En un artículo anterior, el Espacio de Encuentro Comunista expuso el doble peligro con el que la pandemia actual enfrenta a las clases trabajadoras. En el corto plazo, el riesgo del contagio personal o familiar, el de los abusos laborales o incluso el desempleo; y, en caso de enfermedad aguda, el de la desatención por parte de un Estado burgués que considera un derroche el gasto en servicios públicos. Si saltamos en el tiempo unas pocas semanas y vamos al medio y largo plazo, cada vez se perfila más nítidamente la terrible expectativa de entrar en un nuevo proceso de crisis capitalista cuando, en la práctica, los trabajadores nunca nos recuperamos de la anterior.
Ese doble escenario temporal (la pandemia actual y la crisis económica latente que ésta va a precipitar) es el que quita el sueño a los gestores mundiales del capitalismo, solo que ellos aplican el punto de vista de una clase distinta. La pandemia no deja de ser para ellos una maldita molestia que hay que resolver con el mínimo coste económico y con tacto suficiente para evitar levantamientos populares. El objetivo principal es minimizar el impacto de la crisis posterior en los beneficios del capital y sentar las bases para que estos vuelvan a ascender lo más rápidamente posible. Partiendo del contexto productivo, político y social que presenta el capitalismo patrio de cada uno de estos gestores, podemos entender que la respuesta de Donald Trump y de Pedro Sánchez presente formas distintas, pero nos equivocaremos si pensamos que persiguen objetivos diferentes. Ninguna de las instancias de gobierno locales, estatales y supra-estatales (UE, BCE, FMI, OMS, etc.) pierden nunca de vista la necesidad de preservar las bases del modo de producción capitalista. Si pueden darse roces y distintas formas de gestión en base a ciertas especificidades (nivel de productividad, organización de la clase trabajadora local, etc.), nunca será hasta el punto en que se ponga en riesgo las mencionadas bases.
Así, durante la semana pasada el gobierno de Pedro Sánchez, el BCE, y otros gobiernos europeos y mundiales fueron concretando la estrategia que piensan seguir. Aunque en muchos casos tan solo han avanzado cifras exorbitantes con las que impresionar a la ciudadanía y -con menos éxito- intentar calmar a los mercados, sí que va quedando claro a quién va dirigido el plan de rescate (qué es lo quieren salvar) y qué están dispuestos a ceder por el camino.
Desde el EEC entendemos que el análisis que esbozamos tan someramente en el texto anterior se ha confirmado, y se ajusta a las medidas que van tomando a trancas y barrancas gobiernos aparentemente tan dispares como el estadounidense, el británico, el alemán o el español. Las líneas básicas son las siguientes:
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Liberar a las empresas durante el período de pandemia de los trabajadores con contratos indefinidos a los que no pueden usar productivamente (es decir, que no pueden producir plusvalía para la empresa)
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Por la parte de la empresa, flexibilizar el recurso a despidos temporales en aquellos países donde la legislación laboral lo obstaculiza
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Por la parte del trabajador, cobrar del Estado un porcentaje aceptable de su salario normal sin consumir paro
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Dado que el tipo de contratación de muchos trabajadores permite prescindir de ellos sin tantos miramientos, se establecen unas medidas mínimas de socorro social: evitar cortes de luz o agua, paralizar los desahucios hipotecarios, prórroga del desempleo, etc.
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Abrir al máximo el grifo del aval y del préstamo estatal dirigido a las empresas.
Los dos primeros paquetes de las medidas anteriores se consideran difusamente en vigor mientras dure la pandemia. Es muy probable que el paquete segundo se prorrogue si la situación posterior de crisis hace necesario el socorro social más elemental. Incluso no es descartable que estas medidas tengan que acabar incluyendo a autónomos y a asalariados temporales no recontratados si es necesario para mantener la paz social. Sin embargo, lo que ya ha quedado claro en las declaraciones de todas las instituciones es que el tercer paquete, unos ingentes avales y préstamos a empresas que convertirá a los otros dos en calderilla, va a estar en vigor todo el tiempo que se considere necesario.
El conjunto de las medidas se puede entender de esta manera. Los Estados ponen al ralentí el motor económico mientras lo necesite el aislamiento, y durante ese tiempo mantienen el control social con gasto asistencial. Cuando el día a día se normalice, el mercado laboral -de nuevo libre- se encargará de llevar el paro al nivel que la crisis lo requiera y las ayudas públicas convertirán la deuda privada en pública para mantener a las empresas con vida. En ese momento los recortes y el ataque al gasto público alcanzarán niveles que no conocimos ni en la crisis anterior1.
Una vez pasados los preámbulos llenos de frases emotivas, en ningún lugar de la legislación se plasma la necesidad inquebrantable de salvaguardar el máximo de vidas con las únicas medidas que realmente llevarían a ello. Es decir,
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Decretar el aislamiento de los que no realizan una actividad verdaderamente imprescindible socialmente. Durante un período superior al estado de alarma no se podrían realizar despidos de ningún tipo de contrato y los autónomos afectados tendrían unos ingresos asegurados
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Establecer el control centralizado de todos los recursos públicos y privados y dirigirlos a proveer los medios con los que vencer la pandemia,
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respetando las máximas medidas de protección para defender a los que deben seguir trabajando en público
Algunos dirán que esto es comunismo. Y no, no es comunismo. Medidas de este tipo se han tomado en tiempos de guerra en los países capitalistas y no han dejado a su paso un nuevo modo de producción. Para nosotros esto no serían más que unos requerimientos mínimos para dejar de sacrificar vidas de trabajadores a mayor gloria de la libertad de empresa.
