Por Mariola García Pedrajas
En la larga noche ideológica que ha vivido (¿vive?) la izquierda occidental, aparentemente la única que se tragó aquello del fin de las ideologías y en su inmensa mayoría renunció a continuar con su propia batalla de las ideas, aquellos que promovieron tal idea, la del fin de las ideologías, han seguido por el contrario muy ocupados intentando crear tanto consenso como sea posible en torno a las opiniones que favorecen los intereses que representan. Como ninguna izquierda de peso se dedicaba a seguir construyendo una senda propia y al final por algún sitio hay que transitar, digan lo que digan no hay práctica sin teoría, la izquierda lleva tiempo andando alegremente por senda ajena. Es esta la senda construida con mimo por el propio sistema desde sus think tanks, fundamentalmente los que se trabajan el ala izquierda con la intención de asegurarse que no existan espacios desde los que se cuestione lo principal, el propio sistema capitalista. Uno de los temas en los que parecen haber conseguido crear un nivel importante de consenso en torno a unas posiciones que son perfectamente compatibles con la explotación capitalista es el de la lucha por la igualdad de la mujer.
En los tiempos de la lucha contra la segregación racial en EEUU los racistas se inventaron aquello de “iguales pero separados”, decían no oponerse a la igualdad de derechos entre negros y blancos pero señalaban que eran mundos distintos y había que luchar por la igualdad pero manteniendo esos dos mundos en su estado natural que era el de la separación. El sistema se ha inventado, y promueve constantemente, un supuesto feminismo basado en una argumentación similar, sólo que dando un pasito más allá y actuando en buena lógica de publicidad empresarial, y así surgió el “mejores pero separadas”. Evidentemente si quieres que las mujeres te compren el producto, sin preguntarse qué hay debajo del envoltorio, que mejor táctica que hacerles la pelota. Y lo cierto es que el “mejores pero separadas” le funciona de maravilla al sistema en todos los sentidos, es eso de lo que tanto les gusta hablar a los anglosajones, una situación win-win. Por un lado es una argumentación que los hombres en la izquierda que quieren pasar por defensores de la igualdad sin complicarse para nada son raudos en adoptar. No tienen empacho alguno en proclamar que las mujeres somos más mejores, más listas y más todo, y como se supone que el análisis de las desigualdades y la organización de la lucha en este tema recae enteramente en las mujeres, ya que ellos no pueden entenderlo, pues tan ricamente y a otra cosa mariposa. En cuanto a las mujeres, acostumbradas a discriminaciones y desigualdades pues la idea de que somos mejores debería reconfortarnos, ¿verdad? ¡Para qué queremos más! Vamos, todo un éxito publicitario en la izquierda. Lo que me desanima es que en tiempos del muy racista “iguales pero separados” había todo un movimiento, con su batalla de las ideas, que exponía con claridad como el “separados” llevaba implícita la desigualdad pero, ¿qué movimientos hay ahora que hagan la misma tarea y expongan las trampas del “separadas” (aunque mejores por supuesto)?
A mí ya de entrada en este argumento de que “somos mejores” y “lo hacemos mejor” hay algo que desde siempre me ha chirriado mucho y me resulta de los menos igualitario. ¿Solo se nos deben dar las mismas oportunidades que a los hombres porque se supone que lo vamos a hacer mejor? ¿Y si resulta que en conjunto lo hacemos igual, de bien o de mal? ¿Entonces no? A ver si me explico, yo no creo que deba tener las mismas oportunidades de contribuir con mis capacidades que un hombre porque piense que lo voy a hacer mejor que un hombre sino aunque al final lo acabe haciendo tan rematadamente mal como lo hacen la mayoría de los hombres, esa es la igualdad y esas son las muchas limitaciones del ser humano. Pero no esperen que desde los laboratorios de pensamiento del propio sistema se haga ningún tipo de análisis crítico de sus neofeminismos. Poco les importa si lo que promueven lleva o no implícita la semilla de la desigualdad, ya que el objetivo último que se persigue no es promover una sociedad más igualitaria sino restringir la lucha por la igualdad de la mujer a aquellos aspectos que sean perfectamente compatibles con el sistema capitalista.
