El Espacio de Encuentro Comunista no es un partido. Cuando nos constituimos hace unos años dejamos claro que casi nos veíamos arrastrados a salir a la arena pública debido a la falta de una Organización Comunista en la que pudiéramos hacer el trabajo de militantes. Desde entonces tratamos de aportar ideas al debate marxista y sumar nuestro grano de arena a la construcción de organización. Sirvan estos apuntes para adelantar que nos sentimos muy lejos de ver una opción comunista con perspectivas de medir sus fuerzas de igual a igual con las distintas marcas burguesas en unas elecciones. Sin embargo, esa constatación no significa que pasemos de largo con desdén o con cuatro frases hechas ante la avalancha electoral que se avecina en los próximos dos meses. Todo lo contrario, pensamos que es un momento clave para que ubiquemos cuál debe ser el discurso comunista cuando la clase trabajadora está pensando cómo debería actuar.
Pero antes de llegar a unas conclusiones, hagamos un repaso a los postulados que hemos defendido estos años[1] y veamos cómo nos sirven para ubicarnos en el momento presente.
En noviembre[2] del año pasado el Espacio de Encuentro Comunista celebró una reunión de trabajo que se prolongó en un segundo encuentro en el mes de febrero[3]. El objetivo era poner en común datos para iniciar un trabajo que, debido a la falta de fuerzas, habíamos postergado mucho tiempo: la elaboración de un informe sobre la situación actual de la clase trabajadora. La alta participación y el hecho de que se haya prolongado en dos sesiones, ha permitido que, aprovechando el intervalo entre una y otra, el debate se haya podido completar con datos muy útiles que nos han dado una visión fundamentada del proceso económico y político que ha arrastrado a los trabajadores hasta alcanzar esta situación tan lamentable que ahora ponemos en común.
Estamos convencidos de que cualquier trabajador o trabajadora se reconocerá en muchas de las situaciones laborales y vitales que han expuesto los camaradas presentes en las reuniones (temporalidad, subcontratación, horas extra no pagadas, pagos en negro, trabajos sin contrato, EREs, etc.). Pero si algo detectamos rápidamente los asistentes es que, más allá de las situaciones concretas que cada uno pudiéramos haber vivido o no, había un proceso común que atravesaba las diferentes ocupaciones, niveles de formación o tipos de contrato. En el mundo actual de dispersión ideológica, ese proceso recibe muchos nombres, lo que indica que se intenta analizar y presentar de forma fraccionada y parcial: precariedad, incremento de las desigualdades, liberalización, inseguridad, etc. Sin embargo, como marxistas, ese proceso tiene para nosotros un nombre que lo define de manera precisa: explotación creciente.
La explotación es un ingrediente básico e inevitable del capitalismo. También lo es el hecho de que deba incrementarse, aunque el ritmo de ese crecimiento no está dado, pues se ve afectado por las condiciones materiales y la fuerza que logran oponer los trabajadores. En palabras de Diego Guerrero: “el capitalismo español, como el de todos sitios, se basa en la explotación del trabajo asalariado y la opresión de los demás tipos de trabajo. Lo hace de forma que depaupera cada vez más a los trabajadores, a pesar de que los incrementos de productividad permiten que ese salario relativo decreciente sea compatible con un alza en el salario real. Ese mismo capitalismo se mueve, como es natural, por el estímulo de la maximización de la ganancia, y su dinámica responde por tanto a sus resultados en términos de rentabilidad. Si los beneficios no son suficientes, la acumulación de capital entra en crisis, y la sociedad entera paga las consecuencias. Mientras el capital está sometido a los efectos de la depresión que sigue a la crisis, las mejoras que recibían los obreros en la etapa expansiva desaparecen. Los salarios reales se estancan o bajan; la jornada laboral se intensifica y se alarga; los contratos laborales se hacen más precarios, menos seguros, y contribuyen al deterioro de las condiciones de trabajo y de vida; el desempleo agudiza la competencia interna entre una masa de trabajadores que deben vender, como los capitalistas, su mercancía en un mercado, en este caso el de trabajo, pero frecuentemente no pueden y se convierten en parados que no pueden ejercer su actividad esencial mínima de ser persona activa [y] contribuir a la producción social.” [4]
Así pues, el capital tiene una lógica interna de actuación que le obliga a incrementar la explotación para poder seguir aumentando las ganancias, mientras mantiene inversiones crecientes en medios de producción. Pero una cosa es que la lógica interna fuerce el movimiento en una dirección predefinida, y otra cosa es que ese movimiento se mantenga solo. El problema surge porque esa lógica también alimenta una serie de contradicciones que pueden actuar como freno, y que son tan inevitables como la necesidad de la explotación. Una de las dos contradicciones primarias dentro del capitalismo surge precisamente de la propia explotación, y es la que enfrenta a los capitalistas con los trabajadores, al explotador y al explotado. Los trabajadores siempre tenderán a actuar, más instintiva o más organizadamente, en contra del capital. La otra es la que enfrenta mediante la competencia a los capitalistas entre sí. Este enfrentamiento, que es permanente, se manifiesta de una forma más o menos civilizada cuando hay beneficios para todos. Pero es en momentos de crisis cuando realmente muestra el nivel que puede llegar a alcanzar, tal y como estamos viendo en los últimos años en el recrudecimiento de tensiones proteccionistas, nacionalistas o imperialistas. El siglo XX nos enseñó que no se detienen ante ningún nivel de destrucción.
