El pasado mes de abril el Espacio de Encuentro Comunista (EEC) elaboró y difundió un texto que incidía sobre la necesidad de la organización autónoma de la clase trabajadora [1]. Ante la proximidad de las dos jornadas electorales que teníamos por delante en aquel momento, poníamos en cuestión no ya la voluntad, sino la misma posibilidad de la vía parlamentaria como mecanismo de resolución de nuestros problemas mientras a nivel social opere la lógica del capital [2]. Todo lo que afirmábamos en ese documento sigue estando vigente y, si no lo hiciste en su momento, te animamos a leerlo.
Aunque se esté hablando y escribiendo mucho sobre las razones de la enésima repetición de elecciones generales, el EEC no pretende entrar a considerar un nuevo análisis de fondo porque, casi siempre, “lo electoral” no es sino una manera con la que el sistema capitalista transmite e incluso refrenda un relato superficial de la apariencia de los hechos. Lo vemos a diario en los medios de comunicación, los programas televisivos de debate político y las redes sociales, en las que las tonterías llamadas “zascas” se celebran como si fueran grandes hazañas de una parte y de otra, dejando a los entusiasmados seguidores tan faltos de explicaciones como al principio del programa. Así que nuestra intención en este artículo no es más que aprovechar este “día de la marmota” electoral para poner de relieve los ajustes que hacen necesario el cambio de escenario.
La cuestión de fondo se encuentra en la base material de la sociedad, el sistema económico de producción y dominación capitalista. Nunca la esfera puramente política -institucional y de relaciones entre los partidos- fue autónoma a la realidad de la economía, el lugar donde se toman las decisiones que luego los políticos ejecutan y, menos que nunca, ahora. Por un lado, la previsión de obtención de beneficios por parte del capital privado es lo que marca a medio plazo las políticas viables, y la intensidad con la que tienen que apretarnos las clavijas a nosotros, los trabajadores, como productores únicos de esos beneficios. Por otro lado, el volumen de las ganancias obtenidas en la ronda anterior es lo que marca el tono del reparto de estas entre los distintos tipos de capitales y zonas capitalistas, subiendo la tensión conforme baja el beneficio global. Tras unos pocos años de un débil crecimiento mundial cercano al estancamiento (poco que repartir), el escenario comienza a tomar tintes más sombríos a la vista de todos los indicadores económicos (menos aún esperado). Veamos en qué medida podemos ver reflejados estos hechos materiales en el contexto político que nos quieren hacer pasar como obra de egos, estupidez o mala política.
En España concurrieron tres factores interrelacionados que hicieron especialmente lenta la salida de la crisis capitalista de 2007: a) el volumen de la deuda (capital ficticio contabilizado durante ésta) que había que devolver (pagar con beneficios extraídos a un trabajo aún no realizado) era demasiado elevado para vencer la inercia de arranque; b) el modelo del capital español de escasa productividad y muy basado en la explotación poco tecnificada de la mano de obra no ayudó en ninguna medida a contrarrestar el problema anterior; y c) el volumen de la recuperación descargada sobre las espaldas de los trabajadores requirió de un marco de ajustes y un tiempo de actuación que no empezó a generar beneficios para el capital hasta 2013.
Dicho lisa y llanamente, fueron necesarias varias fases de reformas muy duras de dos gobiernos (Zapatero, Rajoy y sus cohortes económicas -con sus distintas burguesías a la cabeza-) para establecer el nuevo marco jurídico-laboral-social que permitiera explotar más a todos los trabajadores -y sobre explotar a los que se pudiera-. Si Zapatero tocó los palillos justos con sus propias reformas laborales y de pensiones, Rajoy tuvo que hacer el ajuste fino en aquellos puntos donde la práctica demostró que su antecesor se había quedado corto. De su cosecha añadió las leyes necesarias para reprimir una posible protesta social. ¿De cuánto estamos hablando? Pues más o menos de que los puntos del PIB que han pasado de ser salarios a ser beneficios empresariales suponen unos 72.000 millones de euros anuales adicionales que cambian de nuestras manos a las suyas [3].
