En la introducción nos propusimos el objetivo de utilizar la teoría marxista para ver si era capaz de explicar la evolución económica, social y política de las últimas cuatro décadas hasta llegar a nuestra situación actual1. A pesar de nuestra segura torpeza, pensamos que cumple ese objetivo admirablemente bien. A partir de los fundamentos del modo de producción capitalista expuestos hace ciento cincuenta años hemos visto: a) cómo este modo de producción genera sus propias contradicciones desde dentro, en forma de crisis necesarias, límites de la rentabilidad, desempleo, etc., sin necesidad de recurrir a fuerzas externas al mismo; b) en concreto, no es necesario buscar estos problemas en la aparición caprichosa de tendencias económicas o políticas que distorsionen un capitalismo supuestamente puro y aceptable que no existe; y c) cómo, yendo aún más lejos, no solo podemos explicar por qué las cosas han ocurrido como lo han hecho, sino que incluso podemos afirmar que en el futuro habrá cosas que no podrán darse, ya que la lógica interna de este modo de producción no las permite. Esto es mucho más de lo que los economistas ortodoxos puede ofrecer.
Habrá quien piense que para ello hemos necesitado muchas páginas, y eso que en muchos casos hemos manejado con demasiada alegría -así lo pensamos- conceptos que merecerían mucha más atención. No solo llevan razón, sino que tenemos que reconocer nuestra deuda con los autores marxistas actuales que llevan años escribiendo libros, artículos o entradas de Internet para desarrollar los análisis que nosotros utilizamos ahora con tanta despreocupación (y a los que por supuesto descargamos de nuestros propios errores). Así que no pretendemos que este análisis sea fácil o evidente, y somos conscientes de que precisará de un esfuerzo por parte del lector. Pero Marx decía que si las cosas fueran tal cual se ven en la superficie, no sería necesaria la ciencia. Y es que esta necesidad de esforzarse para aprender y comprender lo que ocurre debajo de la apariencia es algo que se utiliza continuamente en contra de la clase trabajadora. Si no estamos dispuestos a realizar ese esfuerzo, ello supone quedar en manos de todos los interesados -ya lleven corbata o no- que apelan a lo superficial y al manido sentido común para que aceptemos como inevitable el permanente incremento de la explotación que sufrimos.
Otros intentarán convencernos de que la realidad se puede cambiar a nuestro favor actuando desde dentro del sistema poquito a poco. Como marxistas, sabemos que el capitalismo no será eterno, que tuvo un principio y que tendrá un final cuando entre en contradicción con las fuerzas que libera. Sin embargo, lo importante es comprender que, mientras un modo de producción está vigente, las reglas admisibles son las que vienen dictadas por él. Ello ocurre no solo porque la clase dominante haga hegemónica su ideología o sus mercenarios actúen de forma coercitiva o violenta, sino porque la experiencia práctica diaria de la gente es que solo el seguir las reglas del modo de producción en vigor es lo que te provee de sustento material y permite la reproducción de tu sociedad. Si dejas de cumplirlas te quedas en paro y no puedes comprar comida, o tu negocio quiebra, o hay desabastecimiento, o tu moneda se deprecia sin cesar imposibilitando el acceso a bienes necesarios. En la superficie figuran una lista de elementos formales que los voceros identifican con la esencia del orden capitalista: una democracia parlamentaria, unos derechos de las personas, un progreso técnico, etc. Pero, por debajo, la auténtica línea a seguir viene marcada por la necesidad de maximizar la obtención de plusvalía a través de la explotación de trabajo asalariado. Por lo tanto, no es posible legislar o actuar ignorando estas reglas -la eternamente fallida propuesta de la reforma-, sino que es necesario terminar con el capitalismo como un todo. En este sentido es donde se entiende la necesidad de la acción revolucionaria.