Por eso el capitalismo necesita de herramientas que le permitan gestionar la cohesión del sistema. Las más antiguas operan al nivel del Estado-nación burgués -en forma de parlamentos, judicatura, fuerzas de orden público, etc-. Pero, conforme la necesidad expansiva del capitalismo lo hizo necesario, estas herramientas se diversificaron en forma de instituciones internacionales en su más amplio espectro, desde una Unión Europea que cada día acumula más funciones de Estado plurinacional, pasando por las organizaciones, acuerdos, pactos y alianzas económicas y militares, hasta la multitud de supervisores e interventores “técnicos”, como puedan ser el FMI o la OCDE. Todas ellas son herramientas creadas por y para el capital y, por tanto, carecen de neutralidad desde su origen. Deben aparentar una cierta ecuanimidad que preserve su legitimidad, pero puestas en la disyuntiva, siempre defenderán los intereses del capital. Podrás entender con total claridad cómo han actuado estas herramientas en el caso del Estado español durante los últimos cuarenta años echando un vistazo a la sección de conclusiones[3] de la reunión del EEC ya mencionada.
Pero hace mucho tiempo que el capital descubrió que la legitimidad de su modo de producción no se puede apoyar solo en estamentos e instituciones, y que es infinitamente más seguro instalarlo directamente en la mente de los trabajadores. Este mecanismo se da, en parte, de forma casi automática; ya lo señaló Marx cuando escribió que “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante”[5]. Desde el momento que las relaciones sociales se adaptan al modo de producción, las partes asumen su rol sin cuestionarlo. Así, el trabajador que solo conoce en su vida el trabajo asalariado, da por hecho que el salario paga la totalidad del trabajo. A pesar de ser la razón de ser del trabajo asalariado, a sus ojos no existe la explotación, o la confunde con la sobre-explotación. Sin embargo, con la aparición del marxismo, la clase trabajadora comienza a tomar conciencia de que da su trabajo para que otros vivan muy bien sin trabajar. En ese momento se hace necesario para el sistema actuar conscientemente para volver a naturalizar la explotación.
No nos referimos solo al papel que juegan los medios de comunicación y de formación. Desde finales del siglo XIX se descubrió que lo más efectivo era integrar en el sistema a partidos y a organizaciones sindicales que hablaran en nombre de los trabajadores, pero desde una perspectiva de comunidad de intereses capital-trabajo. Esta táctica alcanzó su máxima efectividad en la segunda mitad del siglo XX, cuando la época de beneficios fáciles que siguió a la Segunda Guerra Mundial permitió al capitalismo conjugar las ganancias empresariales con ciertas concesiones materiales a los trabajadores de occidente. Es en ese momento cuando las antiguas organizaciones de los trabajadores se atreven a dar el paso definitivo al abandonar la línea de pensamiento que explica el capitalismo hasta sus últimas contradicciones y adoptan como credo determinadas teorías burguesas que en su origen no buscaban más que estabilizar el sistema tras la crisis de los años treinta. La idea de un capitalismo sin contradicciones y sin crisis siempre ha sido criticada por los economistas marxistas como algo que, en el mejor de los casos, no pasa de ser una idea utópica. Como veremos ahora -y como hemos experimentado en nuestras vidas-, llevaban razón.
