro lado, que estos porcentajes -como todos los citados más arriba- derivan de empleos formales, es decir, con contrato y aportaciones a la Seguridad Social; y que en este sector industrial -especialmente en confección y calzado- hay, tanto en España como en otros países, un gran segmento de trabajo sumergido femenino, identificado de forma superficial en las estadísticas, que opera en talleres clandestinos (como los que producen prendas en Galicia para Inditex o los del calzado en Levante) o bien en las propias casas de las operarias, generalmente pagadas a destajo.
Las mujeres siguen siendo el grueso del proletariado textil a nivel global
Como en el pasado, actualmente las mujeres componen el grueso del proletariado textil del mundo; pero su reparto es diferente al de épocas pasadas. A partir de los años 70 del siglo XX, gran parte de la industria europea -incluida la textil- fue trasladada a los países llamados “en vías de desarrollo” de Asia, África y América central y del sur, donde la mano de obra es mucho mas barata y la protección laboral y ambiental, si alguna, muy escasa (fenómeno conocido como “deslocalización”).
Hoy la confección (la Moda) es uno de los sectores industriales más pujantes. Se halla en manos de corporaciones multinacionales que controlan toda la cadena de suministro, producción y comercialización, a un nivel global. Sus enormes beneficios derivan de las condiciones de sobre-explotación a que se somete a esta masa laboral fuertemente feminizada. Se calcula que hay en el mundo de 60 a 75 millones de personas empleadas en el textil, confección y calzado, dos tercios de las cuales son mujeres. Ellas producen las prendas que en el “primer mundo”, donde también se fabrican aunque a menor escala, se pueden adquirir a precios asequibles a todos los segmentos de la clase trabajadora. Lo que nuestras abuelas tejían para el consumo familiar, hoy sale más barato comprarlo hecho en las tiendas de esas multinacionales.
Otra característica del mercado laboral femenino que encontramos tanto en España como a nivel mundial, es que los sectores de actividad y empleos -ya sean cualificados o no-, donde la mano de obra femenina es mayoritaria (sanidad, educación, limpieza, cuidados, servicios sociales, empleo doméstico, costura) son la evolución capitalista (generadores de plusvalía) del trabajo doméstico, dentro del hogar, que han desempeñado las mujeres a lo largo de la historia. Es decir: la tradicional división sexual del trabajo que ha relegado a las mujeres de la clase obrera a las tareas de crianza y reproducción todavía tiene su reflejo en la estructura del mercado de trabajo femenino, con pocas variaciones entre naciones.
Los mayores períodos de “inactividad” contribuyen a la brecha salarial (directa, indirecta y diferida) entre hombres y mujeres
La “inactividad” por dedicación al hogar, los períodos de desempleo (más largos en los casos de excedencia por maternidad o cuidado de familiares dependientes) junto a los empleos a tiempo parcial -en algunos casos involuntarios-, de los cuales en España casi el 75% corresponden a mujeres, ofrecen mayor posibilidad de que las pensiones de jubilación sean inferiores. En España, según datos de 2022, la diferencia entre la pensión media que cobra un hombre (1.319,43) y la que cobra una mujer (881,40) es del 49,70%. Las mujeres son el doble de los hombres entre las personas que perciben la pensión mínima y el 75% de las no contributivas.
Estos datos indican, entre otras cosas, que las mujeres de clase trabajadora siguen teniendo asignado en el capitalismo la responsabilidad máxima en la reproducción familiar -es decir, de la reproducción de la fuerza de trabajo social- al dedicar mucho más tiempo que los varones al trabajo doméstico, el cuidado de hijos y otras personas dependientes. Esto a pesar de que algunos de los productos y servicios necesarios a la reproducción de la fuerza de trabajo, que antes producía solo el ama de casa, se producen de forma capitalista y, por tanto, se pueden encontrar en el mercado. La comida pre-cocinada, por ejemplo, accesible en cualquier supermercado, reduce el tiempo de elaboración en casa, pero hay que comprarla, ponerla en microondas, servirla a la mesa, limpiar los platos… Y estas tareas, todavía en la mayoría de familias trabajadoras, siguen recayendo en las mujeres.