Donald Trump, desde su papel de líder mundial de la economía de mercado, ha dejado claro las razones por las que el capital no puede dar ese paso. Al referirse a por qué no activa la legislación que le permite tomar el control centralizado de la economía ante una situación de emergencia, ha declarado que su inclinación es a no interferir con las fuerzas del mercado2. El capitalismo global no puede consentir que en un momento de auténtica conmoción la única solución sea suspender la libre actuación del mercado. Ello supondría un golpe demasiado duro a la legitimidad del sistema. Por eso prefieren colarnos la supuesta “autorregulación” de las empresas, que consiste en lanzar comunicados públicos de responsabilidad social mientras se mantiene expuestos a los trabajadores a la enfermedad, se realizan ERTEs de miles de trabajadores o se les dice a los subcontratados que no vuelvan al día siguiente. Por eso las Administraciones Públicas no pierden un segundo en hacer dejación de su ya escasa responsabilidad sobre niños y ancianos sin dar alternativas, sabiendo que en muchos casos las tareas de cuidados van a recaer en esas mujeres a las que tanto alababan hace dos semanas. Por eso, en los casos de necesidad y para cubrir el expediente, el menú diario de un niño se abandona en manos de empresas productoras de comida-basura3. Por eso los suministros médicos no se producen ni se distribuyen según criterios técnicos, situación ante la que el Presidente Sánchez, con su flamante Estado de Alarma, no puede más que mostrarse impotente explicándonos su dificultad para adquirirlos en un “mercado internacional que está siendo muy agresivo”4. Y también por eso hemos podido ver en los últimos días a trabajadores realizando tareas de necesidad muy cuestionable mientras en los supermercados o en los hospitales el poco personal que hay realiza jornadas extenuantes con medios inadecuados.
No, garantizar empleos durante un mes, no exponer a los trabajadores innecesariamente a una enfermedad con consecuencias fatales y fabricar mascarillas, guantes y respiradores no debería parecer una prueba insuperable a realizar en pleno siglo XXI. Y aquí llegamos al punto donde se pone de manifiesto la imposibilidad del capitalismo para cumplir sus promesas. Si el capitalismo no es capaz de pasar esta “simple” prueba es porque el capitalismo no es, una vez más, el sistema capaz de liberar las fuerzas productivas de que disponemos a día de hoy. Si el capitalismo no puede reaccionar ante las necesidades literalmente vitales que le plantean una mayoría absoluta de trabajadores es porque el capitalismo no es el sistema democrático que dice ser.
Como trabajadores y trabajadoras, como personas que todos los días nos enfrentamos a problemas, creamos cosas, prestamos servicios, tomamos decisiones, cuidamos, planificamos o gestionamos, nos puede parecer incomprensible que los Estados tiemblen desde sus cimientos ante un virus como éste con una letalidad baja. El motivo es que, en el capitalismo, los propietarios de los medios de producción no nos contratan ni ponen en movimiento nuestra capacidad de trabajar, nuestro conocimiento, experiencia, creatividad e iniciativa por el mero hecho de producir bienes y servicios útiles, sino ante la expectativa de apropiarse del fruto de una parte de nuestro trabajo que es conocida como plusvalor. Por eso la producción social se ve obligada a pasar el filtro de ser productora de beneficio privado a través de la explotación del trabajo asalariado5 y no basta con que “simplemente” resuelva necesidades vitales de las personas. Por eso también, ante la perspectiva de una plusvalía en descenso con motivo de la crisis, la reacción del capital es aumentar la explotación. A partir de cierto punto, y aquí terminamos, la expectativa de una plusvalía futura insuficiente para el propietario privado de los medios de producción supone que prefiere no invertir y prescindir del trabajador, aunque la producción suprimida fuera útil y el trabajo del obrero se hubiera pagado a sí mismo.
Lo que Marx denominó como la “contradicción fundamental del capitalismo”; esto es, la contradicción entre el carácter social de la producción y la forma capitalista privada de apropiación de sus frutos, se muestra en estos momentos con toda su crudeza. Nada por encima del beneficio privado empresarial, todo al servicio de su causa. Si hay contradicción entre la vida y el beneficio de las empresas, peor para la vida. Llegamos así a la conclusión de que la resolución real de los problemas solo puede pasar por poner en manos de los productores el control de la producción, de forma planificada y democrática. Esa sí es la reivindicación socialista.
Espacio de Encuentro Comunista
24 de marzo de 2020
1Los portavoces del capital ya empiezan a recordar que la situación de gasto actual es temporal para salvar a las empresas, y que devolver ese dinero con posterioridad requerirá más recortes a los trabajadores. El siguiente artículo lo expone de la forma más descarnada (y descarada) posible: https://www.expansion.com/economia/2020/03/22/5e77dcc8468aeb953e8b4588.html
3https://www.rtve.es/noticias/20200317/coronavirus-gobierno-autoriza-madrid-distribuir-menus-telepizza-rodilla-alumnos-beca-comedor/2010241.shtml
4https://www.eldiario.es/politica/Gobierno-industria-produccion-nacional-sanitario_0_1008599145.html
5Recordamos, como hemos hecho en otros escritos, que hablamos de trabajo asalariado en forma conceptual y no legal. Es decir, a todos los efectos estamos incluyendo a las multiples variantes de autónomos dependientes, falsos autónomos, trabajadores de empresas tipo Uber, etc., relaciones laborales que solo pretenden liberar de responsabilidades al empleador.