Acabada a principios de los años setenta la fase de crecimiento más o menos estable, desde entonces hemos vivido en una permanente montaña rusa de crisis capitalistas, recuperaciones más o menos inseguras y estallidos especulativos. La búsqueda del incremento del beneficio ha adoptado diversas formas, desde la expansión del capitalismo a nivel mundial que hemos conocido como globalización[6a], la deriva hacia la financiarización del capital que no encuentra beneficios en la producción, hasta el recurso sempiterno a la sobre-explotación aplicada sobre la clase trabajadora -esta vez global-, que ha vivido permanentemente en un carrusel que Arrizabalo describe como de “crisis-ajuste-crisis”[7].
Este proceso ha sido internacional, pero sus manifestaciones son dependientes del contexto económico de cada lugar. España se encuadra en la segunda división del capitalismo, entre los países de baja productividad. Ello hace que los capitales nacionales se defiendan de la mayor calidad y menor coste de los capitales extranjeros a base de explotar más a la mano de obra local. O sencillamente intentan escapar a la competencia, y se especializan en sectores como la agricultura, el turismo o la construcción. La entrada en el euro -una moneda creada según las necesidades de países más fuertes- ha puesto más de relieve esta carencia, y la solución decretada por Europa, por el PSOE de Zapatero y el PP de Rajoy fue la de la devaluación interna, por el mecanismo de la bajada de salarios directos, de nuestras pensiones y de la reducción y empeoramiento de nuestros servicios públicos[6b].
Es importante subrayar que no se trata de algo limitado a los últimos diez años de crisis. Como hemos indicado unos párrafos atrás, en la sección de conclusiones de la charla del 9 de febrero, tuvimos la oportunidad de hacer un repaso bastante exhaustivo de cómo en los últimos cuarenta años todo el aparato del Estado ha estado fomentando el trasvase de riqueza desde los productores directos -los trabajadores- a las cuentas de los capitalistas. En ello se han volcado todos los poderes del estado burgués, independientemente de su adscripción momentánea a la marca PSOE o a la marca PP. Además, se ha contado con la colaboración necesaria de los sindicatos de concertación, que trabajan con toda naturalidad movidos por la lógica del capital.
Aquellos que acostumbran a ver el fin del sistema detrás de cualquier tumulto, afirman que este proceso de ataque sistemático a los trabajadores ha terminado por dañar la imagen del régimen, y que estallidos como el del 15 de mayo de 2011 son síntomas de que las semillas revolucionarias pueden prender en el seno de la clase trabajadora. Nuestra opinión no es esa en absoluto. El régimen -entendido como los propietarios y gestores del capital- no está nada intranquilo, goza de una salud perfecta. Lo que ha sufrido un desgaste evidente ha sido su sistema de representación, ante lo cual pusieron en marcha inmediatamente las acciones necesarias para cerrar la herida abierta. Es en ese momento cuando se demuestra la eficacia de un trabajo de décadas: desde el momento en que mucho antes ya habían conseguido que los trabajadores naturalizaran las relaciones de explotación, la culpa del empeoramiento de las condiciones de trabajo y de vida ya no se buscan en la raíz, en la lógica del capital, sino que se dispersan en sus manifestaciones externas: no nos representan, son unos corruptos, “no es una crisis, es una estafa”, la culpa es del neoliberalismo y de la financiarización, son una casta, etc.
De este modo, ha bastado con poner en escena a nuevos actores para volver a encauzar la confianza de la gente hacia las mismas instituciones. Si la campechanía del monarca anterior ya no basta para compensar su grotesca desfachatez, se le sustituye por un monarca “preparado” a base de cursillos de formación que ríase usted de los másteres de la Universidad que lleva el nombre del campechano. Si los de antes no nos representaban, los de ahora sí lo hacen. Lo importante es que los que habían perdido la confianza en la representación y pudieran estar pensando en organizarse con otros como ellos, puedan volver a asumir que su papel es simplemente votar. Total, si los problemas tienen orígenes parciales como el neoliberalismo, la financiarización, la corrupción, el patriarcado o el racismo, debe ser posible atacar estos defectos uno a uno y dejar un capitalismo que funcione. Así pues, una vez sustituido el cuadro de actores y convenientemente modernizado el discurso, el sistema ha cargado las pilas para poder seguir funcionando con la misma lógica de explotación creciente que necesitan los capitalistas.