Una vez este sistema consiguió coger inercia unos años más tarde que el resto de economías avanzadas, ha estado funcionando a un ritmo incluso más aceptable que muchos países europeos debido a factores coyunturales [4]. Esto es lo que ha permitido lo que (para algunos) es el asombroso fenómeno de que España no tenga un gobierno estable desde 2015 y todo parezca funcionar aceptablemente y los empresarios no hayan expresado ningún nerviosismo.
Pero la lógica del capital a la que nos referíamos antes no hace excepciones. El estancamiento internacional se está convirtiendo en recesión, y los factores que han actuado a favor del capitalista español no durarán si ésta se confirma. Es en este escenario en el que hay que leer la necesidad del capital de volver a disponer de un gobierno fuerte. Una vez que el incremento en los beneficios obtenido gracias a la legislación anti-trabajo de la ronda anterior se ha convertido en el nuevo nivel normal, es imprescindible para el capital volver a disponer de un gobierno estable, lo que para ellos significa que pueda aplicar sin titubeos y con la mano dura necesaria una nueva tanda de medidas que vuelvan a aumentar la explotación: pensiones, mochila austriaca, privatizaciones, etc. Es significativo que Pedro Sánchez, cuyo partido ha demostrado con sobresaliente el poder asumir este papel, no exprese problemas para conciliar el sueño sabiendo lo que tendrá que hacernos a los trabajadores, mientras afirma que no podría dormir pensando en que el guirigay de Podemos como socio le hiciera perder la firmeza que va a necesitar.
En nuestra explicación [5] no es necesaria la figura de un malvado “régimen del 78” que se revuelva contra los progres que lo hacían peligrar. Lo que ellos llaman “régimen del 78” no es más que la restauración democrático burguesa con la inserción de nuestro país en el nivel que le corresponde de la economía europea: el que ya hemos caracterizado como economía capitalista de segunda fila. Nos sorprende que a gente como Julio Anguita y Pablo Iglesias se les caiga la baba con una Constitución [6] tan estándar-europea como la española, mientras consideran que todos los males provienen de los autores de ésta. Al final, la insistencia en centrar la crítica en la incapacidad, maldad o corrupción de unas figuras o una casta -por mucho que sea cierta en la mayoría de los casos individuales- no revela más que una intención de confundir con los orígenes del problema. Insistimos, el problema de fondo es la actuación inexorable de la lógica capitalista mientras el sistema persista, y en esa lógica la Constitución no es más que una pieza más del engranaje [7], .
Y, si nos confunden con el propio “régimen del 78”, lo que ellos llaman “crisis del régimen del 78” no es sino un relato que vuelve a enmascarar, en este caso la crisis capitalista de 2007. Con su supuesta crisis de legitimidad del “régimen”, lo que en realidad hacen es cargar las tintas en la representatividad del sistema político, sin cuestionar la legitimidad en la que se sustenta, que no es otra cosa que una Constitución que consagra el capitalismo como modo de producción y sistema de dominación económico y social. Esto permite que el sistema político quede indemne a cualquier cuestionamiento que vaya más allá del régimen de partidos actual y del bipartidismo dominante. Así, el bipartidismo, que hegemonizó de modo absoluto la mayor parte del período “democrático” iniciado en la transición, si bien se fue diluyendo en su forma puramente binaria (PP y PSOE) necesitó de la aparición de Podemos y Ciudadanos, para recuperar su solidez, al configurarse los nuevos partidos como variantes de las posibles alianzas de los dos bloques políticos existentes: derecha y progres o, si lo prefieren, derecha e “izquierda”. La alianza en uno de los lados de PP, Ciudadanos y VOX tras las elecciones municipales y autonómicas, y de PSOE y Podemos y sus comparsas, o ex comparsas, por el otro, demuestra lo que estamos afirmando, por mucho de que en el ala izquierda, fundamentalmente, no se haya producido un pacto de gobierno, de legislatura o de investidura tras las elecciones generales. La aparición del invento llamado Más País, surgido como escisión de Podemos, demuestra que ésta es la lógica que opera y que convierte a los partidos supuestamente alternativos en mayordomos de los dos grandes partidos, con una clara tendencia a pérdida de peso electoral. La petición de mediación de Podemos al Rey para facilitar la coalición de gobierno con el PSOE el pasado Septiembre y su oferta, por esas fechas a dicho partido, de renunciar a exigir políticas activas de empleo demuestra su enfeudamiento dentro de la gobernabilidad del régimen que no hace tanto afirmaban que estaba en crisis. Así, tenemos un bipartidismo más nutrido que nunca, con dos o tres equipos en cada lado.
