Primero de mayo de 2022



Este primero de mayo el panorama es aún más sombrío que en los últimos años. Hubiera parecido imposible después de una tremenda crisis en 2008, diez años de estancamiento, un breve amago de recuperación basado en precariedad y bajos sueldos y dos años de una pandemia que ha resultado más mortal por su gestión que por sus características naturales. ¿Qué podía ir a peor?

En realidad, lo que ha ido a peor no tiene una causa distinta a todos los puntos anteriores. Es un paso más en un ciclo de declive capitalista mundial que se prolonga ya desde principios de los años 1970. Si las dificultades del conjunto del sistema no han resultado más evidentes es porque el capital lo ha compensado desde los años 80 a base de reducir salarios y prestaciones sociales, y sustituyendo la pérdida de rentabilidad en el antiguo núcleo occidental mediante la incorporación al mercado mundial de los antiguos países socialistas.

Pero el proceso no es reversible, y las contradicciones, lejos de resolverse, se acumulan. Una vez pasados los efectos temporales de cada una de estas medidas compensatorias, la rentabilidad en descenso vuelve a comerse el terreno ganado, a la vez que los países convertidos en capitalistas reclaman su espacio en el mercado global.

En estas circunstancias es una equivocación (y, añadimos, interesada) comparar la situación actual con el período de guerra fría que enfrentó a los bloques capitalista y socialista en la segunda mitad del siglo pasado. El escenario actual se asemeja más al de tensiones inter-imperialistas de principios del siglo XX, que necesitó nada menos que dos guerras mundiales hasta que solo Estados Unidos quedó en pie como el único gallo en el corral del capitalismo.

Son las dañinas dinámicas del modo de producción capitalista. Mientras no podamos superar tal modo de producción, los trabajadores y trabajadoras necesitamos comprenderlas para poder luchar por nuestros intereses como clase y no dejarnos la piel en las luchas de otros. Por eso la referencia histórica es tan importante. El nacionalismo siempre ha sido el recurso de la burguesía, y para la clase trabajadora solo ha supuesto la aceptación sumisa de la explotación por parte del empresario local y el matar y morir en los frentes de batalla de los distintos bloques económicos enfrentados.

En estos momentos se está gestando en Europa lo que parecería un suicidio colectivo en el que no parece haber un beneficiado más evidente que un capital estadounidense que se niega a ver cuestionado su papel de cabeza única del capitalismo. Tanto sus aliados subalternos como los nuevos aspirantes están entrando en una espiral de restricciones auto-impuestas, lucha por los recursos y proteccionismo que amenazan con hundir unas economías ya de por sí estancadas. La clase trabajadora global, en el mejor de los casos, ve sus salarios menguados por la inflación que ello ha provocado, que va desde el diez por ciento en Europa y EEUU hasta el 50 por ciento en Argentina; y en el peor de los casos se ve expuesta a morir en guerras en las que los capitales -representados por sus Estados- se implican más como locos incendiarios que como agentes de una diplomacia a la que claramente han decidido renunciar. En una apuesta de todo o nada, ahora nos plantean que los recursos públicos van a ir destinados a incrementar los arsenales armamentísticos en lugar de ayudar a la recuperación económica y a los servicios públicos.

Los intereses del capital pueden oscilar periódicamente entre el libre mercado (globalización) y el proteccionismo, pero la única postura que sirve a la clase trabajadora es -siempre lo ha sido- la internacionalista. No podemos dejarnos llevar por divisiones impuestas frente a los trabajadores de otros países o zonas económicas, ni suponernos parte de una alianza con los capitales locales. Organizarnos como clase tiene como objetivo superar la explotación, el capitalismo, pero no es menos cierto que, mientras tanto, tenemos la necesidad de pelear día a día por mejorar nuestras condiciones de explotación. En el futuro próximo ello requiere abrir dos frentes. En el orden de las relaciones internacionales tenemos que estar del lado de la paz, lo cual desde nuestra posición local supone estar contra la OTAN y combatir la carrera armamentística en ciernes a favor de los acuerdos internacionales de desarme. Y en lo que respecta a las medidas económicas, se hace urgente superar ya la farsa del diálogo social, que en las circunstancias actuales no sirve más que para aceptar de forma sumisa la caída de nuestro salario real con el cuento de no hacer crecer una inflación que nosotros no hemos provocado.

Por la paz y el desarme, ¡OTAN No!

Por la defensa de nuestros intereses de clase, ¡No a la mentira del diálogo social!

 

Espacio de Encuentro Comunista, abril de 2022

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