Había, sin embargo, un riesgo latente. Estamos lejos de afirmar que el PCE de la transición tenga las características de un partido comunista revolucionario. Sin embargo, si Felipe González llevó a cabo la catarsis de extirpar el marxismo del PSOE en 1979 como paso previo a ser una pieza clave del nuevo período de democracia capitalista moderna, el Partido Comunista se había quedado peligrosamente anclado en una dialéctica de clase -aunque traicionada en una práctica socialdemócrata-. Hacer el tránsito por una etapa de crisis de representación con el riesgo de que una parte importante de los votantes se volcaran hacia ese discurso era un peligro que el sistema no podía asumir.
Se diseña así el mecanismo por el que se va a extirpar definitivamente la semilla del discurso de confrontación de clase del menú de opciones de voto mayoritario. Para ello no basta con crear Podemos[8], pues el riesgo de que la trampa se descubra demasiado rápido, hace necesario que simultáneamente haga falta meter a alguien en Izquierda Unida para hundirla desde dentro.
Podemos e Izquierda Unida están actuando, pues, como restauradores de la confianza en la representación. Ya han realizado ese papel con creces al rehabilitar la confianza en el PSOE, un partido que hace ocho años realizó su propia reforma de las pensiones, su reforma laboral y una modificación de la Constitución pactada con el PP y con Bruselas. Pero seríamos muy cortos de miras si pensáramos que su traición queda ahí.
Toda la nueva hornada de progres que ahora afirman que no tiene sentido hablar de izquierdas y de derechas son furiosamente anticomunistas [9]. Su discurso se mueve hábilmente entre la naturalización del capitalismo, el guiño canalla que haga patente que se ha leído a los clásicos y la constante reclamación de parches que alivien las penas extremas -no las cotidianas- de los explotados y oprimidos. Para dotarse de un programa allí donde no plantean alternativa alguna al capital, rebuscan entre las teorías keynesianas, los idealismos más toscos e incluso entre las propuestas más liberales. Por eso se puede prometer cualquier cosa para renunciar a ella al poco tiempo: si hoy se promete el repudio de la deuda, mañana se asegura el trabajo garantizado, pasado mañana el no respeto al techo de gasto de Bruselas y al otro el fin de las desigualdades de género. Nada parece sujeto a condiciones materiales, pero cuando las condiciones materiales hacen patente la imposibilidad de la propuesta, se apela a la responsabilidad de gobierno o se echa uno a un lado para volver a reengancharse en la próxima lista.
Cayendo en la trampa de elegir entre las falsas dualidades presentadas por el sistema, se opta por la transversalidad, que no esconde más que la naturalización del entramado capitalista. De pronto nos enteramos de que estamos con los empresarios patriotas[10], con “nuestra” Guardia Civil o por “nuestra” bandera. Se firman textos para que los jueces actúen en favor de los intereses de “la gente”[11] o sus expertos en economía firman un manifiesto marciano que reclama nada menos que “la democracia en la empresa”[12]. ¿Cómo es posible tomar elementos tan opuestos a los intereses del trabajo y convertirlos en objeto de valoración por los trabajadores? Pero no es solo que se tomen como propios conceptos ajenos, es que además se adoptan como luchas propias las que responden a otros intereses de clase. Así, se acepta en comunidad de intereses a cualquier burgués desconcertado que se siente víctima de la crisis capitalista: los pequeños y medianos empresarios, más propensos a la sobreexplotación por su incapacidad de competir mediante inversión tecnológica, son ensalzados como representantes del capitalismo “productivo”; los burgueses de la periferia, que juegan la carta del nacionalismo como medio desesperado de elevar en el reparto su tasa de ganancia, son considerados como oprimidos demócratas a “la europea”… Por supuesto, en el análisis no se contempla que son esos mismos burgueses, asustados ante la perspectiva de su proletarización, los que, por el otro extremo, alimentan las filas de la reacción más retrógrada a la que tanto se dice temer.
