A propósito de la publicación de Qué enseña la economía marxista. 200 años de Marx*, libro colectivo que reúne diversos ensayos de especialistas en la materia, resulta pertinente invitar a sumergirse en el análisis económico marxista. No como ejercicio escolástico, propósito de mera erudición, o de curiosidad arqueológica-folklórica. Todo lo contrario, esta invitación responde a la mera necesidad de entender, comprender, interpretar.
El significado de la teoría económica marxista
El marxismo es un modo de análisis, una teoría que, como otras, pretende explicar el funcionamiento de la sociedad. Más específicamente, el marxismo proporciona un marco metodológico, con las correspondientes categorías económicas, para desentrañar la dinámica de la sociedad capitalista. A partir de este “simple” propósito podremos enjuiciar su validez, y será, por tanto, el mismo patrón que se deba aplicar a otras teorías, como los enfoques neoclásico, keynesiano, de la escuela austríaca, etc.
La teoría marxista posee ciertas particularidades, como igualmente ocurre con estos otros enfoques mencionados, si bien posiblemente se pueda afirmar que los elementos específicos son cualitativamente más particulares. O, digamos, controvertidos.
Marx señaló que la producción capitalista se basaba en la explotación del trabajador, porque el obrero en su jornada laboral generaba un valor (materializado en un producto, y con un precio determinado), superior a lo que denominaba como el valor de su fuerza de trabajo, a saber, el coste de reproducción de él y su núcleo familiar. El capitalista es quien se apropia de ese plustrabajo, que asume la forma de plusvalor y en la superficie aparece como el excedente de explotación, o beneficio empresarial (euros).
Las discrepancias entre las diversas teorías económicas giran en última instancia en torno a la explicación de esta cuestión: ¿Cómo se explican los ingresos de los diferentes agentes, factores productivos o clases sociales? En otras palabras, ¿cuál es el origen del salario, el beneficio y la renta de la tierra? El carácter controvertido del marxismo radica en señalar que el beneficio empresarial constituye un ingreso captado por el capitalista, pero generado por el trabajador. Por tanto, este concepto de explotación tiene un carácter absolutamente material u objetivo en Marx, y no se basa en aspectos subjetivos como la dureza del trabajo, su intensidad, o el trato recibido del empresario. La producción capitalista se basa en la explotación del trabajo asalariado, al margen de opiniones, maldades o identidades varias.
Trascender el capitalismo
Una vez revelado el secreto de la oscura esfera de la producción, Marx defiende ─en consecuencia─ la apuesta por un sistema económico alternativo. Detengámonos en lo expuesto: en modo alguno se trata de elaborar una coartada teórica supeditada a un fin político, o de sustentar la apuesta por una alternativa socioeconómica al desacuerdo con el orden realmente existente. La revolución socialista surge en Marx a partir de su análisis del funcionamiento del capitalismo, y de lo que constituye un freno o un motor para el desarrollo de las fuerzas productivas. Ahí se ubica el papel que otorga a la clase trabajadora, y su actividad incansable en la I Internacional y en apoyo de las luchas obreras.
El capitalismo incorpora contradicciones inmanentes que no conducen a crisis recurrentes, las cuales además generan uno de los más destacados ejemplos de ineficiencia, el desempleo. Así, que exista un 10-20% de la población activa sin trabajar refleja la ineficiencia del sistema capitalista, supone un despilfarro absurdo de potencial productivo. Pero, bajo el objetivo último del comunismo, se deberá transitar por un largo proceso de transición socialista, para construir progresivamente un nuevo modo de producción en el que no exista una clase ociosa que viva a costa del trabajo de la mayor parte de la población.
Además, la complejidad tecnológica requiere la socialización creciente de las decisiones y de las unidades empresariales, y precisamente el desarrollo tecnológico permite que la planificación sea viable y más eficiente que la competencia entre empresas. Por no hablar de despilfarros en forma de gastos de publicidad superfluos, innovaciones que no se aplican si no son rentables (pensemos en ciertos medicamentos), la pesada carga del desembolso en armamento, la obsolescencia programada, etc. Por otra parte, la propuesta socialista se sustenta en la defensa de un nivel de vida digno para la clase trabajadora, que pueda satisfacer sus necesidades materiales, pero de manera creciente “culturales”.
Y, finalmente, el socialismo se justifica por el impacto ecológico que el capitalismo produce en el medio ambiente. El proceso de valorización es una fuerza ciega, incontrolable, para el que la naturaleza es una barrera para la obtención de beneficios, o su fuente. En cualquier caso, se somete a la exigencia del beneficio. Sólo la planificación democrática de la producción puede respetar los límites medioambientales y la sostenibilidad en el tiempo del conjunto del planeta.
Nótese que el marxismo no explica la necesidad de trascender el capitalismo en virtud de desigualdades, aspectos morales, o el consumismo que caracteriza esta sociedad. En este sentido, el marxismo no es un humanismo, sus fundamentos no radican en el idealismo, porque no parte analíticamente de una teoría del ser humano (individuo). Estos aspectos pueden ser relevantes, pero la matriz fundamental se ubica en la tangibilidad de las relaciones sociales de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas.