Siento este el verdadero objetivo, se fomenta mucho el asociar la idea de lucha por la igualdad con la de que haya mujeres que alcancen lo que se considera el éxito dentro de la sociedad capitalista. Se fomenta apoyar cualquier “logro” de una mujer. Hace no mucho tiempo me di de bruces con un documental en el que estaban analizando la promoción de modelos entre las jóvenes de hoy que las lleva a estar obsesionadas con el físico. Se analizaba la cosificación de la mujer en la sociedad sexista, todo muy bien y muy interesante y una postura que compartía. A continuación las autoras del documental pasaron a exponer qué tipo de mujeres consideraban que serían los modelos adecuados a promover entre las jóvenes. Afirmaban que debían ser mujeres cuyos “éxitos” no estuvieran relacionados con el físico, ¡ como Hillary Clinton y Condoleezza Rice! Yo creo que no debemos ser muy duros con las mujeres de Libia si no muestran un entusiasmo exagerado ante el “modelo” Hillary Clinton. Esa gran mujer que tras la destrucción de Libia y el asesinato de Gadafi exclamó como un Julio Cesar cualquiera, aún embargada por la emoción ante tan resonante triunfo imperial, “Vinimos, vimos y él murió”. Tampoco debemos enfadarnoss mucho si la emoción que expresan las mujeres iraquíes ante el “modelo” Condoleezza Rice es igualmente limitada, a cientos de miles de ellas los suyos, los de la Rice, le trajeron la misma igualdad que paz traen, la de los cementerios. El sistema capitalista y el imperialismo soportan perfectamente a una mujer en puestos importantes de gestión, si no que se lo digan a Margaret Thatcher o Angela Merkel. No solo lo soportan perfectamente sino que hasta le encuentra utilidad, mientras la explotación no hace sino intensificarse se promueve la idea de que las mujeres en occidente cada vez “estamos más cerca” “fíjate hasta donde podemos llegar”. Vamos, más o menos como argumentar en su día que en una plantación de esclavos se estaba avanzando en la igualdad racial porque un negro había sido ascendido al importante puesto de supervisar los latigazos a los esclavos díscolos, mientras que en otras plantaciones ese importante cargo lo seguía ocupando un blanco.
Dirán que muchas mujeres de la izquierda adeptas al “mejores pero separadas” no llegarán al extremo de las autores de este documental estadounidense de presentar como modelos a las Hillary Clinton y Condoleezza Rice de este mundo. Probablemente no, aunque la posición de las feministas eurocéntricas que se consideran de izquierdas no desagradaría en lo más mínimo a las Hillary Clinton de este mundo. Pero ese es otro tema que me propongo analizar en otro artículo, como al ser un feminismo promovido por las clases dominantes es fácil de utilizar por éstas para disfrazar la lucha por sus intereses, interna y externamente, de progreso, y el papel de tonto útil que tan bien hace la izquierda en todo esto. Aquí lo que quería discutir es otro asunto, que aunque no se llegue a esos extremos, el enfoque más común que se le da a la lucha por la igualdad desde la izquierda no difiere sustancialmente del de dicho documental. Si se dan una vuelta por los medios de comunicación de la progresía, los exponentes de la visión de esta “nueva” izquierda de los ciudadanos y la gente, se encontrarán constantes referencias a cuestiones como que el número de mujeres en los consejos de administración de las empresas es muy inferior al de hombres. Este es el marco en el que suelen encuadrar la lucha por la igualdad.