La supuesta falta de base material para explicar los problemas hace que la sociedad sea una infinita fragmentación de luchas en busca de preferencias personales individuales. En su discurso el feminismo se confronta al patriarcado, y aparentemente une en el mismo bando a la mujer que quiere entrar en un Consejo de Administración con aquella que, en la misma empresa, no le renuevan el contrato cuando se queda embarazada. En ningún momento se hace un análisis de la necesidad del capitalismo para concentrar en determinados colectivos la sobreexplotación y la opresión[13]. La clase social, que es el eje que une a todos los que realmente sufren estas situaciones, es ignorado, rompiendo en mil pedazos las luchas allí donde podrían confluir con daño real para el capital.
A cambio de todos estos servicios, merecen el honor de ser calificados de “izquierda radical” por los telediarios de Antena 3. Pudiera parecer un ataque, pero no es más que un favor que les hacen, pues es la única manera en la que pueden conservar el espacio de voto a la izquierda del PSOE ante el riesgo de que quedara libre para ser ocupado por una izquierda radical sin comillas. En realidad, todos estos ciudadanistas que apelan a la gente, al sentido común -no dicen el de quién- o al noventa y nueve por ciento, ni son izquierda radical y ni siquiera cuestionan el capitalismo. No se diferencian del resto de partidos que componen la oferta electoral.
Es innegable el éxito del sistema para generar una y otra vez nuevas confrontaciones “ineludibles” que hacen necesario que los desencantados se vean en la obligación de volver a ir a votar, aunque afirmen hacerlo con la nariz tapada. En estos momentos, mantener este teatro funcionando requiere, aparte de tres partidos de derecha, otros tres que dicen ser de izquierda con la boca pequeña, además de un buen número de clones nacionalistas. Cada uno va a recibir un buen puñado de votos. ¡Qué bien montado está todo para que ni uno solo de ellos afirme querer sentar a alguien con conciencia de clase en el congreso, para que ni uno solo diga que su objetivo es acabar con el capitalismo! Dicen que el bipartidismo ha muerto, cuando la única diferencia es que ahora necesita de una actuación coral en cada uno de los bandos.
Nuestro proyecto no encuentra una zona de intersección con el reformismo. Una concepción marxista de la realidad y una línea política comunista exigen que la perspectiva de clase ocupe el lugar central de nuestra elaboración teórica y que dé sentido coherente al conjunto de nuestra acción política. No apelamos a los ciudadanos, a “la gente”, al 99% ni al interclasismo. Como trabajadores con conciencia de clase, defendemos ante todo nuestros intereses y la lucha de clase contra el capital. Estudiamos, nos formamos, difundimos, hacemos propaganda, nos organizamos con la clase e intentamos participar en los procesos de lucha que ésta emprende. Puede que este discurso resulte seco, pero no pretendemos ilusionar ni prometer utopías, lo que podamos conseguir dependerá de nuestro trabajo militante.
Tampoco entramos a jugar desde la base de las dicotomías que presenta la burguesía, ni pretendemos gestionar para salvar al capitalismo de sus problemas. No vamos a entrar a disputar el concepto o el sentimiento de patria o nación, nuestra postura solo puede ser internacionalista. No pretendemos introducir la democracia en las empresas, queremos el control de los medios de producción. No nos vanagloriamos de pagar la deuda capitalista antes de tiempo ni de cumplir los objetivos de déficit, ambos son mecanismos de transferencia de riqueza de los trabajadores al capital. No queremos consensuar las pensiones dentro del Pacto de Toledo ni ligar los salarios a la productividad de la empresa, queremos el control social del excedente. No vamos a defender que el futuro de los trabajadores locales esté en el euro o en la peseta, una opción u otra nos mantienen con las manos atadas mientras permanezcamos dentro de un capitalismo cada vez más globalizado. Si alguien quiere sentarse a hablar de alguno de estos aspectos como alternativa táctica o paliativo, desde una posición de clase y asumiendo la situación coyuntural, bienvenido sea el debate. Pero al que esté pidiendo el voto usando estos conceptos para salvar a la ciudadanía desde el parlamento, no lo consideraremos más que un charlatán.
