Documento de la V Asamblea - Desde 1973 hasta nuestros días: ¿Neoliberalismo o capitalismo?



En nuestros textos solemos hacer referencia al período entre el final de los años 1960 e inicio de los 70 como un período de transición en el capitalismo. En este documento queremos detenernos más en esta explicación, no solo para aclarar qué queremos decir, sino también para evitar dar a este momento una trascendencia que no pensamos que tenga. La necesidad de centrarnos en él surge en gran parte para contrarrestar el relato de los economistas vulgares1 y de la izquierda parlamentaria, que sí que pretenden hacer creer que durante los años 1970 nace de forma sorpresiva una ideología salida de la nada que viene a perturbar el apacible estado anterior del capitalismo.

El capitalismo no es un sistema estable, no lo ha sido nunca y no puede serlo, pues la búsqueda del máximo beneficio individual desde la propiedad privada de los medios de producción es totalmente incompatible con el desarrollo controlado y armónico. Desde su inicio como capitalismo manufacturero y posteriormente industrial se pone de manifiesto su tendencia a la crisis. Si en la sociedad agraria anterior las crisis provienen de fenómenos naturales como las malas cosechas, los primeros estudiosos del capitalismo tienen que explicar por qué se producen crisis en un sistema cuyos ritmos los marca el propio ser humano.

Marx no llegó a escribir un libro -ni siquiera un capítulo dentro de El Capital- con el nombre explicito de “teoría de las crisis capitalistas” o algo parecido, pero ello está lejos de querer decir que Marx no dejara una teoría de la crisis2. En realidad, su exposición a lo largo de su obra principal de las contradicciones internas del capitalismo y los límites que estas marcan puede ser considerada la teoría de las crisis capitalistas más fructífera que haya existido. Su primer mérito proviene de partir de la inestabilidad del sistema, en contra de los economistas vulgares y toda la economía ortodoxa que le sucedió, que se empeña en analizar el sistema capitalista partiendo de un estado de equilibrio que nadie ha conocido.

En la práctica esto significa que el sistema capitalista va encontrando límites progresivos en su desarrollo que desembocan en grandes estancamientos que causan desempleo y miseria hasta que se resuelven de forma explosiva y violenta, dando comienzo a una nueva fase de acumulación. Ocurrió en la expansión de finales del siglo XIX que desembocó en el enfrentamiento inter-imperialista de la Primera Guerra Mundial, ocurrió con el crack de 1929 y la Gran Depresión que se resolvió en la Segunda Guerra Mundial. Ni siquiera entre estos grandes cataclismos está asegurada la tranquilidad del sistema; entre ellos también se dan crisis menos extremas que se resuelven por medio de la “simple” bajada de salarios, desempleo y destrucción de capitales que todos hemos conocido en aquellas que nos ha tocado vivir.

Aunque este sistema de crisis es claramente cíclico, los economistas defensores del sistema -tanto los conservadores como los reformistas social-liberales y los economistas vulgares de izquierda-, pretenden hacer ver que la estabilidad es posible y que la desestabilización ha ocurrido porque un fenómeno externo ha alterado el equilibrio anteriormente existente. Para todos ellos ese fenómeno externo suele ser alguna política aplicada por el bando contrario. De esta manera, tanto para Rallo como para los hermanos Garzón, el capitalismo podría funcionar de forma aceptable -al menos en su concepto de lo aceptable- y estable si se aplicaran determinadas políticas que por supuesto nunca ha aplicado nadie con la pureza que ellos necesitan.

La última vez que se resolvió una gran crisis fue en la Segunda Guerra Mundial. Tras la contienda se dieron varias condiciones que no son nada habituales: a) se puso fin -como siempre, de forma momentánea- a la disputa por el liderazgo imperialista debido al dominio absoluto de los Estados Unidos; b) la destrucción de capitales provocada durante la guerra garantizaba una enorme y larga reconstrucción que era una fuente de inversión y crecimiento capitalista; y c) las mejoras tecnológicas y organizativas descubiertas antes y durante la guerra podían ser aplicadas a escala mundial, lo que hizo de la posguerra un período de máxima productividad.

Es decir, en la salida de esa crisis los beneficios son enormes, y la perspectiva de un crecimiento prolongado realimenta el ánimo inversor de los capitalistas. A esta abundancia de beneficios se une otro fenómeno extraordinario; los trabajadores han salido de la guerra con una capacidad desacostumbrada de hacer presión. Podemos señalar varios motivos para ello: a) la Unión Soviética ha conseguido salir de la contienda victoriosa y en expansión, lo que confronta al capitalismo con la existencia de un adversario creíble; b) la guerra puede ser interpretada como la victoria de los trabajadores y sus organizaciones, desde el principio opuestos al fascismo, frente a las burguesías de las grandes potencias que lo dejaron crecer, lo alimentaron e incluso fueron colaboracionistas; c) las organizaciones comunistas están fuertes en occidente hasta el punto de disputar el poder en determinadas zonas a la salida de la guerra3; y d) las bajas durante la guerra y el volumen de la reconstrucción generan una situación de fuerte demanda de mano de obra.

