Publicado el 05 Ago 2016

La señora Clinton y su techo de cristal.

En el Wells Fargo Center de Filadelfia, el pasado 27 de julio, la Convención del Partido Demócrata de los Estados Unidos (DNC por su siglas en inglés), celebraba el nombramiento oficial de Hillary Clinton como candidata a la presidencia del país. Ella no estaba presente, se hallaba en Nueva York; pero eso no le impidió hacer una espectacular aparición entre sus fervientes admiradores. Tras el anuncio solemne del nombramiento, la pantalla gigante que presidía el escenario mostraba un mosaico compuesto por las caras de los últimos 43 presidentes de la nación; caras que, a continuación, saltaban por los aires en forma de añicos de cristal trayendo a primer plano la oronda y risueña de la señora Clinton.1 Con esta metáfora, la candidata se presentaba al mundo luciendo la insignia de haber logrado resquebrajar el “techo de cristal” (Para quienes no estén familiarizados con la expresión: conjunto de obstáculos invisibles que supuestamente encuentran las mujeres para alcanzar la posición más alta en una jerarquía, sea laboral, política, empresarial o académica).

 

Desde aquella pantalla de plasma, sus primeras palabras fueron de agradecimiento a sus seguidores y seguidoras por haberla ayudado a “agrandar la grieta en el techo de cristal”. Después se dirigió, con tono de maternal complicidad, a las niñas que “ahí fuera” estuviesen viéndola, para darles la buena nueva de que “puede que yo me convierta en la ...

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