Nosotros no reconocemos el capitalismo de estado como paso previo al socialismo. Reivindicamos mejoras en nuestras condiciones de explotación y queremos que tengan el máximo rango de garantía en el Estado capitalista para que sea más difícil arrebatárnoslas. Por eso peleamos para que se hagan ley. Pero nosotros estamos contra el Estado, contra el Gobierno de turno, contra la Ley, contra los jueces y contra las instituciones, pues todas ellas no son más que piezas del Estado burgués. No se trata de ninguna contradicción. Si conseguimos arrancar un buen Convenio Colectivo, lo que queremos es asentarlo para que nos dé cobertura durante un tiempo, pero sabemos que la vía para acabar con la explotación no son los Convenios Colectivos. Estamos siempre jugando con la utilización de elementos políticos, pero sin reconocer a la institución. Los jueces defienden al Estado capitalista, así que no podemos esperar resolver nuestras reivindicaciones por la vía judicial; nos da igual que esté Marchena o que estén los de Jueces para la Democracia. Si se consigue una sentencia favorable, es porque se aplica al caso particular, pero cuando se trata de obtener o mantener derechos de clase, los criterios que vuelven a primar son los de la clase capitalista.
Tampoco estamos en ningún caso por martirizar a la clase trabajadora. Estamos por la defensa de las libertades democráticas. Como sabemos lo que significa la dictadura, queremos libertad de asociación y libertad de reunión. Sabemos lo que son las detenciones y las multas, por tanto estamos en contra de la Ley Mordaza: nos quita libertad de asociación a la clase trabajadora y nos penaliza. Pero eso no significa que estemos de acuerdo con el resto del Código Penal. Queremos que el sistema no nos reprima, por eso estamos por la defensa de las libertades básicas dentro de la democracia burguesa: libertad de organización, libertad de manifestación. Como sabemos que la acción represiva tiene una orientación de clase, exigimos poder convocar una huelga general sin acabar con trescientos camaradas presos. Sin embargo, todo esto no quiere decir que creamos en la democracia burguesa, pues sabemos perfectamente que ésta no es más que la forma más cómoda para el capital de intensificar la explotación.
Tenemos que luchar porque no nos bajen el salario, tenemos que luchar porque no nos repriman, tenemos que luchar contra los trabajos temporales, tenemos que luchar contra las opresiones, etc. Pero tenemos que ser conscientes de que todas estas luchas necesarias no acaban con el sistema; todas ellas no son más que paliativos mientras acabamos con el sistema.
De igual modo, nosotros no evitamos la lucha política en cualquier terreno que se pueda dar: desde los comités de empresa, desde los sindicatos de clase, desde las asociaciones vecinales, desde las asambleas o desde el parlamento burgués, si llegara el caso. Pero no es lo mismo acudir a las elecciones y entrar en el parlamento como herramienta de lucha que pretender que la participación en el gobierno puede acabar con los males de los trabajadores cambiando el sistema desde dentro. Es mentira que algún gobierno pueda aplicar mediadas anticapitalistas; y tenemos ejemplos en la historia que lo demuestran. En este país, cuando se intentó ir más allá de lo que el sistema permite, provocaron una guerra civil y cuarenta años de dictadura. En Argentina y en Chile mataron y desaparecieron a decenas de miles de personas. En Grecia, el gobierno reformista tuvo que aceptar la humillación de tener que aplicar la política contraría a la que su pueblo le había reclamado en referéndum unos días antes[14]. Y es que esta gente no va a permitir que nosotros apliquemos por la vía electoral más que los paliativos que mejoren ligeramente nuestras condiciones, y sólo mientras no interfieran con su necesidad de incrementar los beneficios. Y, por supuesto, tampoco es lo mismo presentarse a las elecciones como movimiento calculado tras un trabajo organizativo de largo recorrido ajeno a los ciclos electorales, que hacerlo de forma rutinaria cada cuatro años para limitarse a comprobar si se han perdido o ganado mil votos [15].