Veamos un ejemplo concreto, la información sobre el hecho de que en el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) el porcentaje de cargos ocupados por mujeres es muy inferior al de hombres, que apareció en todos los medios de este tipo. Hay que ver en los bretes que nos mete el dichoso sistema capitalista. No es que yo me oponga a que en un organismo público de investigación se luche para que las mujeres puedan acceder a cargos de responsabilidad igual que los hombres, ¡faltaría más! Pero lo cierto es que esta guerra sigue sin ser mi guerra, porque no cuestiona para nada lo que yo considero crítico desde un punto de vista de clase trabajadora, ¿al servicio de qué intereses está la investigación científica? Es triste que luchemos por ocupar cargos y relevancia para ponernos al servicio de que, cada vez más, poderosos intereses económicos privados, por ejemplo de las multinacionales de la agroindustria o de las empresas farmacéuticas, sean los que moldeen la investigación científica, y además promover la idea de que esta venta a intereses privados es “transferir los beneficios de nuestro trabajo como investigadores a la sociedad”. Lo cierto es que la preselección que el sistema hace de las mujeres no es distinta a la que hace de los hombres, las visiones críticas que se admiten son las que no vayan a ninguna cuestión fundamental. Esto es algo que funciona bien, otra situación win-win, la persona puede verse a sí misma como crítica pero tiene perfectamente asimilados los límites de esa crítica, y el sistema sabe que está seguro. En honor a la verdad, el debate del que yo hablo ni siquiera existe, la actitud general es que la investigación científica es buena por naturaleza y está siempre al servicio de la “sociedad” (no nos aclaran si anónima o limitada) ¿qué más análisis hay que hacer? No es necesario afinar mucho con la preselección. Lo dicho, esta no es mi guerra, y como el tiempo y las capacidades de una persona (hasta de las mujeres, aunque seamos mejores…) son limitadas, no es algo a lo que vaya a dedicar mi esfuerzo ni mi tiempo libre. A decir verdad esta información también apareció en los medios de la derecha ilustrada, es perfectamente degustable para los paladares más exquisitos del sistema capitalista, y es más, el enfoque que le da El Diario no se diferencia en nada del que le da El Mundo. Por supuesto en estos temas existe aún una enorme resistencia dentro de los sectores más tradicionales de la derecha. Pero eso tampoco es malo, también es utilizable, ante esto qué tenemos que hacer sino unirnos todas contra esa panda de retrógrados y luchar juntas…. ¿para qué haya el mismo número de mujeres que de hombres en los consejos de administración de los bancos?
Me dirán que lo que digo no es cierto y que en esos medios de comunicación y ambientes que menciono también hay una preocupación por la mujer de clase trabajadora. Pues en primer lugar no les veo yo mucha tendencia a hablar de mujeres de clase trabajadora sino de “las mujeres que sufren la crisis”, y qué decir de lo que promocionan como grandes logros, básicamente la implementación de alguna política asistencial. Antes de que vengan los y las cortoplacistas a echarme la bronca de que las mujeres que sufren la crisis necesitan una solución ya, pretendiendo con eso que a mí no me importa las situaciones reales de “emergencia social” que se viven, les diré que esas políticas asistenciales pueden venir a paliar situaciones concretas, de la misma manera que las llevan paliando años organizaciones como Cáritas, no pretendan que es más que eso. Les diré más, estoy convencida que la izquierda revolucionaria tiene que “majarse la cabeza” buscando formas de actuar en su entorno social, pero nuestras posibilidades de acabar ya con el sufrimiento de nuestra clase son nulas, no caigamos en el absurdo de ante esa imposibilidad unirnos al coro de los que la engañan. En definitiva, que el lenguaje que usan es simplemente el de las políticas asistenciales y una hipotética recuperación de un hipotético estado del bienestar, presentado cada vez más como retórica que como convencimiento de que tal cosa sea posible, enfrentados a la crudísima realidad que nos muestra Grecia. No hay en esto visión alguna de la mujer de clase trabajador como una igual en lucha. Si me dicen que esto tiene algo que ver con las luchas de las mujeres de clase trabajadora contra su explotación, hemos pues de considerar a la iglesia católica una campeona de dichas luchas a través de organizaciones como Cáritas.