Así pues, en este momento histórico se combinaron dos situaciones excepcionales que no se habían dado con anterioridad en la salida de otras crisis (y que nadie puede prever en las circunstancias actuales): unos beneficios muy altos y una gran fuerza de los trabajadores. La unión de estas dos circunstancias dan lugar a que los capitalistas puedan y se vean obligados a compartir la alta productividad del momento. Se establece de esta manera el “armisticio” que se ha dado en llamar como “Estado del Bienestar” y que no es más que la capacidad momentánea de los trabajadores para retener en su beneficio (sanidad, servicios públicos, desempleo, pensiones) lo que en otro momento se hubiera ido como plusvalía. Es decir, lo que el sistema se apropió, dándole el nombre de “keynesianismo”, no fue una actuación planificada por el Estado burgués para salir de la crisis y no fue un pacto establecido con los trabajadores; fue una concesión arrancada en medio de un crecimiento que lo permitía en un momento en el que los capitalistas tenían un miedo real a la fuerza de la clase obrera.

Así pues, lo que ocurre en la segunda mitad de los 1960 no es un desenlace extraño al relato que hemos mantenido hasta ahora: como hemos explicado, los ciclos alcistas en el capitalismo siempre tienen fecha de caducidad, y en la segunda mitad de esa década los beneficios empresariales van cayendo hasta el punto en que la lógica del capital obliga a actuar en su recuperación. Durante los años 1970 se van desarrollando una serie de políticas destinadas a reducir el poder de presión de la fuerza de trabajo con el objetivo de bajar los salarios y transferirlos en forma de plusvalía a la cuota de beneficios del capital. Estas políticas se conocen colectivamente como neoliberalismo. A la vez se desarrollan nuevas vías para la búsqueda de beneficios, una vez parece constatado el empuje decreciente del capitalismo productivo. Estas son las políticas que se conocen como de financiarización de la economía, y que Marx había identificado ya en su época cuando explicaba el uso del “capital ficticio” en los manuscritos que dieron lugar al libro III de El Capital. En ambos casos, todas las instituciones burguesas, ya sean estados, organismos internacionales, partidos con representación parlamentaria, centros de análisis, medios de comunicación, etc. respaldan en sus distintos ámbitos y competencias el contraataque.

De esta forma, tanto el neoliberalismo como la financiarización no son más que una respuesta del capital dentro de su conflicto permanente con el trabajo por la apropiación de valor. Desde una perspectiva de análisis marxista no hay novedad en la situación que se planteó a finales de los 1960, pues la bajada de los beneficios es una de las fases de las crisis que son consustanciales al capitalismo y las medidas que el capital puso en marcha para contrarrestarla son las que se conocen desde el siglo XIX.

Así pues, consideramos que es correcto utilizar la década de los 1970 como punto de inflexión durante un ciclo, explicando por qué a partir de ese momento se acrecienta la percepción de la explotación en el capitalismo occidental. Pero es incorrecto dotar a ese ciclo o a ese punto de inflexión con un significado especial, dando a entender que previamente se daban unas circunstancias de estabilidad o bienestar dentro del capitalismo que tuvieran la más mínima posibilidad de perdurar.

De igual forma es incorrecto dar a entender que las medidas englobadas bajo el paraguas del neoliberalismo y la financiarización surgen sin ningún motivo, convirtiéndolas así en responsables del cambio y exculpando, por lo tanto, al capitalismo anterior. Por el contrario, el neoliberalismo no es más que la forma que adoptan a partir de la crisis que se manifiesta en los años 70 las medidas que toma el capital para contrarrestar su periódica pérdida de rentabilidad. El capitalismo se basa en la explotación del trabajo asalariado, y las diferencias entre unas fases y otras solo puede pasar por el nivel que alcanza la explotación y las posibilidades de recurrir a la sobre-explotación. Por lo tanto, independientemente de que debamos explicar lo que ocurre en el contexto en el que vivimos, consideramos imprescindible subrayar que el capitalismo es el sistema a superar y el eje de nuestra crítica y análisis.

Notas

1Marx traza una línea entre los economistas que tratan de desentrañar la realidad por métodos científicos y aquellos que se limitan a describir la superficie o la apariencia, a los que llama economistas vulgares. En 1873, en el epílogo a la segunda edición del libro I de El capital escribe que “Con el año 1830 […] La burguesía, en Francia o Inglaterra, había conquistado el poder político. Desde ese momento la lucha de clases […] revistió formas cada vez más amenazadoras. Las campanas tocaron a muerto por la economía burguesa científica. Ya no se trataba de si este o aquel teorema era verdadero, sino de si al capital le resultaba útil o perjudicial, cómodo o incómodo...”.

2El hecho de que sus continuas referencias a las crisis y a su necesidad dentro del capitalismo estén dispersas a lo largo de los capítulos de su obra más conocida dio lugar a que muchos economistas posteriormente hayan querido reclamar distintos enfoques. Una obra aconsejable traducida al castellano es “Crisis economíca y teoría de la crisis” de Paul Mattick (Ed. Maia, 2014). También hay mucho material en los blogs de R. Astarita y de M. Roberts.

3Para nuestro análisis partimos de que esta fuerza es un hecho en aquel momento, con independencia de que el “socialismo realmente existente” y sus organizaciones satélite en occidente demostraran no estar a la altura

Espacio de Encuentro Comunista, octubre 2022.

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