Lo que sí existe es una crisis del sistema de representación de los intereses del régimen que ha afectado en mayor o menor medida a todos los partidos; de forma rotunda a Podemos y a Ciudadanos con sus problemas internos, incluso a la ultraderechista VOX, en la que fugas y expulsiones se han ido sucediendo desde su debut parlamentario. Los problemas que experimentó en el pasado la sustitución de Rajoy por Casado y la vuelta de Sánchez, tras su defenestración política, a la dirección política de su partido y el gobierno después, no están cerrados. Solo se mantienen a fuego en espera en tanto que se vea si consolidan su ascenso o, por el contrario, se ven castigados en las urnas.
Pero la crisis de representación tiene unas bases más profundas. Sin entrar a valorar la imagen de otros, tiene que ver con la percepción, muy extendida socialmente, de que los partidos “de izquierda”, lejos de explicar y de ocuparse de los problemas materiales cotidianos que afectan a los sectores populares se centran en propuestas de artificio y se enzarzan en cuestiones secundarias, de electoralismo ramplón, de politiqueo o de inacción.
En el caso de agudizarse el nuevo ciclo de la crisis que ya se está manifestando, con sus consiguientes nuevos recortes sociales y de conquistas laborales y una profundización en el empobrecimiento de amplias capas de la clase trabajadora, puede abrirse la posibilidad de que la crisis de representación política acabe por convertirse en crisis de legitimación del sistema político. Pero no debemos caer en el error de creer que se vaya a producir el automatismo de que la crisis de legitimidad del sistema político conlleve un significativo cuestionamiento del sistema económico capitalista. El papel de sustentador ideológico del mismo que juegan tanto derecha como izquierda y la práctica inexistencia de auténticas organizaciones de la clase trabajadora que propugnen una ruptura socialista del capitalismo lo que puede abocar es hacia un fuerte impulso político de las organizaciones fascistas o prefascistas. El panorama no es precisamente alentador, pero negarlo sería renunciar al análisis marxista que define al Espacio de Encuentro Comunista.
Pero volvamos un momento la vista de la política nacional a la internacional y recordemos la reducción en las ganancias a repartir, fruto del estancamiento de casi diez años y la recesión que se avecina. Pensemos que en los últimos treinta años han quemado los cartuchos de la ampliación vía globalización y de las burbujas financieras. En medio de esta crisis de beneficios surgen conflictos por la hegemonía mundial entre las principales áreas económicas mundiales (EEUU, UE y Asia-China). Así entenderemos mejor que los políticos que las representan dentro de las mismas, y mucho más a escalas nacionales, no son sino representantes de los capitales productivos, comerciales y financieros mundiales. Lo que pueden hacer y lo que no queda dictado desde fuera de los gobiernos. Los grupos políticos que aspiren a formar parte de ellos, o al menos a condicionarles como aliados u oposiciones parlamentarias, saben que éstas son las reglas. Carecen de campo de juego propio y de autonomía para desarrollar políticas alternativas a los intereses de la clase capitalista a niveles mundiales y nacionales. Esto vale tanto para derecha como para izquierda porque ambas aceptan el sistema capitalista como el único posible y rige para democracias burguesas y dictaduras, monarquías y repúblicas porque gobierno, régimen político y sistema capitalista forman un todo integrado en el que los dos primeros son subalternos del segundo.
En consecuencia, las vías parlamentaria y gubernamental para defender la mejora de la situación de la clase trabajadora están prácticamente cerradas, salvo pequeñas concesiones que los rebrotes de la crisis capitalista se encargan en cada momento de liquidar. Por este motivo, la obsesión por participar en gobiernos con el PSOE solo tiene el doble objetivo de la supervivencia política de los partidos y el mantenimiento de los intereses “profesionales” de quienes la defienden.