De esta manera, el que las reglas no salten a la vista es un problema para nosotros, los trabajadores y trabajadoras. Si no conseguimos entender que vivimos una relación de explotación, nos seguiremos sintiendo eso, trabajadores y trabajadoras, pero no seremos conscientes de que somos parte de una clase, la clase trabajadora, la clase explotada. Si no conseguimos entender que cualquier trabajador está explotado2 pensaremos equivocadamente que las clases hacen referencia a niveles salariales, lamentaremos la explotación en la India, confundiendo la sobre-explotación que hay allí con la explotación que comparten con nosotros, nos quejaremos de “los alemanes” en general y no de los capitales centroeuropeos, hablaremos de las clases medias y de las aristocracias obreras y cosas por el estilo. En resumen, encontraremos mil divisiones por aquí y por allá que nos harán invisible la existencia de una clase trabajadora, y mucho más nuestra pertenencia a ella.
Contrasta este estado de desconocimiento y descoordinación en nuestro bando con el nivel de organización que ha demostrado el capital a lo largo de los últimos cincuenta años, el período que hemos analizado. Hemos podido comprobar cómo realiza planes de transferencia de recursos desde los bolsillos de los trabajadores a los suyos a veinte años vista o más; cómo prepara el terreno para su aceptación a través de sus medios de comunicación, instituciones y grupos de presión; como consigue que los legislen y apliquen cualesquiera de los grupos parlamentarios a los que les toque el turno de gobierno; cómo crean a los interlocutores apropiados para que “negocien” en nuestro nombre; etc. No estamos defendiendo la existencia de ningún plan minuciosamente trazado de antemano en el que todo les funciona como un reloj. También encuentran problemas e imprevistos: crisis inoportunas, conflictos entre los propios capitalistas, rebrotes de conflictividad, incluso revoluciones que no consiguen impedir, etc. Pero lo importante, y eso lo podemos constatar cada día, es que su nivel de organización les ha permitido reconducir o controlar cada una de estas situaciones en todos los lugares del mundo sin que se haya cuestionado el modo de producción. Allí donde los conflictos se han manifestado con tintes de clase, el silencio los ha ocultado. Por el contrario, su confianza es hoy día tal que se permiten el lujo de realizar estallidos controlados o manejar a su conveniencia las riendas del legítimo descontento popular allí donde hay que aliviar presión y/o donde colisionan intereses inter-imperialistas (primaveras árabes, 15M, Hong Kong, Ucrania, Siria, etc.)
Si en el bando del capital se puede hablar de una organización férrea y sumamente efectiva, en nuestro lado las cosas pintan muy distintas, y no por azar. Entre la clase trabajadora la organización ha sido desmantelada durante los últimos cincuenta años y en su lugar nos han dejado lo que hoy día no actúa más que como su antítesis: la representación parlamentaria, el sindicalismo de concertación y, cuando el estallido es inevitable, el espontaneísmo. Estas tres prácticas no solo no pueden sustituir a la organización de la clase trabajadora, sino que, aisladas de esta, conforman el contexto perfecto para que ésta sea constantemente controlada por el capital.
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Después de todo el texto que precede a este apartado, seguir abundando en la incapacidad o en la falta de voluntad real del reformismo parlamentario para actuar en nuestro interés no tiene ningún sentido. No hacen el diagnóstico correcto, mantienen la ilusión o la mentira de arreglar el capitalismo desde dentro, y su primera acción cada vez que recobran fuerzas es la de bloquear la organización en la calle y resucitar la fe en la representación, la posibilidad de un “diálogo social” por unos supuestos objetivos comunes con el capital y, finalmente, la claudicación ante la lógica del capital que nunca han negado.
Tras la exposición que hemos realizado nos parece inútil hablar de si la coalición de gobierno entre el PSOE y UP gobierna mejor o peor que las derechas: tanto unos como otros solo gobernarán al servicio del capital. Si el gobierno de coalición se hubiera desmoronado hace tiempo, hubiera dejado a su paso sólo el descrédito; si asume la gestión de la crisis capitalista en ciernes, deberá añadir a ello la traición y la vergüenza. Por nuestra parte, solo nos gustaría dejar claro que esos impostores social-liberales no tienen ni un ápice de comunistas -por mucho que así lo afirmen los aprendices de fascista de la derecha-, y que en ningún caso aceptaremos su fracaso como propio. Si, además de gobernar para el capital, dejan el campo libre para que la derecha campe a sus anchas -como ya hicieron González y Zapatero- será su sola responsabilidad.