Como nada surge de la nada y, aviso a cortoplacistas extremos, crear opinión lleva tiempo, la batalla para crear un amplio consenso en torno a una visión feminista que pudiera aparentar progreso en las cuestiones de igualdad pero compatible en todo punto con el sistema capitalista, como todas las demás, no la empezaron ayer. Mi primera exposición a unas ideas en la que ya se observaba la orientación de lo que acabaría siendo la visión dominante fue hace ya más de 20 años, a través primero de una estadounidense y después de una inglesa, que se presentaron a sí mismas como “feministas militantes”. Es lógico que las ideas promovidas por las élites capitalistas aparezcan primero en el centro mismo del capitalismo, EEUU, y tengan su primera zona de influencia en el mundo anglosajón. Básicamente la idea central que avanzaban los planteamientos de estas mujeres, que tanto chocaron con mi concepto de la búsqueda de una sociedad igualitaria, era que existe un universo femenino y un universo masculino, prácticamente sin puntos de contacto, y sin entendimiento posible. La estadounidense insistía mucho en que había habido un feminismo “erróneo” que lo que había hecho era presionar a la mujer para que entrara en el “universo masculino”. No es que ella se opusiera a que las mujeres tuvieran las mismas oportunidades de “éxito”, muy al contrario, era una firme defensora de que las mujeres se organizaran para ocupar su espacio, pero eso no significaba en absoluto que tuvieran que integrarse en el “universo masculino”, decía. Ya me dirán si este planteamiento no es idéntico al de “iguales pero separados” de los defensores de la segregación racial. La inglesa era más dada a centrarse en afirmaciones como que el comportamiento masculino era producto de su genética y por lo tanto nunca se iban a implicar en las cosas que se implicaban las mujeres, hablaba por ejemplo del cuidado de los hijos. Cuando miro atrás me doy cuenta que la promoción de estas ideas, a las que me vi expuesta por primera vez a través de estas mujeres, fue muy importante para la aparición del esa visión ya tan extendida del “mejores pero separadas”.
Curiosamente, los principales defensores de la segregación racial eran los racistas blancos, aquí me encontraba como abanderadas de la segregación por sexos a la parte discriminada, las mujeres. Esto quizás se entienda si se tiene en cuenta que en la lucha contra la segregación racial y por los derechos civiles había mucho de movimiento de base, y aún se entendía que la lucha tenía mucho de lucha económica. Muchos de los negros implicados luchaban por los derechos de su propia clase explotada. En lo que quedó la cosa al final ya es otro cantar. En el feminismo de la desigualdad “mejores pero separadas” la voz cantante la llevan casi exclusivamente mujeres de las capas altas e intermedias buscando su hueco en el sistema capitalista. A las mujeres de clase trabajadora se les reserva un papel subordinado como ya he dicho, sus intereses tienen poco peso, a no ser que se considere que hablar de políticas asistenciales es luchar por los intereses de las mujeres de clase trabajadora. A ese segmento de mujeres cuyos intereses son los que priman no fue difícil convencerlas de que la segregación por sexos va a su favor. Realmente no les estorba, es más bien algo que pueden usar a su favor constituyéndose en grupos de presión dentro del sistema, y aunque suelen generar antagonismos y resentimientos en hombres que compiten por el mismo hueco, en general el sistema capitalista lo soporta bastante bien y la sangre no suele llegar al río. Así la bola echa a rodar, y luego las demás nos vamos subiendo al carro pensando que esa lucha es nuestra lucha como mujeres, y le acabamos haciendo los coros y las palmas, y creando consenso en torno a un feminismo que en ningún momento trata a la mujer de clase trabajadora como igual, eso sería imposible ya que no cuestiona lo más mínimo la explotación capitalista.