Como comunistas, debemos tener claro que lo prioritario es la organización de la clase. Pensar en un voto táctico en función de las dificultades del momento está bien; si un camarada piensa con ese criterio, adelante. En lo que no podemos caer es en la ilusión de que por ahí vaya a venir ni siquiera el alivio a nuestros problemas. Si queremos actuar con coherencia entre el análisis y la praxis marxista, lo importante es que, votemos o no, estemos a continuación trabajando en la calle por la organización de los trabajadores y por un proyecto de sociedad socialista.
Espacio de Encuentro Comunista, abril de 2019
¡No os lametéis, organizaos!
Notas y referencias
[1] EEC. IV Asamblea, líneas de trabajo político futuro. https://encuentrocomunista.org/articles/documento-iv-asamblea-lineas-de-trabajo-politico-futuro/
[2] EEC. Crónica de la reunión del 17 de noviembre de 2018. https://encuentrocomunista.org/articles/cronica-de-la-reunion-del-17-de-noviembre-de-2018/
[3] EEC. Crónica de la reunión del 9 de febrero de 2019. https://encuentrocomunista.org/articles/cronica-de-la-reunion-del-9-de-febrero-de-2019/
[4] Diego Guerrero. Transformación y evolución del capitalismo español desde los pactos de la Moncloa a los retos de la competitividad.
[5] Karl Marx y Friedrich Engels. Feuerbach. Oposición entre las concepciones materialista e idealista. (Primer Capitulo de La Ideología Alemana) https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/feuerbach/3.htm
[6a] Duval; Crónica de clase. Contexto económico y social 2019 (y 2). Globalización, proteccionismo y nacionalismo. https://cronicadeclase.wordpress.com/2019/02/24/contexto-economico-y-social-2019-parte-2/
[6b] Duval; Crónica de clase. Contexto económico y social 2019 (y 3). La situación en el Estado español. https://cronicadeclase.wordpress.com/2019/03/06/contexto-economico-y-social-2019-parte-3/
[7] Xabier Arrizabalo. Capitalismo y economía mundial (2014). Capítulo 8.
[8] Ángeles Diez. Podemos, un fenómeno mediático que pretende ser político. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=181945
[9] Marat. Anticomunismo y prefascismo. https://encuentrocomunista.org/articles/anticomunismo-y-prefascismo/
[10] Marat. Podemos encontró a los “empresarios patrióticos” en el hotel Ritz. https://encuentrocomunista.org/articles/podemos-encontro-los-empresarios-patrioticos-en-el-hotel-ritz/
[11] Desde el PCE siguen pensando, y por lo tanto trasmitiendo, la idea de que en el capitalismo es posible otra justicia. Se lamentan ingénuamente de que “España no tiene un Poder Judicial a la altura de las exigencias democráticas de nuestra sociedad”. Deciden olvidar cómo el poder judicial no es más que una de las piezas que salvaguarda, en última instancia, los intereses del capital. Ver sección “Conclusiones” en el enlace [2]
[12] El “Manifiesto fundacional. Reivindicando la democracia en la empresa” está firmado por responsables de economía de los partidos socialdemócratas (PSOE, Podemos) y de sindicatos de concertación. La petición que hacen deja ver que no deben haber trabajado nunca en una empresa. Tampoco deben conocer la legislación laboral; si no, sabrían que según el artículo 5 del Estatuto de los Trabajadores (que supuestamente defiende nuestros derechos) “los trabajadores deben cumplir las órdenes e instrucciones del empresario en el ejercicio regular de sus facultades directivas…”.
[13] T. Barahona; Canarias Semanal. El 8 de marzo. Un día que no puede ser de todas las mujeres. http://canarias-semanal.org/art/24826/el-8-de-marzo-un-dia-que-no-puede-ser-de-todas-las-mujeres
[14] R. Astarita. Lección práctica de capitalismo, nacionalismo e internacionalismo. https://rolandoastarita.wordpress.com/2015/07/13/leccion-practica-de-capitalismo-nacionalismo-e-internacionalismo/
[15] Este enfoque ya se presentó desde que se realizaron los textos de discusión para la tercera asamblea del EEC. Aunque los textos no fueron formalmente consensuados, se puede consultar el planteamiento desarrollado en el borrador de propuesta de programa político, en el apartado 8: el papel del parlamentarismo en el comunismo. https://encuentrocomunista.org/static/media/medialibrary/2016/06/DocumentoPropuestaProgramaPolitico.pdf