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Para hablar de la práctica sindical sí necesitamos realizar algunas aclaraciones más pausadas. Todos sabemos que los trabajadores experimentamos en nuestros centros de trabajo una serie de problemas comunes. Además, en estas situaciones es fácil poner cara en la dirección de la empresa a la parte que te perjudica o te niega posibles mejoras de tus condiciones laborales. En esta situación no es de extrañar que los trabajadores nos organicemos sindicalmente, casi como una reacción instintiva. Incluso podemos aventurar que esa organización irá ganando experiencia y eficacia conforme aprenda de sus éxitos y errores. Este tipo de organización y actuación sindical es imprescindible, pues sin ella las condiciones de trabajo dentro del capitalismo, al no encontrar freno, irían empeorando hasta los límites de la mera subsistencia. Sin embargo, sin intención de menospreciarla, esta lucha sin orientación política tiene un recorrido muy limitado. Si, tal y como hemos explicado, las relaciones económicas no son evidentes en la superficie, los trabajadores solo alcanzan a ver la necesidad de mejorar sus salarios y los desmanes de su jefe concreto, algo que no lleva a poner en cuestión de forma automática las raíces del sistema en la explotación y en la propia relación salarial3.
La herramienta sindical toma incluso el rumbo contrario debido a la caracterización de los grandes sindicatos como sindicatos de concertación, lo cual representa la situación más propicia para los intereses del capital. Desde la conversión de las Comisiones Obreras en un sindicato hace más de cuarenta años, se ha dado un giro de ciento ochenta grados a la organización en los centros de trabajo. De estar actuando como un movimiento socio-político con conciencia de clase y con poder efectivo en la empresa y en la calle, la conversión en sindicato al uso conlleva el paso al segundo plano de los trabajadores, que pasan de organizarse en primera persona a ser representados o a demandar o contratar servicios. La misión de los sindicatos, una vez instalados en la lógica del capital, es la de poner la firma en nombre de la clase trabajadora en todos los textos en los que se quiere esconder unas condiciones de explotación creciente bajo una capa de supuesta sintonía de intereses entre los trabajadores y los empresarios. Así, en aras del ahora sagrado “Diálogo Social”, se da el visto bueno a la gestión privada de la sanidad pública, el Pacto de Toledo o a la Reforma Laboral de Zapatero o de Sánchez por oposición a los artículos “más lesivos” de la de Rajoy.
Cualquier trabajador que reivindica el día a día está dando el salto más “fácil”, porque el patrón está ahí plantándole cara en el despacho de al lado. El realmente complicado -y es el que intenta explicar Lenin en el Qué hacer-, es ese salto de la clase en sí a la clase para sí. Cuando alguien dice que luchamos por un salario digno se está confundiendo: nosotros sabemos que dentro del capitalismo no luchamos más que por mejorar nuestras condiciones de explotación, así que nuestro objetivo final es acabar con el trabajo asalariado.