De hecho, con la llegada de la pandemia de Covid-19 en 2020, muchas mujeres tuvieron -por fuerza o de grado- que abandonar el empleo por tener que atender a sus familias. Ya en 2018, en España, el 42% de las mujeres “inactivas” de 20 a 64 años estaban dedicadas a tareas de cuidados, frente al 5,1% de hombres, según datos del Eurostat.
La “cadena internacional de cuidados”
Entre las mujeres activas, también son los cuidados de niños, ancianos y personas impedidas importantes nichos de empleo. Muchas trabajadoras cuidan en sus propios hogares y a la vez en hogares ajenos. Hay incluso, desde los años 60-70 del pasado siglo, una “cadena internacional de cuidados” que involucra a mujeres de los países de la periferia capitalista. Estas dejan a sus hijos a cargo de otras mujeres en sus lugares de origen para emigrar a países más ricos donde se las emplea como cuidadoras de niños y ancianos.
En España, buena parte de las trabajadoras inmigrantes dedicadas a los cuidados proceden de América central y del sur. Algunas, al no estar regularizadas, trabajan sin contrato, como muchas de las empleadas de hogar internas o externas -al igual que las no migrantes; o bien, si están regularizadas, son explotadas por empresas de servicios de cuidados y/o limpieza, como es el caso en España de las auxiliares de ayuda a domicilio, las que trabajan en residencias de ancianos y las camareras de piso, sectores en los que nacionales y extranjeras trabajan bajo las mismas condiciones de precariedad.
Otras discriminaciones laborales que afectan a las mujeres trabajadoras
Con las reformas laborales, que hemos analizado en apartados anteriores, a los empresarios les resulta relativamente fácil despedir a trabajadoras cuando se quedan embarazadas, tras el permiso de maternidad o por pedir días libres para asuntos familiares (algo que realizan con más frecuencia que los varones). Además, en las entrevistas de trabajo, solo a las mujeres se les pregunta si tienen hijos o proyectan tenerlos, a pesar de ser una práctica ilegal.
Otra forma de abuso laboral que recae casi en exclusiva sobre las trabajadoras es el acoso sexual ejercido por compañeros de trabajo o, más frecuentemente, por capataces o patronos. Aunque está contemplado como delito en el ordenamiento jurídico, muchas trabajadoras no se atreven a denunciar por temor a exponerse al juicio público, perder el puesto de trabajo o la dificultad en probar el acoso. Pero a veces sí se denuncia. El caso reciente más conocido es el de las mujeres marroquíes recolectoras de fresas en Huelva, ese sector de la agricultura intensiva donde los capitalistas se nutren de mano de obra inmigrante sobre-explotada.
Los recortes en derechos sociales profundizan la opresión de las mujeres de la clase trabajadora
Si el Estado deja de invertir el dinero de nuestras cotizaciones e impuestos en guarderías -como en el caso de la Comunidad de Madrid, cuyo gobierno ha disminuido drásticamente las plazas públicas- así como en centros de día, comedores escolares, residencias, etc., significa que acabarán total o parcialmente privatizados. Para las burguesas o aquellas empleadas con elevados salarios, no será mayor problema, porque tendrán poder adquisitivo suficiente para adquirir esos servicios en el mercado. Pero para muchas mujeres de clase trabajadora, con ingresos familiares por debajo o ligeramente superiores al salario base, sólo habrá un alternativa: realizarlos ellas mismas de manera no remunerada o -simultáneamente- de manera remunerada para las que hemos citado arriba o para empresas.
La doble jornada (trabajo del hogar y empleo) sólo afecta a las mujeres de clase trabajadora. No obstante, si continúa el proceso privatizador de los servicios públicos, para muchas podrá suponer jornada única de vuelta al hogar y, por ende, dependencia económica.
Además, incluso en los derechos sanitarios reconocidos por ley, como la interrupción voluntaria del embarazo y el acceso a anticonceptivos, se da una clara desigualdad entre las mujeres dependiendo de su nivel socio-económico. En España, a las mujeres de clase trabajadora que deciden abortar en la sanidad pública no solo se las hace pasar por un proceso burocrático que dilata el tiempo de espera -y la ansiedad de la mujer-, sino que, además, se las deriva a clínicas privadas concertadas (a cuyas puertas a menudo tienen que soportar el acoso de los fanáticos “pro-vida”). Para las asalariadas, esto representa complicaciones adicionales como pedir días libres en el trabajo para realizar todas esas gestiones.
