El 28 de agosto pasado falleció el historiador Josep Fontana i Lázaro, a los 86 años de edad, en su Barcelona natal. Este catedrático emérito de la Universidad Pompeu Fabra, último de los puestos y reconocimientos que tuvo en universidades extranjeras y nacionales durante su dilatada carrera, no era sólo un gran historiador, el más conocido y quizás leído en lengua castellana y catalana; era sobre todo un gran historiador marxista, aspecto relevante que, significativamente, no se menciona en la biografía que de él hallamos si buscamos en la Wikipedia. Relevante porque el marxismo ha dotado a la disciplina histórica de una teoría sólida y creativa. Y relevante porque, en una situación como la actual en que la teoría marxista sobrevive en las celdas de castigo de una Universidad anegada por la ideología liberal posmoderna -y en trance de transformarse en una mera empresa capitalista-, Fontana supo demostrar a la comunidad científica y al público, para disgusto de nuestros enemigos de clase, que el marxismo está vivo y es una herramienta válida -hasta ahora sin parangón- para el estudio y la explicación de los hechos históricos.
Con Fontana se nos ha ido, nos tememos, el último representante de una generación de historiadores marxistas que, desde los años 40 y 50 del pasado siglo, ha contribuido al engrandecimiento de la disciplina histórica: desde sus maestros Pierre Vilar y Vicens Vives, pasando por Gordon Childe y la fértil historia social británica que reunió a figuras como Rodney Hilton, Christopher Hill, Eric Hobsbawm y Edward. P. Thompson. Esta generación, inspirada en las obras de Marx y Engels pero también en los escritos de Antonio Gramsci y Walter Benjamin, no solamente combatió el historicismo burgués, sino también las concepciones mecanicistas y deterministas de cierto marxismo ortodoxo que estaba fosilizando la teoría, llegando, con el enfoque estructuralista de Louis Althusser, a convertirse en un “verbalismo estéril” -en palabras del propio Fontana.
Josep Fontana es el autor de una treintena de libros y un sin fin de artículos, prólogos y reseñas, que, al igual que sus colegas antes nombrados, siempre unió su investigación y critica a la lucha social y política, lo que le valió no pocas animadversiones entre la selecta élite académica y otros sectores de las clases dominantes. El Opus Dei prohibió sus libros, que aparecieron en el “índice expurgatorio” de esta organización en 2003, entre ellos uno de los más conocidos, La crisis del Antiguo Régimen (1808-1833), publicado en 1983. Una década antes había dado a conocer la que se considera su obra cumbre, La quiebra de la monarquía absoluta, (1814-1820), que vio la luz en 1971. Hizo asimismo aportaciones valiosas a la historia del pensamiento económico, plasmadas en libros como De Adam Smith a Karl Marx (1977) y El pensamiento económico marxista en España (2001), en los que analiza los graves errores que contenían las traducciones de Marx y las equivocadas e interesadas interpretaciones que de ellas hacían ciertos partidos de la izquierda.
Como buen historiador marxista, Fontana también se interesó en el período de transición al capitalismo y los cambios sociales, económicos y políticos que lo hicieron posible en España. A ello añadió el estudio de la Hacienda Pública liberal, tema del que llegó a ser el mejor analista, siendo su libro Hacienda Pública Española (1989), obra de referencia, como también es de obligada consulta La fi de l'Antic Règim i la industrialització (1787-1868), de 1988, para entender el desarrollo del modelo industrialista catalán. Además, América Latina, los límites de la política ilustrada del siglo XVIII o la crisis de la deuda fueron, entre otros, temas que Fontana trató magistralmente. Hasta los historiadores liberales reconocen que su obra es indispensable para entender el papel del Estado en el crecimiento económico y la gravedad de la crisis que abarcó medio siglo XIX en España. Sin embargo, como no podía ser menos en un espíritu inquieto y comprometido, su ojo crítico también penetró en períodos más recientes, como la crisis de 2007, a cuyos orígenes y consecuencias dedicó varias obras, entre ellas Por el bien del Imperio (2011) y El futuro es un país extraño. Una reflexión sobre la crisis social de comienzos del siglo XXI (2013).
Los comunistas hemos perdido a un referente intelectual pero también a un camarada -que abandonó el PSUC en los años 80- y a un amigo, alguien que hasta poco antes de su muerte se preocupó por divulgar -que no vulgarizar- el pensamiento marxista y participar en todos aquellos actos de partidos, sindicatos y organizaciones sociales a los que se le invitaba. En el EEC siempre recordaremos la contribución que hizo -mediante vídeo, ya que su deteriorada salud no le permitía desplazarse- a los actos que organizamos con motivo del Centenario de la Revolución de Octubre en Madrid: “Aportación de la Revolución de Octubre a la clase obrera y la humanidad” (se puede consultar en https://www.youtube.com/watch?v=EQVVbATVJ8k a partir del minuto 7:15) Dejamos también, por su gran interés para el conocimiento de la historiografía marxista, el enlace a la charla titulada “Para una historia de la historia marxista”, que dio en el congreso sobre "Historiografía, marxismo y compromiso político en España. Del franquismo a la actualidad", organizado la Fundación de Investigaciones Marxistas el 27 y 28 de noviembre de 2014 en Madrid: https://www.youtube.com/watch?v=_nEV6VEFhZE
El hombre se nos fue, pero su obra permanece como inspiración de una nueva generación de historiadores marxistas que esperamos fructifique y vuelva a crear escuela en la Universidad y, sobre todo, en nuestras organizaciones de clase.
Espacio de Encuentro Comunista, septiembre de 2018.
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