La democracia bajo las formas de dominación de la burguesía solo puede ser la coartada para someter a la clase trabajadora a los dictados de los intereses de aquella. Es una democracia-que-no-puede-ser y que se mueve por tres vías según lo marquen los conflictos de clase.
- La primera es la de la búsqueda del falso consenso social y de la conciliación de intereses, que no es otra cosa que el modo en el que el capital lleva el agua a su molino. El llamado diálogo social, sea en el mundo del trabajo, con un sindicalismo de concertación, sea en el del parlamentarismo, con las llamadas cuestiones de Estado, es el modo en el que la clase dominante hace pasar como intereses generales lo que no es otra cosa que la imposición de los suyos. Es el del PSOE haciendo el trabajo sucio; es la propia de los tiempos de bonanza económica o, cuando menos, de paz social no amenazada por tiempos de graves desestabilizaciones sistémicas.
- La segunda es la del tecnócrata, impuesto como Mario Monti o electo como Macron [8]; es la del PSOE expulsando a su líder para dejar gobernar al PP; la de la socialdemocracia alemana gobernando en coalición con los conservadores de Merkel; la de la izquierda ”radical” catalana apoyando en el gobierno a “sus” fachas. En esta vía consiguen mantener la ilusión democrática mientras en la práctica han impuesto el estado de excepción. En nombre de los intereses “de todos” se decreta el fin de la ideología. La organización -entendida como la organización democrática de los trabajadores por sus intereses de clase- desaparece y aparece “el candidato” aupado o derribado por los medios, ya sea creando un partido o a través de primarias. El programa desaparece y “probamos” con un nuevo líder.
- La tercera es la propia de los tiempos de turbulencias y crisis de legitimación del sistema. Cuando el sistema económico y sus servidores políticos son incapaces de dar respuesta a las necesidades de mejora social de crecientes sectores de las clases trabajadoras requiere salidas cada vez más autoritarias y disciplinadoras. El actual Código Penal, la Ley Orgánica de Protección de la Seguridad Ciudadana (ley mordaza) o la anunciada compra de pistolas taser para dotar a la Policía Nacional, son expresiones del avance hacia formas de represión de la disidencia y de mantenimiento del orden, por encima de una concepción garantista del llamado Estado de derecho. En lo político, la aparición de partidos que ponen el énfasis en el orden público (VOX, Ciudadanos) y social (Más País) y en el concepto España dejan claro cuál es el horizonte político al que quieren acercarnos.
Sabemos que la opción tres no se utiliza por ahora más que para hacer asumibles las dos primeras. Aún no hemos llegado al momento más maduro para la involución fascista. Creer esto equivale a ignorar que los Estados democrático-burgueses no necesitan las dictaduras -como hemos visto en los puntos dos y tres- para ejercer plenamente la represión [9]. Trump, Orbán y Salvini contra los inmigrantes y Bolsonaro contra las clases populares son ejemplos de la promoción por el capitalismo de las figuras bonapartistas [10] que representan los “liderazgos fuertes” destinados a poner orden frente al caos. Cuando las fuerzas políticas tradicionales del conservadurismo, el liberalismo y la socialdemocracia, en sus versiones vieja o remozada, ya no sirven, aparecen los salvapatrias.