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Para hablar de espontaneísmo hay que distinguir entre dos usos de la palabra. Nosotros mismos apuntamos ya el primero cuando afirmamos que la lucha por mejores condiciones en el lugar de trabajo se pueden desencadenar de forma instintiva o espontánea. Lo mismo que ocurre en la empresa, dentro de la clase trabajadora pueden surgir brotes espontáneos de lucha en otros contextos y por muchos motivos: por las pensiones o la sanidad, entre los estudiantes por el coste o la calidad de la enseñanza, por unos aparcamientos, contra la represión, etc. Estas manifestaciones son esperables y, como no, deseables; pero para nosotros son solo un primer paso que dan los trabajadores, pasos que se perderán por itinerarios sin rumbo si no persiguen unos objetivos que solo pueden venir marcados por la conciencia política. Sin embargo, hay dos tendencias dentro de la izquierda que actúan en contra de este análisis. Por un lado, están aquellos que ven una revolución en ciernes y el fin del sistema en cada revuelta que se desata por cualquier motivo, incluso las que representan los intereses de la clase contraria. Su táctica es la de enarbolar la consigna del momento, pensando que las masas -que nunca han oído hablar de ellos- subirán por sí solas al siguiente nivel de la conciencia cuando les identifiquen como sus más fervientes defensores. Por el otro lado están los interesados en que las reivindicaciones nunca cuajen en organización. Son los adalides del reformismo, que después de deshacerse en alabanzas a lo “justa” que es la reivindicación correspondiente, solo promueven la reconducción del conflicto a través de la representación, bloqueando abiertamente que los trabajadores den el paso hacia la lucha consciente. Nos encontramos así con que el espontaneísmo no es ya un primer paso hacia la organización de clase, sino que se promueve como el estado deseable y último en el que todo debe permanecer hasta desvanecerse.
De los trazos que estamos dibujando va surgiendo la respuesta a una serie de interrogantes que suelen repetirse con un enunciado u otro en todas las reuniones. La clase trabajadora de todos los países capitalistas, no conforma desde un principio una masa uniforme, menos aún una clase, se encuentra fragmentada y disgregada en cientos y miles de centros de trabajo sin mayor conexión entre sí, y sus distintos sectores entran en competencia por la conservación de su empleo o el mejoramiento de sus condiciones de vida en el marco de un mercado de trabajo. Todo el funcionamiento de la sociedad burguesa tiende a mantener esta división, esta fragmentación y competencia en el seno de la clase trabajadora; más aún, la lógica del capital se reproduce de una forma casi imperceptible -pero totalmente racional- en la propia clase trabajadora, y la convierte en un sector más que acepta el mantenimiento del sistema de dominación y su situación dentro de la sociedad de explotación. Nuestra capacidad de respuesta efectiva no proviene del mero hecho de ser superiores en número dentro de la sociedad ni de que la desigualdad se manifieste de la forma más descarnada; pensar así nos lleva a graves errores e ideas que pueden perjudicar -de hecho lo hacen- el poder del trabajador. Para llegar a la conciencia de clase hay que añadir a las luchas de los trabajadores la acción formadora y dirigente de la organización revolucionaria.
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En el EEC siempre terminamos nuestros textos con la consigna “¡no os lamentéis, organizaos!”, por lo que somos conscientes de lo necesario del debate sobre la organización que necesitamos los trabajadores y trabajadoras, y las características que ésta debe tener. Hablamos entonces de una organización que debe coordinar la lucha por los intereses de los trabajadores y debe estructurarse en base a elementos del día a día, en base al trabajo cotidiano de los que quieren participar en su construcción.
Este debate debe incluir la discusión sobre lo que significa ser un militante, y situar su desaparición en confrontación con el concepto de “activista”, tan popular durante las últimas dos décadas. Aunque, si queremos poner las cosas en orden, deberíamos decir que el que no haya militancia real es consecuencia de que no haya organización; solo hay grupos, hay organizaciones pequeñitas con aspiraciones de construir una organización grande, etc. Así, el concepto de militante se ha ido diluyendo con el paso del tiempo, y ha ido siendo sustituido por el de afiliados en organizaciones parlamentaristas que solo les requieren cada cuatro años para que repartan propaganda.