Sin embargo, la interrupción voluntaria del embarazo no es un derecho reconocido en todo el mundo, siendo así que las mujeres pobres sufren de una morbilidad y mortandad más altas por abortos clandestinos. Incluso los abortos espontáneos son castigados con pena de cárcel como sucede en El Salvador y otros países de Centroamérica, por la simple sospecha de poder haber sido provocados. Todas las encerradas por este “delito” son mujeres pobres.
Otras formas de explotación y opresión de las mujeres de clase trabajadora
Mientras parte del mundo capitalista amenaza el derecho de las mujeres a la interrupción del embarazo, allí donde existe, como está ocurriendo en Estados Unidos, el capitalismo no se contenta con explotar la fuerza de trabajo femenina, sino que también saca beneficio de explotar sus propios cuerpos. La prostitución no es un fenómeno nuevo; pero el capital, en su actual crisis de acumulación, pretende hacer de ella una industria legal, que se presenta como “un trabajo más”. Es un hecho ya en países europeos como Alemania y Holanda. Pero tanto aquí como en los países donde es alegal, como en España, el 80% de las mujeres prostituidas son extranjeras que proceden de las redes internacionales de trata de personas -la esclavitud moderna-, el comercio ilegal que genera más beneficios a nivel mundial junto al de las drogas y las armas.
Con la digitalización, la prostitución ha adquirido, además, nuevas variantes mediante empresas online que obtienen beneficios de la exposición de los cuerpos sexualizados de las mujeres e incluso de las niñas.
Otras formas de explotación de las mujeres son más novedosas, como la realizada a través de las llamadas técnicas de reproducción asistida, que incluye la “donación” (en realidad compra-venta) de óvulos y las madres de alquiler (llamada gestación subrogada), industria que involucra a toda una serie de agencias intermediarias, clínicas privadas y despachos de abogados. Hoy estamos asistiendo en España y otros países donde está prohibida al intento de legalizarla, a pesar de los efectos perniciosos demostrados tanto para la gestante como para la criatura que da a luz. El sesgo de clase es claro: la inmensa mayoría de madres de alquiler son pobres, mientras que su demanda se compone de individuos y familias de alto poder adquisitivo.
Junto a las empresas de la “reproducción asistida”, opera la industria sexual, que, aparte de la prostitución, incluye la pornografía. También con la digitalización, la pornografía se ha hecho accesible con un solo click a cualquier persona, incluidos niños y niñas menores de 14 años. Se ha convertido con ello en una industria multimillonaria, que extrae beneficios de la cosificación, humillación, ultraje y, en definitiva, violencia machista en grado sumo sobre las mujeres, tanto la física sobre las actrices (que no son tales, ya que los actos no se dramatizan sino que son reales), como la simbólica sobre todas las mujeres, que se traduce en aumento de agresiones sexuales.
Por último, las industrias publicitarias, de la moda y también muchas de las mediáticas, se encargan de presentar una imagen hipersexualizada de mujeres y niñas, que contribuye, junto a las empresas antes referidas, a la mercantilización del cuerpo femenino y al mantenimiento de la violencia machista en todas sus formas. La más dramática se cobra la vida de multitud de mujeres y niñas en todo el mundo. En los países pobres especialmente, la mutilación genital, los matrimonios de niñas y los abortos selectivos de fetos femeninos están todavía a la orden del día.
¿Por qué persiste la opresión de las mujeres en el capitalismo?
En teoría, el capitalismo es un modo de producción indiferente a las identidades (de sexo, raza, edad, etc.) de quienes explota. En sus primeras fases, parecía que el capitalismo tenía tendencia a socavar o diluir esas diferencias al reducir a la fuerza laboral en unidades intercambiables de trabajo abstracto así como abstraído de cualquier identidad específica.
Sin embargo, por otro lado, el capitalismo ha demostrado ser muy flexible en cuanto al uso de las opresiones sociales que provienen de etapas históricas precedentes. El sexismo y el racismo funcionan bien en el marco de la sociedad capitalista, no porque haya en él una tendencia estructural hacia la opresión por raza o por sexo -a pesar de que su desarrollo estuvo marcado por el racismo más virulento y el mantenimiento de las estructuras patriarcales-, sino porque estas opresiones disfrazan la realidad estructural del sistema y dividen a la clase trabajadora.