Me dirán que solo hablo “en negativo”, pues voy a hablar ahora algo también “en positivo”, aunque en mi defensa diré que si he hablado tanto “en negativo” es porque considero que en estos tiempo de Pensamiento Único se tiene que empezar por exponer las trampas de ese pensamiento. Si una empieza directamente hablando “en positivo” corre el riesgo de que no se la entienda y/o se rechacen sin más sus propuestas. Yo creo que las mujeres de clase trabajadora con conciencia de clase tenemos que huir de estos feminismos desclasados (como todo lo desclasado al servicio de determinadas clases), de igual manera que huimos de los movimientos ciudadanistas desclasados. Tenemos que trabajar y dar la batalla dentro de un movimiento de clase trabajadora con conciencia de clase, un movimiento contra el capitalismo y por el socialismo. Pero es muy importante que este rechazo incluya también un rechazo al propio marco teórico y las formas de organizarse, no solo que rechacemos luchar por unos intereses que no son los de las mujeres de nuestra clase. Es decir, no podemos organizarnos contra el capitalismo pero aceptando el marco teórico o las formas de organizarse que ha propagado el propio capitalismo para mantener cualquier lucha dentro de los límites del mismo.
No creo en eso de que las mujeres nos metamos, ni nos metan, en nuestro propio gueto dentro del movimiento de clase, no veo que eso pueda llevar a otra cosa que a limitar nuestra influencia en el mismo. Cuando se intenta aplicar el “mejores pero separadas” al movimiento de clase, a decir verdad, ni siquiera puedo comprender qué se pretende o cual es el objetivo que tiene ese planteamiento. La consecuencia principal que se me ocurre, me parece tan extraño que sea lo que queremos que llego a la conclusión de que se me escapa algo. ¿Las mujeres del movimiento nos organizamos aparte para dedicarnos exclusivamente al tema “de la mujer”? ¿Y los hombres se dedican a todo lo demás? Entiendo perfectamente, porque probablemente se ajusta bastante a la realidad, que muchas mujeres sientan que no se le da la suficiente relevancia en el movimiento de clase trabajadora al tema de las desigualdades de la mujer. Deben pues exponer el tema, deben presionar para que se aborden estas cuestiones, pero eso es muy distinto a “llevarlo en exclusividad” o que eso sea “solo cosa nuestra”. Yo creo que la forma más igualitaria de luchar es siendo en todo como hace ya años se logró que fueran los colegios públicos, mixtos.
Mis modelos no son movimientos de inspiración anglosajona con su obsesión con “las cosas de chicas” y “las cosas de chicos”. Basta darse un somero paseo por la industria del entretenimiento estadounidense para ver lo arraigada que está esa mentalidad en la cultura anglosajona. Mis modelos son los movimientos revolucionarios en los que las mujeres se han integrado y han formado parte de todas las facetas del movimiento, de todas sus luchas, las teóricas y las prácticas, las a corto plazo y las a largo plazo. Sé que esto pasa necesariamente por una presencia importante de mujeres en el movimiento, y considero un reto, algo en lo que hay que hacer un esfuerzo, promover que haya esa masa crítica de mujeres de clase trabajadora que vean el movimiento de clase como suyo, que sientan que esta lucha es también su lucha. El intentar que las opiniones de una sean argumentadas y hacer un esfuerzo permanente de análisis y reflexión puede que sea un ejemplo más lento en “atraer” pero cada una, como cada uno, va aportando lo que tiene. Y no sé cómo explicar esto adecuadamente, pero mis empatías no se restringen a mis propias desigualdades y mis propias explotaciones, ni mis deseos de comprender se restringen a ellas tampoco. Sean cuales sean las condiciones iniciales en cuanto a presencia de mujeres considero, como he dicho antes, que el encerrarnos en un gueto solo lleva a limitar la influencia que pudiéramos tener cada una de nosotras.