Partimos de la constatación de cómo el capital está intensificando la explotación porque lo necesita, y de cómo su férrea organización contrasta con la debilidad de la clase trabajadora. Nos debemos preguntar cómo damos una respuesta, cómo lo afrontamos en concreto los comunistas, es decir, los trabajadores que tenemos claro que se trata de una relación política, no meramente económica. Nos preguntamos por qué hay que organizarse y qué es organizarse, cómo organizamos a la clase y cómo los comunistas intervienen en esa organización. Si no partimos de ahí, de esa realidad de la clase y de nuestra realidad como organización (qué somos, cuántos somos, qué capacidades tenemos, etc.) y, en función de eso, cómo articulamos el tipo de órganos que necesitamos, acabaríamos recurriendo a la dicotomía entre el partido de cuadros y el partido de masas. Una dicotomía-pantalla que intenta esconder el hecho de que ahora no tenemos ningún partido comunista en España, ni de masas ni de cuadros. Y, si somos observadores, eso debe significar algo, porque en Europa está ocurriendo lo mismo. Incluso las grandes organizaciones socialdemócratas históricas hoy representan a estratos muy reducidos de la clase trabajadora.
Tendremos que ser capaces de hacer de la necesidad virtud, de utilizar correctamente las capacidades que tenemos y, fundamentalmente, de adaptarnos a la realidad de la clase, para ver cómo podemos construir la organización que necesitamos. Y quizás ni siquiera la que necesitamos, sino la que podemos. En cualquier caso, no es nuestra intención agotar este debate en este documento, sino el plantear que el análisis de la organización sea uno de los ejes centrales de trabajo de los próximos dos años. Y, sin embargo, sí que queremos dejar unos planteamientos que nos permitan centrar la discusión.
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Organicémonos según principios marxistas. Y no empecemos a hablar de partido o de cómo fueron o dejaron de ser los partidos en el pasado. Estamos en un tiempo nuevo, pero vivimos una explotación con los mismos fundamentos de siempre y con más fuerza que nunca. Y, cuando decimos de hacer organización, no quiere decir que seamos “la” organización. Hay que empezar por nosotros, pero siempre pensando que hay más gente que se tiene que incorporar, y para eso tenemos que ser muy flexibles. No hay nada nuevo en esta afirmación. Una organización marxista es por esencia una organización flexible, que tiene unos principios a los que no renuncia, pero que se adapta a los sitios donde tiene que intervenir. Tenemos que tener cuadros, tenemos que tener militantes, tenemos que hacer trabajo en los barrios, y tenemos que hacer cosas nuevas.
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Una de nuestras tareas básicas es explicar qué es la explotación, por qué nos explotan, por qué necesitan explotarnos, por qué no tenemos derecho al trabajo, por qué no tenemos derecho a la vivienda, por qué no podemos tenerlo. Eso es intervención política, y para eso necesitamos estar organizados. Necesitamos explicar la contradicción existente entre lo que es el capitalismo y lo que el mismo capitalismo dice que es.
Cuando conseguimos explicar para que alguien diga “¡Joder, lo acabo de entender!”, esa persona ya no vuelve a equivocarse, otra cosa es que deba evolucionar, pero ya tenemos un comunista en potencia organizado. La conciencia no viene porque la gente esté explotada, viene porque alguien le explica que está explotada. Si no explicamos a la gente que está explotada, la gente siente la explotación, pero no sabe qué es.
Tenemos que ser honestos en el razonamiento: las cosas que no están razonadas no convencen, y la autoridad no la da el añadir una cita de Lenin o de Marx. Los razonamientos nos tienen que explicar la realidad. Y la realidad la sigue explicando a día de hoy Marx, cada día El Capital está más vigente.
Para todo ello necesitamos formarnos, y sabemos que cuesta un esfuerzo. No solo como lectores, también hacen un esfuerzo aquellos a los que les toca escribir, que tienen que darle vueltas una y otra vez a los textos para que sean fáciles de entender, ayuden en la explicación a sus camaradas y hagan que el lector se sienta identificado. Eso es intervención política.
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A veces tendremos que intervenir en cuestiones no de fondo, pero que son necesarias. Hay que intervenir en asuntos del día a día, porque no se puede crear una brecha entre los comunistas y la clase a la que pertenecemos. No hay motivo para que nos identifiquen como a personas que aparecen solo para soltar su rollo, sino con alguien que acude e interviene en lo que puede, desde intentar parar un desalojo, hasta un asesoramiento laboral, poner una bombilla o ayudar a hacer la declaración de la renta. Si el resto de la clase nos identifica como clase, que asumimos en momentos concretos la tarea de explicar, eso es organización.