Desde otro punto de vista, el marxismo es ciertamente humanista por cuanto defiende los intereses de la mayor parte de la sociedad, pero en última instancia su lógica es impersonal. En otras palabras: en las sociedades de la Roma o Grecia antiguas, o en la época medieval, habría probablemente muchas más razones subjetivas o morales para oponerse a la miseria de la explotación humana y defender el socialismo. Pero no se daban las condiciones objetivas para ello.
Sin embargo, en la sociedad capitalista, llegados a un nivel tal de desarrollo económico y tecnológico, el socialismo se presenta como un marco de organización de la producción, la circulación, la distribución y el consumo más eficiente, y que dispone además de una masa de población que se constituye en el sujeto histórico para liderar la transformación, la clase trabajadora. Otra cuestión bien diferente es que la conciencia de clase acompañe a esta necesidad objetiva. Porque, precisemos, el socialismo no es inevitable, como tampoco lo es que el trabajador deba adquirir conciencia de clase por el hecho de trabajar de manera asalariada.
Interpretaciones diversas
La obra de Marx es en primer lugar un esbozo de análisis, incompleto, y de hecho su mayor parte no fue publicado en vida. Varias de las obras más importantes son en verdad apuntes todavía no acabados, aunque sí perfilados. Por ello, existen muchas interpretaciones diferentes de este pensamiento. Alejados de cualquier monolitismo, debemos señalar que hay marxismos, y controversias entre diferentes interpretaciones o formas de analizar diversas cuestiones del funcionamiento del capitalismo. De hecho, los autores que colaboran en este libro también reflejan esta diversidad. Ahora bien, debemos evitar cualquier eclecticismo y afirmar que existe un núcleo duro de postulados que caracterizan al marxismo. O, como bien afirma el propio Diego Guerrero, hay marxismos imposibles, lecturas de Marx que en verdad falsean esta forma de pensamiento. Voy a mencionar apenas tres elementos.
En primer lugar, la teoría laboral del valor: como afirmaba antes, la piedra angular del marxismo es señalar que la sustancia del valor es el trabajo abstracto. De forma más clara, el valor de lo que se produce en un año en un país, el PIB, es para el marxismo la representación monetaria (euros) del valor generado por el conjunto de trabajadores durante su jornada laboral en este lapso de tiempo, aunque se queden con la mitad. Por tanto, el capitalismo se basa en la explotación del trabajador. Esta cuestión nos lleva a las dos siguientes.
En segundo lugar, una teoría de la acumulación de capital, que lleva a la explicación de las crisis económicas a partir de la valorización. Uno de los aspectos que distingue a Marx es incorporar el fenómeno de la crisis a su más amplia concepción de la reproducción en el tiempo de la sociedad capitalista. Así, las crisis son momentos absolutamente necesarios de la dinámica de acumulación. Mientras haya capitalismo, habrá crisis recurrentes. No se pueden evitar, y además resultan funcionales para el propio sistema, tanto por las quiebras empresariales que origina, como por la reducción de salarios y extensión del desempleo que implican. Frente a lo que se postula en la izquierda, la crisis no es maquinación de políticos o banqueros, no se trata de un fenómeno anómalo asociado a corruptelas varias que exija la búsqueda de culpables, que surja de salarios demasiado bajos, o demasiado elevados, de las malvadas finanzas o de políticas económicas erradas.
En última instancia, las crisis se explican por el propio fundamento de la producción capitalista, la generación de plusvalía (valorización), aunque se manifiesten de forma diferente en función del contexto histórico o del tipo de economía. Y, por ello, en la superficie no se aprecie la ausencia de plusvalía, sino la dificultad de vender (demanda), el exceso de producción (oferta), de deuda o de tipos de interés, etc. Frente a otras teorías que en cada crisis se preguntan por las causas que la originan, como si fueran fenómenos únicos, inconexos, al margen de la lógica sistémica, el marxismo señala que existe una tendencia hacia la crisis ─un común denominador que vincula a las crisis─, por más que cada una asuma formas diferentes.
Y tercero, otro elemento propio del marxismo es el lugar central que tiene la clase social. Mientras que los enfoques convencionales u ortodoxos en economía comienzan analíticamente por el individuo y sus preferencias, la dotación de capacidad, habilidades y activos que posea, en el análisis marxista la unidad de análisis, o el protagonista, es la clase social. Esta idea posee a su vez un claro soporte material: su relevancia se debe a la prioridad de la esfera productiva, por lo que se define por el lugar que se ocupa en relación al proceso económico. Poseedor de fuerza de trabajo, y por tanto asalariado, o bien propietario de los medios de producción. Al margen de otras capas intermedias, estas dos clases constituyen la base del enfoque, de ahí la importancia del análisis de clase.