La desigualdad de la mujer se da en muchos campos distintos. Por ejemplo en el reparto de tareas. Hay tareas que son absolutamente imprescindibles para el funcionamiento de la sociedad, ¡y hasta para la revolución!, pero en absoluto gratificantes. Siempre recuerdo una viñeta de Quino en la que Mafalda, tras ver todas las tareas que ha hecho su madre ama de casa durante el día, le dice: mamá, ¿qué te gustaría ser si vivieras? Pues parafraseando a Thomas Sankara, aspiremos a una sociedad donde unas no tengan que sacrificarlo todo para que otros no sacrifiquen nada. ¿Qué mejor forma de luchar por la igualdad dentro del movimiento de clase trabajadora que tenerla presente en el reparto de tareas? ¿Qué puede aportar a esta lucha la mentalidad de que los hombres son machistas sin remedio y no pueden cambiar? Nada, entonces en vez de buscar la igualdad nos dedicaremos a gestionar la desigualdad, no cambiaremos sustancialmente el papel de la gran mayoría de las mujeres, lo despacharemos con un decir que ese papel es muy importante y que somos mejores, ¡pobre sustituto de la lucha por la igualdad! Otro aspecto muy importante de la sociedad sexista es que se respeta menos intelectualmente a la mujer que al hombre. Siento que esto está realmente arraigado. Ahí de nuevo no se me ocurre mejor forma de fomentar la igualdad que el que los hombres se acostumbren a vernos (escucharnos) en todas las luchas teóricas del movimiento, que cada una de nosotras aportemos el máximo de lo que podamos aportar sin que nos limiten ni limitarnos nosotras mismas. En definitiva, que en mi opinión, en nuestra lucha para que en el movimiento de clase no juguemos un mero papel subordinado el “separadas” va en nuestra contra no a nuestro favor.
Siento que fomentar la idea de que es imposible que los hombres entiendan estas cosas, que es imposible que cambien, ha hecho mucho daño. Percibo que muchas veces los hombres no saben ni cómo actuar y así se adhieren rápidamente al “las mujeres sois mejores” y dejan todo el tema en nuestras manos no vayan a meter la pata. No me refiero a los hombres de la izquierda institucional, ahí estos temas son un puro paripé tanto para los hombres como para las mujeres, ambos se adhieren a cualquiera que sea la moda para intentar asegurar su propio éxito, lo bien que han asimilado los valores capitalistas del éxito individual es más que evidente. Me refiero al daño que me importa, al que puede hacer esta mentalidad dentro del movimiento de clase trabajadora con conciencia de clase. No quiero que parezca que hago un análisis superficial, soy plenamente consciente de que no en todas las circunstancias es posible que distintos grupos sociales explotados luchen juntos. Pongo un ejemplo, la degradación de sus condiciones de vida y la explotación que sufre en EEUU eso que llaman “basura blanca” tiene mucho en común con la situación que sufre una mayoría de la población negra. Malcom X y un Martin Luther King cada vez más orientado hacia la crítica del sistema económico habían empezado a vislumbrar que era necesario buscar esta unión de clase cuando fueron asesinados. Pero un movimiento que empezara por ahí ahora mismo en EEUU sería imposible, los blancos que sufren las peores consecuencias del capitalismo son educados en el odio racial. Podemos decir que el racismo es tan extremo en EEUU que impide en gran medida la unión de clase por el momento. No creo que podamos decir que la brecha entre hombres y mujeres de la clase trabajadora, que buscan organizarse en un movimiento con conciencia de clase, en nuestra sociedad sea de esa magnitud. Dedicarnos a fomentar esa brecha, influenciadas por neofeminismos perfectamente compatibles con la explotación capitalista, hasta que la hagamos tan grande que impida todo entendimiento y posibilidad de luchar juntas y juntos no me parece que sea actuar a favor de nuestros intereses de clase. A mí me gustaría que nos esforzáramos por ser como esa izquierda revolucionaria que un día supo entender el mundo, y supo perfectamente con quien establecer sus alianzas en cada momento, para avanzar pasito a pasito hacia su objetivo final de acabar con la explotación del hombre por el hombre, ¡perdón! Del ser humano por el ser humano.
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