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Sabemos que la lucha sindical o la que hacemos en nuestros barrios es la pelea del día a día por mejorar nuestras condiciones de explotación, o que la lucha por las libertades democráticas es esencial para la organización de la clase obrera. Desde la organización política, en este caso desde el EEC, intentamos explicar que esas luchas son importantes, necesarias, pero con ellas no salimos de la relación de explotación. Lo que nos puede sacar de ella es la explicación política de lo que significa el capitalismo. Ese es el salto político, la identidad de la clase o la conciencia de la clase, de la clase en sí a la clase para sí; es decir, la lucha consciente por una sociedad donde no exista la relación de explotación mediante el salario.
Los comunistas participaremos en las luchas que mantenga la clase trabajadora por la mejora de sus condiciones de explotación, pero dejando claro nuestro rechazo a los planteamientos y argumentaciones que escondan la explotación, ya sea el “gobierno para todos” o el “diálogo social”. No existen intereses comunes entre empresarios y clase trabajadora. Luchar por mejorar nuestras condiciones nos lleva en ocasiones a negociar con la otra parte, pero asociar el crecimiento económico a la “paz social” no demuestra mayor alcance de miras que el de aliviar los casos más extremos de sobre-explotación, dando por buena la explotación consustancial al sistema.
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Nos organizamos sobre principios claros, siendo el primero la contradicción capital-trabajo. Esa es nuestra tarea principal: explicarlo en nuestra intervención del día a día. Del éxito en este paso depende que podamos intervenir más. El salto del poder al contrapoder y, de ahí, al doble poder, depende de la capacidad de intervención que ganemos. En España el doble poder sólo se dio en un breve periodo, al principio de la Transición, cuando la clase obrera organizada fue capaz de imponer al criminal de Arias Navarro la mejor Ley de Relaciones Laborales posible. Pero eso requirió de dos millones de trabajadores en la calle organizados de forma consciente. Cuando se alcanza ese nivel y capacidad de doble poder, es cuando podemos imponer nuestras condiciones, pero cuando somos un grupo pequeño nos tenemos que limitar a ser pacientes y constantes, y en estos momentos estamos en la explicación del uno a uno.
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La necesidad de hacer pública nuestra condición de ser y llamarnos comunistas. Y ahora con más ahínco, ya que el capital y sus círculos políticos y mediáticos están librando una gran batalla por la ilegalización del comunismo y de los comunistas.
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También debemos preguntarnos cómo puede ser que a día de hoy las organizaciones comunistas no planteen un modelo de sociedad realmente distinta.
Se da la circunstancia de que podemos desmenuzar la realidad y dar un diagnóstico muy certero de por qué el capitalismo actual y los gobiernos de turno actúan como lo hacen. Pero está claro que tenemos un problema para explicar por qué cayeron los regímenes que se habían identificado como comunistas, y no pisamos suelo firme cuando queremos presentar una alternativa actual y propia. Es hora de que nos liberemos del peso de ese pasado, sin renunciar a aprender de su contexto, de sus realidades y de sus errores.
Tenemos que analizar qué ideas de la propuesta comunista clásica nunca se han llegado a poner en práctica, tenemos que estudiar los errores que se cometieron en el camino y que torcieron su desarrollo, etc. Tenemos que aprender de nuestro pasado, pero sin fustigarnos. Tenemos que dar alternativas mejores con todo lo que hemos aprendido, etc. En la página de formación del EEC hay una sección sobre propuestas actuales para una sociedad socialista4.