De ahí la necesidad de analizar las cuestiones sociales, políticas y económicas a la luz de su incidencia sobre la clase trabajadora. Por supuesto, ello no implica un esencialismo de clase, pues por supuesto que existen otras contradicciones en función del sexo, nacionalidad, etc., pero el elemento central para el análisis de la dinámica capitalista y las propuestas de transformación reside en la clase social. Traducido a la esfera política, el movimiento emancipador de los trabajadores debe construirse a partir de un contenido de clase, sobre lo cual, por supuesto, se lucharán con diversas formas de injusticia (sexismo, xenofobia, etc.), y no al revés.
La modernidad del marxismo
Una precisión en cuanto a la cuestión de la capacidad explicativa. En ocasiones se alude, no sin una carga crítica implícita, que el marxismo pudo tener su justificación en el siglo XIX, pero en ningún caso en el capitalismo contemporáneo. Este tipo de aseveraciones suele acompañarse además de una desnaturalización del significado de este pensamiento, por el cual se elimina precisamente su núcleo fuerte (su explicación de los procesos socioeconómicos), y así hacerlo pasar como una suerte de denuncia humanista de los excesos del sistema.
Pero si el marxismo era una herramienta de análisis que permitía explicar el capitalismo decimonónico, entonces debe serlo para explicar el capitalismo del siglo XXI. A no ser que una teoría pueda explicar el funcionamiento de un sistema por casualidad, en virtud de algún rasgo colateral, y al margen de lo que constituye la esencia de dicho sistema. En este sentido, uno de los rasgos del marxismo es que considera que un modo de producción ─sea el capitalista─ posee una lógica o esencia que preside su reproducción en el tiempo.
Capitalismo sólo puede haber uno, con la correspondiente lógica de la incesante pulsión por la valorización, que se articula mediante una serie de tendencias. ¿Significa acaso desconocer las diferentes particularidades históricas? En absoluto, y claro que es relevante el tipo de intervención del Estado en la economía, el marco geopolítico, o las actividades del movimiento obrero. Ahora bien, tanto los capitalismos más liberales como las más intervencionistas han tenido un denominador común, que se revela, por ejemplo, con el surgimiento periódico de crisis económicas. Y los trabajadores, y sus demandas laborales, en última instancia se han sometido a los márgenes establecidos por la maximización del beneficio. Este esencialismo del marxismo constituye la mejor crítica del reformismo, pero al mismo tiempo se puede y debe conjugar con la defensa de conquistas para los trabajadores. Tratemos de desenmascarar las contradicciones del sistema mediante la lucha por mayores salarios.
Por todo ello, merece la pena este libro, un esfuerzo de una serie de académicos que comparten su compromiso con el marxismo.
* Diego Guerrero y Maxi Nieto (eds) (2018): Qué enseña la economía marxista. 200 años de Marx. Barcelona, El Viejo Topo. ISBN: 978-8-416-99597-4, 332 págs.
Más allá de los naturales matices entre los diferentes autores, todos ellos comparten una concepción de la economía marxista basada en cuatro rasgos fundamentales que son los que sirven para dar estructura al libro:
1) La reivindicación de la teoría laboral del valor de Marx como el marco más adecuado para desvelar las leyes y dinámica del capitalismo actual.
2) Un diagnóstico sobre los males del modo de producción capitalista centrado en su naturaleza explotadora, la tendencia a la polarización social y su dinámica turbulenta, basada en la lógica ciega del beneficio y la acumulación compulsiva, que conduce inevitablemente a crisis recurrentes y amenaza con el colapso ecológico del planeta.
3) La conciencia sobre los límites del reformismo, en cualquiera de sus variantes (estatismo burgués, populismo, socialdemocracia, etc.), para superar o atenuar dichos males sin cuestionar la propiedad del capital.
4) La necesidad de superar el orden social del capital para construir una sociedad libre, autogobernada y eficiente, a la que llamamos comunismo, y que se erigiría sobre la base de la propiedad social de los medios de producción y la planificación democrática de la economía.
Índice de contenidos
Prólogo
I. La crítica marxista a la economía liberal
La teoría laboral del valor y la crítica de la teoría neoclásica. Diego Guerrero (Universidad Complutense de Madrid)
Crítica, desde un enfoque marxista, a la teoría austriaca del valor. Rolando Astarita (Universidad Nacional de Quilmes, Argentina)
II. La crítica de Marx al modo de producción capitalista
Explotación (y creciente): base material del capitalismo, piedra angular del análisis marxista. Xabier Arrizabalo (Universidad Complutense de Madrid)
Acumulación capitalista y polarización creciente. Javier Murillo (Universidad Complutense de Madrid)
Las crisis económicas y la incompatibilidad entre capitalismo y democracia. Diego Guerrero (Universidad Complutense de Madrid)
III. Los límites del reformismo
Teorías económicas, crisis y la crítica del reformismo. Juan Pablo Mateo (Universidad de Valladolid)
Reformismo y marxismo. Rolando Astarita (Universidad Nacional de Quilmes, Argentina)
IV. Ciber-comunismo: planificación económica en la era digital
Planificación económica, ordenadores y valores-trabajo. Paul Cockshott (University of Glasgow, Reino Unido) y Allin Cottrell (Wake Forest University, Estados Unidos)
La eficiencia dinámica en una economía planificada. Maxi Nieto (Universidad Miguel Hernández)