Pero no debemos dejar que la amenaza de la excepción -que, insistimos, no por excepción deja de ser un resorte de la democracia burguesa- nos distraiga de lo que está ocurriendo actualmente en occidente. Y eso es algo que nos parece mucho más cercano a la vía dos que a la tres, y posiblemente de forma más peligrosa a largo plazo porque disuelve la organización de clase desde dentro y de forma imperceptible. Ya hemos visto más arriba cómo el fracaso del capitalismo ha sido asumido en cada país por su líderes y partidos políticos, que absorben de lleno el golpe en su calidad de representantes. Pero la realidad es que hasta la crisis de 2008 la desconexión entre la clase trabajadora y su antigua y moribunda organización no había hecho desaparecer del imaginario de los trabajadores la explicación de clase, como se podía ver en muchos votantes de IU y en la fidelidad ciega a un PSOE que no puede hacer más por fomentar la decepción. Pero la reconstrucción de la representación no solo ha necesitado de la creación de graneros de votos temporales, sino que ha sido aprovechada para borrar y volver a escribir las reglas del sistema para evitar que los trabajadores puedan reagruparse nuevamente alrededor de un eje de clase. Para ello han aprovechado la desafección con “la clase política” para hacer tabla rasa del sistema anterior que tan peligroso era para ellos. De esta manera, la promoción de las primarias en los partidos de los trabajadores no debe entenderse de ningún modo como un avance democrático. Cuando los trabajadores estamos organizados como clase no necesitamos que vengan los grupos mediáticos del capital -todos lo son, desde el Público de Roures a eldiario.es de Soros- a auparnos a base de horas de televisión a un “líder” mindundi salido de no se sabe dónde a la cúpula de nuestra organización, sino que participamos en esa organización en base a una ideología que compartimos y en la que los órganos de representación son nuestros órganos de representación; están ahí porque nosotros los hemos puesto en base a nuestros intereses y mientras no los revoquemos.
De igual forma, si estamos organizados como clase y en base a una ideología, no tenemos interés en la “gobernabilidad” capitalista, pues es mentira que existan unos intereses comunes que defender. Nada impide que intentemos promover o afianzar las medidas legislativas que más interesen a la clase trabajadora, pero eso no está ligado a que nuestras organizaciones participen en un gobierno burgués, moderen nuestras demandas buscando los intereses “de todos” o apoyen fórmulas para favorecer las mayorías artificiales. Si entramos en esa trampa, seremos barridos inmediatamente del tablero, pues esos mecanismos, ya sean elecciones a dos vueltas o el todo para la lista más votada, funcionan como una apisonadora que solo dejarán en pie a las formaciones que le interesen al sistema. Por último, aunque no haya que decirlo, nunca apoyaremos al supuesto “tecnócrata”, pues la técnica no existe como algo neutro sin ideología. El “tecnócrata” siempre será elegido por el grupo que detenta la ideología dominante, por mucho que tengan para elegir perfiles más social-liberales o más cristiano-demócratas, y así podemos tener la absoluta certeza de que siempre representará de la manera más firme los intereses del capital. Solo desde la ignorancia política en la que nos quieren sumir se puede considerar a los “tecnócratas” o a los jóvenes “preparados” como neutros, desinteresados o científicos.
Tenemos, en consecuencia, dos rostros del sistema-régimen, el amable -cuando se presentan alternativas al sistema dentro del propio sistema, impulsadas y apoyadas inicialmente por el propio sistema para integrar la contestación social y abandonadas a su destino cuando ya no se les necesita, caso de Podemos, del ala izquierda del laborismo con Corbyn o de los demócratas como Sanders, al que se le ha buscado alternativas a su derecha y su supuesta izquierda- y la dura y represora anteriormente enunciada. En el otro lado se encuentran el creciente empobrecimiento y desprotección de las clases trabajadoras a niveles nacional y mundial.
Es necesario rechazar ya el espejismo de la ilusión democrática, que consiste en creer que puede institucionalizarse una vía de contestación y lucha contra el capital a través de las vías parlamentarias.
Solo queda la autoorganización de la clase trabajadora como salida a lo que se nos avecina, que será aún más duro que en la fase anterior del capitalismo porque a los que se quedaron descolgados por la crisis les acompañarán ahora nuevas víctimas de los recortes sociales y las políticas de austeridad que el próximo gobierno, sea cuál sea su color, impondrá. Esto sucederá en un contexto en el que las familias no se han recuperado en su capacidad de ahorro y gran parte de los salarios siguen siendo realmente reducidos.
Solo desde la creación de tejido social de clase, solidario, participativo y de lucha será posible reconstruir todo lo que los viejos y los nuevos reformismos han destruido bajo la mentira, que siempre acaba en una urna, del “si se quiere se puede”, No basta con querer, hay que crear organización y militantes formados y conscientes, preparados para una lucha que se hará cada vez más dura.