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Somos conscientes de que una de las situaciones que más nos alejan de una militancia regular es el aislamiento en el que a veces nos encontramos, ya sea en el trabajo, en el barrio, etc. Conocemos a otros comunistas, pero están en otras tareas que consideramos que no conducen a nada, o se limitan a la denuncia de los males extremos del capitalismo, o a buscar el enemigo en organismos internacionales (ya sea el FMI, el imperialismo norteamericano, etc.), o al culto repetitivo a iconos o hechos pasados que no dicen nada a la clase trabajadora actual. Cuando se centran en lo local su discurso se reduce al Ibex 35, a la oligarquía financiera parasitaria o al régimen del 78. La incomprensión de nuestra propia clase hacia estos planteamientos reduccionistas les lleva a la conclusión de que ya no se puede hacer nada o de que la gente ha perdido la conciencia de clase. Se cae así en la contradicción de querer presuponer a los trabajadores una conciencia de clase cuando hemos visto que los postulados marxistas nos dejan claro que estar explotado no tiene que ver con ser consciente de esa explotación.
¿Es posible la militancia individual en ausencia de otras personas en nuestro entorno? Habrá quien esté convencido de que no se puede hacer nada si estas solo. Sin embargo, pensamos que es un error. La derrota que ha sufrido el movimiento comunista en particular y el conjunto del Movimiento Obrero en general es de tal calibre que se precisa que cualquier comunista consciente deba dar el paso y asumir que él o ella es el punto de inicio de la reconstrucción en la medida de sus posibilidades. Ese es el verdadero sentido de la vanguardia.
¿Qué se puede hacer en esta situación? Estudiar, explicar por qué luchamos. Participar en luchas salariales o de mejora de nuestras condiciones de explotación, o por más medios sanitarios o educativos en el barrio, etc. Pero lo más importante es explicar por qué tenemos que luchar, y en esa tarea es donde tenemos que hacer ver la necesidad de la lucha política. Hacer ver que nos pasamos la vida peleando contra los síntomas, y no contra las causas que los provocan. Conseguir que una de las personas que han participado con nosotros dé el salto y comprenda por qué tenemos que luchar, supone dar el paso a la lucha consciente, de la clase en sí a la clase para sí.
Esa tarea es colectiva, pero también es individual. Lo único que precisamos es no perder el contacto con el resto de camaradas periódicamente para seguir poniendo en común esta tarea, ya sea en las reuniones trimestrales, en las de formación o en contacto individual si es necesario.
1No es nuestra intención defender una teoría por una convicción previa o porque la haya expuesto alguien en concreto. No se trata de seguir a profetas, sino de comprobar si una teoría explica la realidad práctica.
2Este es un ejemplo más de confusión del “sentido común”. En la práctica, los trabajadores más explotados suelen ser los trabajadores bien pagados de las grandes empresas. Ello es debido a que las empresas más tecnificadas extraen más plusvalía absoluta -y frecuentemente relativa- de sus trabajadores.
3Hay que recordar como Marx explica al final de su texto “Salario precio y ganancia” que ”[a]l mismo tiempo, y aun prescindiendo por completo del esclavizamiento general que entraña el sistema del trabajo asalariado, la clase obrera no debe exagerar a sus propios ojos el resultado final de estas luchas diarias. No debe olvidar que lucha contra los efectos, pero no contra las causas de estos efectos; que lo que hace es contener el movimiento descendente, pero no cambiar su dirección; que aplica paliativos, pero no cura la enfermedad. No debe, por tanto, entregarse por entero a esta inevitable lucha guerrillera, continuamente provocada por los abusos incesantes del capital o por las fluctuaciones del mercado. Debe comprender que el sistema actual, aun con todas las miserias que vuelca sobre ella, engendra simultáneamente las condiciones materiales y las formas sociales necesarias para la reconstrucción económica de la sociedad. En vez del lema conservador de "¡Un salario justo por una jornada de trabajo justa!", deberá inscribir en su bandera esta consigna revolucionaria: "¡Abolición del sistema del trabajo asalariado!"
4EEC, La economía en el comunismo. https://encuentrocomunista.org/introduccion-debate-economia-comunismo/
Espacio de Encuentro Comunista, octubre 2022
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