El capitalismo utiliza la opresión de las mujeres de dos maneras: la primera, que comparte con otras identidades como la raza o la edad, como medio de conformar sub-clases a las que emplear como ejército industrial de reserva; la segunda, específica del sexo, sirve como forma de organizar la reproducción social y, específicamente, la reproducción de la fuerza de trabajo, a través de lo que parece ser la vía menos cara: el trabajo doméstico de las mujeres. Hay que tener en cuenta que, desde el punto de vista del capital, los permisos por maternidad, al igual que las pensiones o las prestaciones por desempleo, representan un coste indeseable.
El capitalismo podría continuar existiendo si se superara la opresión de las mujeres como mujeres, mientras que no podría hacerlo si se erradicara la explotación de clase, para la cual le es funcional que su mitad femenina permanezca socialmente subordinada, porque incluso, como hemos visto, hace de ello empresas rentables.
Aunque hoy los partidos de la burguesía enarbolan la bandera del feminismo, en realidad se trata de un feminismo liberal, reformista, que solo aspira a la igualdad formal (cuotas o presencia de mujeres en la política, la empresa, las finanzas…) en el marco del capitalismo y, en la práctica, restringido a las clases que están en posición de alcanzar esos espacios de poder.
El marxismo como herramienta necesaria para entender las fuentes de la opresión femenina y su reproducción
Aparte de los textos clásicos de Engels, Bebel y otros autores y autoras del siglo XIX, desde mediados de la década de los 60 del XX -y a lo largo de los 70 principalmente-, las teorías feministas ofrecieron diferentes explicaciones de la opresión de las mujeres. Muy someramente: la teoría del patriarcado (feminismo radical), la de la interacción entre patriarcado y capitalismo (feminismo socialista de base marxista pero que considera insuficiente este marco teórico para el análisis de la opresión femenina) y la del capitalismo visto como sistema de relaciones de producción y relaciones opresivas de reproducción (feminismo marxista).
Al feminismo marxista, hoy arrinconado, como la teoría marxista en general, en las Universidades, los mass media y el sistema político, se le ha criticado por privilegiar la perspectiva de clase, aunque a algunas nos parece que todavía debería privilegiarse más. Dentro de las formaciones sociales capitalistas, las mujeres están divididas por su pertenencia a una clase social (propietarias y no propietarias de medios de producción), aunque también existen, dentro de las clases, diferencias socio-económicas.
Si bien la proporción de mujeres en la clase capitalista y las capas altas del sistema político es todavía pequeña, las contradicciones de clase y los conflictos de interés no desaparecen bajo el manto de una identidad común como sexo oprimido. En este sentido “privilegiar” la clase significa hacer explícito que la opresión siempre se experimenta dentro de espacios sociales y políticos de clase que, a su vez, pueden intensificar o aminorar sus efectos.
En el actual ambiente económico y político, es importante que el feminismo reconozca que la mayoría de las mujeres se sitúan en las clases trabajadoras y que la opresión y los problemas de las trabajadoras (cualesquiera sean sus identidades) están significativamente afectadas por su posición de clase. Las trabajadoras no solo son responsables de la reproducción de la fuerza de trabajo, es decir, de la supervivencia económica de sus familias y de la clase obrera en general, sino que son parte de la clase obrera. De hecho, son más de la mitad de las clases trabajadoras del mundo, dado que su posición en las relaciones de producción y reproducción es universal.
El grado de emancipación de una sociedad se mide, como dijeron Marx y Engels -siguiendo a Fourier- por el grado de emancipación de las mujeres. Los hombres de la clase trabajadora y sus organizaciones deben entender que el machismo (que no es, por otro lado, patrimonio exclusivo de los varones) es una forma de violencia estructural hacia las mujeres (sus parejas, madres, hermanas, compañeras de trabajo…) que se adquiere durante la socialización y que no solo degrada a las mujeres, sino también a ellos mismos. El machismo contribuye a consolidar la opresora división sexual del trabajo y el sistema capitalista de explotación en su totalidad.
La unidad de clase, tan necesaria en estos momentos de debilidad de la clase trabajadora, no se puede lograr si hombres y mujeres no desarrollan relaciones de respeto e igualdad, piedra angular de la camaradería y la solidaridad.
Espacio de Encuentro Comunista, octubre 2022
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