Hay vida y política mucho más allá de las urnas. Y, por supuesto, hay vida y política mucho más allá de los gobiernos. Perdamos el miedo a que se repitan tantas elecciones como sea preciso, sin que se conformen mayorías suficientes de gobierno, porque son otros -quienes necesitan recuperar la tasa de ganancia del capital a nuestra costa- quienes lo precisan, no nuestra clase.
A modo de resumen, sintetizamos las posiciones y propuestas que expusimos en el texto que ya difundimos ante las pasadas elecciones:
Nuestro proyecto no encuentra una zona de intersección con el reformismo. Una concepción marxista de la realidad y una línea política comunista exigen que la perspectiva de clase ocupe el lugar central de nuestra elaboración teórica y que dé sentido coherente al conjunto de nuestra acción política. No apelamos a los ciudadanos, a “la gente”, al 99% ni al interclasismo. Como trabajadores con conciencia de clase, defendemos ante todo nuestros intereses y la lucha de clase contra el capital. Estudiamos, nos formamos, difundimos, hacemos propaganda, nos organizamos con la clase e intentamos participar en los procesos de lucha que ésta emprende.
Tampoco entramos a jugar desde la base de las dicotomías que presenta la burguesía, ni pretendemos gestionar para salvar al capitalismo de sus problemas. No vamos a entrar a disputar el concepto o el sentimiento de patria o nación, nuestra postura solo puede ser internacionalista. No pretendemos introducir la democracia en las empresas, queremos el control de los medios de producción. No nos vanagloriamos de pagar la deuda capitalista antes de tiempo ni de cumplir los objetivos de déficit, ambos son mecanismos de transferencia de riqueza de los trabajadores al capital. No queremos consensuar las pensiones dentro del Pacto de Toledo ni ligar los salarios a la productividad de la empresa, queremos el control social del excedente. No vamos a defender que el futuro de los trabajadores locales esté en el euro o en la peseta, una opción u otra nos mantienen con las manos atadas mientras permanezcamos dentro de un capitalismo cada vez más globalizado.
Nosotros no reconocemos el capitalismo de estado como paso previo al socialismo. Reivindicamos mejoras en nuestras condiciones de explotación y queremos que tengan el máximo rango de garantía en el Estado capitalista para que sea más difícil arrebatárnoslas. Por eso peleamos para que se hagan ley. Pero nosotros estamos contra el Estado, contra el Gobierno de turno, contra la Ley, contra los jueces y contra las instituciones, pues todas ellas no son más que piezas del Estado burgués.
Tampoco estamos en ningún caso por martirizar a la clase trabajadora. Estamos por la defensa de las libertades democráticas. Como sabemos lo que significa la dictadura, queremos libertad de asociación y libertad de reunión. Sabemos lo que son las detenciones y las multas, por tanto estamos en contra de la Ley Mordaza: nos quita libertad de asociación a la clase trabajadora y nos penaliza. Pero eso no significa que estemos de acuerdo con el resto del Código Penal. Queremos que el sistema no nos reprima, por eso estamos por la defensa de las libertades básicas dentro de la democracia burguesa: libertad de organización, libertad de manifestación.
De igual modo, nosotros no evitamos la lucha política en cualquier terreno que se pueda dar: desde los comités de empresa, desde los sindicatos de clase, desde las asociaciones vecinales, desde las asambleas o desde el parlamento burgués, si llegara el caso. Pero no es lo mismo acudir a las elecciones y entrar en el parlamento como herramienta de lucha que pretender que la participación en el gobierno puede acabar con los males de los trabajadores cambiando el sistema desde dentro.
Como comunistas, debemos tener claro que lo prioritario es la organización de la clase. Pensar en un voto táctico en función de las dificultades del momento está bien; si un camarada piensa con ese criterio, adelante. En lo que no podemos caer es en la ilusión de que por ahí vaya a venir ni siquiera el alivio a nuestros problemas. Si queremos actuar con coherencia entre el análisis y la praxis marxista, lo importante es que, votemos o no, estemos a continuación trabajando en la calle por la organización de los trabajadores y por un proyecto de sociedad socialista.
Espacio de Encuentro Comunista, octubre de 2019
¡No os lamentéis, organizaos!
Notas y Referencias
[1] EEC. “El Espacio de Encuentro Comunista ante el electoralismo”, 7/4/2019, https://encuentrocomunista.org/articles/el-espacio-de-encuentro-comunista-ante-la-oleada-electoral/
[2] EEC. “Situación de los trabajadores en el Estado español en 2019”, mayo 2019,
https://encuentrocomunista.org/static/media/medialibrary/2019/05/EEC-SituacionTrabajo2019.pdf , sección ‘La lógica del capital’ en pág. 20.
[3] En las últimas décadas ha caído un 6% la parte del PIB que reciben los asalariados, porcentaje que se acumula al capital. Con el PIB actual de 1,2 billones de euros, equivale a 72.000 millones de euros que el último año cambiaron de manos del trabajo al capital. Ver enlace en nota anterior, al principio de la sección ‘Cómo hemos llegado a esta situación’ en pag. 11.
[4] El precio de la energía y las materias primas ha sido bajo debido al estancamiento mundial, los bajos precios de la energía y de la debilitada mano de obra hizo al capitalista español competitivo frente al resto por primera vez desde que entramos en el euro, el turismo se ha beneficiado de la inestabilidad internacional y, por último, las compras de bienes de equipo y productos duraderos postergados por varios años por empresas y familias han animado la economía española en comparación con el resto.
[5] Ver enlace en nota 2, sección ‘Cómo hemos llegado a esta situación’ en pág. 11.
[6] El País, 22-4-2019, “Pablo Iglesias se apoya en la Constitución para defender sus propuestas económicas”.
[7] “la Constitución Española no contempla como derechos fundamentales y, por lo tanto, no garantiza ni obliga a los poderes públicos su defensa y cumplimiento, aquellos que para cualquier persona lo son; nos referimos, por ejemplo, a la vivienda, a la educación en todos sus niveles y, por supuesto, el derecho al trabajo. Teniendo presente que, en una sociedad capitalista como la nuestra, el trabajo es lo único que te permite tener y mantener regularmente unos ingresos y, por lo tanto, unos mínimos niveles de subsistencia, el carecer del mismo y de la posibilidad de exigirlo es la condición para verte sometido a las condiciones de explotación que impongan los empresarios.” Para un desarrollo, ver enlace en nota 2, pág. 12.
[8] Mario Monti se convierte en el primero de una lista de cinco primeros ministros italianos no elegidos en elecciones y que van siendo sustituidos uno tras otro en cuanto queman la popularidad que les da el contraste con el desafecto creado por el anterior. Por su parte, Emmanuel Macron se convierte en Presidente de la República Francesa en unas elecciones en las que su atractivo es ser el oponente que corte el paso a Marine Le Pen. En todos los casos el perfil es similar, antiguos altos cargos empresariales, económicos o europeos, centrados en lo económico, impulsores de reformas laborales, etc.
[9] Tampoco nos confundamos. El sistema no necesita las dictaduras, pero en cuanto peligran los intereses de clase no duda en utilizarlas (o el derrocamiento de gobiernos, o la guerra de desgaste, etc.) con el derramamiento de sangre y la represión que crea necesario: España 1936, Guatemala 1944 y 1954, Irán 1953, República Dominicana 1963, Indonesia 1965, Brasil 1961 y 1965, Chile 1973, Bolivia 1980, etc. Ver lista completa en Fernández Liria, Carlos; Fernández Liria, Pedro; Alegre Zahonero, Luis; “Educación para la ciudadanía”; Akal 2007.
[10] En el “18 Brumario de Luis Bonaparte” Marx explica el proceso por el que los conflictos de clases de los años previos (una vez aplastados los trabajadores se enconan las luchas entre burguesías y entre estas y los rentistas) hace surgir la figura del mediocre Luis Bonaparte como caudillo unificador a finales de 1851. Disponible en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm